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Alexander Selkirk, de profesión superviviente. Yo soy Robinson Crusoe.

Pensemos en el siglo XVIII. Probablemente se nos vengan a la cabeza historias de aventureros y exploradores, piratas, corsarios y bucaneros, grandes imperios enfrentados… En nuestra imaginación aparecerán personajes reales como Barbanegra, Charles Vane o Anne Bonney. Seguramente, entre ellos, se colará alguno ficticio, como Long John Silver, el capitán Flint o Robinson Crusoe. Pero seguro que muy pocos pensarán en un tipo escocés, bastante huraño, problemático y corsario, que acabaría sirviendo de inspiración a un Daniel Defoe acuciado por las deudas para crear a su personaje más famoso. Efectivamente, hablo de Robinson Crusoe.

Pues sí, Robinson Crusoe, ese hombre valiente que tiene que apañarse para sobrevivir solo y abandonado en una isla tras naufragar su barco. Vale que solo, solo, tampoco estaba, porque entre caníbales, sus prisioneros y Viernes, parecía aquello el metro de Tokyo en hora punta, no nos engañemos. Pero en el imaginario colectivo, el personaje barbudo de Defoe es el icono de la supervivencia. Para el escritor, sin embargo, esa imagen la encarnaba Alexander Serlkirk.

Barco corsarioSelkirk nació en Escocia. Concretamente en Lower Largo, un pueblo de Fife, allá por el año 1676. Era el séptimo hijo de un zapatero y curtidor. De carácter pendenciero y problemático, a finales del siglo XVII se hace a la mar tras tener problemas con la ley. Una de las acusaciones fue por conducta inapropiada en la iglesia; otra, por pegarse con uno de sus hermanos. Lo típico que hacía todo muchachote en sus años mozos.

Tras pasar unos años navegando con distintos barcos como corsario, en 1704 ya tenemos a Selkirk a bordo del Cinque Ports como contramaestre, practicando la piratería legal consistente en tocar las narices a navíos españoles en la zona del sur de América. Una profesión tan respetable como cualquier otra desde que Isabel I de Inglaterra lo dijese unos cuantos años antes.

La cuestión es que tan bien hicieron su trabajo los corsarios del Cinque Ports, que el barco empezó a estar un poco hecho polvo. Navegaban a estas alturas de la historia por la zona costera de Chile, en concreto en el archipiélago de Juan Fernández, cuando el contramaestre Selkirk le dice a su capitán que el barco está para el arrastre y que mejor se quedan en la isla Más a Tierra, donde habían parado a por provisiones de agua dulce. Mejor esperar a que nos rescaten que acabar como comida para peces, debió pensar el escocés. Pero Stradling, tal era el nombre del capitán, no estaba de acuerdo con su segundo de a bordo y le dijo que, de abandonar el barco, naranjas de la China. Y Selkirk que sí, que si no nos hundimos. Y el jefe que no, que si quieres te bajas tú. Y Alexander, pues me bajo, y que os den a todos. Y Stradling, no caerá la breva que te quedes. Al final, tanto se hincharon las narices el uno al otro, que Alexander Selkirk acabó más solo que la una en la isla viendo cómo a lo lejos su barco ponía rumbo a otras tierras… a las que por cierto nunca llegó porque se hundió por el camino. Del naufragio, en las costas de lo que hoy es Colombia, quedaron algunos supervivientes, que acabaron rindiéndose a los españoles y convertidos en prisioneros. El karma, que es muy chungo.

Alexander Selkirk RescateEl verdadero plan del escocés era poner a la tripulación en contra de su capitán, que esta se amotinara y quedarse todos tan contentos en la isla a esperar a que los rescatasen. Pero le salió el tiro por la culata. Los primeros días, el anteriormente conocido como «contramaestre del Cinque Points» permaneció en la zona costera de la isla, ojo avizor por si aparecía el navío salvador que había de socorrerle. Pero este no asomó por el horizonte. Los que sí llegaron fueron un montón de lobos marinos en época de apareamiento que no debían ser muy buena compañía y que lo obligaron a irse al interior de la isla. ¿Quién dijo que la soledad tenía que ser silenciosa?

Al principio sobrevivió ayudándose de las cosas que había sacado del barco. Un mosquete y algo de pólvora, unas ropas y algunas herramientas. Para entretenerse leía una biblia y se alimentaba de langostas y peces. Pero cuando se adentró en la isla, Alexander Selkirk se encontró con platos más suculentos, como las verduras que habían crecido en huertos que habían cultivado en su momento otros marinos que pasaron por la isla, probablemente españoles, además de la asilvestrada descendencia de las cabras que habían dejado por allí los mismos navegantes. Paradojas de la vida: sus enemigos en el mar fueron sus amigos en tierra.

Durante el tiempo que permaneció aislado, Selkirk construyó dos cabañas, se fabricó cuchillos  con restos de barriles que encontró en la playa, creó trampas para las cabras (una vez se quedó sin pólvora) y empleó las pieles conseguidas, gracias a los conocimientos adquiridos en su infancia de su padre, en crearse ropa de abrigo. Incluso llegó a domesticar cabras para beber su leche y gatos para que cazasen las ratas que atestaban la isla. Mal, el tipo, no se lo montó.

selkirk-cats-dampier-rescueCuriosamente, Alexander Selkirk tuvo que ver cómo dos barcos llegaban a la isla y se iban sin serle de ayuda. Ambos eran españoles y si lo atrapaban pasaría a ser su prisionero. En una de las ocasiones tuvo que ocultarse en la copa de un árbol para no ser capturado. Un barco vale, pero el segundo ya es mala suerte. De todas formas, como se suele decir, a la tercera va la vencida, y el 1 de febrero de 1709, tras cuatros años y cuatro meses, dos navíos corsarios ingleses llegaban a la isla en busca de provisiones. La cara que se les tuvo que quedar a los pobres marineros cuando vieron aparecer a un «salvaje vestido con pieles de cabra y portando una antorcha con la que hacía señales» debió ser de foto.

Selkirk aún pasaría casi tres años más embarcado como corsario en uno de los buques que le rescató, regresando a la costa inglesa el 1 de octubre de 1711. Su familia en Escocia, que lo daba por muerto, lo vio aparecer sano y salvo y bastante más rico de los que había partido. El pillaje en alta mar era lo que tenía. En los años posteriores a su rescate, ya de vuelta en su país, Selkirk se hizo famoso, contó su vida a todo el que la quiso escuchar, salió en los periódicos de la época e incluso publicaron su historia en un librillo titulado A Cruising Voyage Round the World (1712). Al mismo tiempo, aprovechó para retomar viejas costumbres, como la de meterse en peleas de bar con un carpintero naval en Bristol, causa por la cual habría pasado dos años en prisión en 1713. Hay hábitos que nunca se pierden.

Alexander_Selkirk_StatueAlexander Selkirk regresaría entonces a su hogar en Lower Largo, donde tampoco se estaría quieto mucho tiempo. Conoció a una joven muchacha, Sophia Bruce, lechera de profesión, con la que se fugó a Londres a principios de 1717. Al llegar a la capital inglesa, decidió alistarse en la Marina abandonando a su joven amante, con la cual no queda claro si llegó a casarse. Lo que sí se sabe es que en 1720 aparece en Plymouth y se casa con una posadera viuda llamada Frances Candis. Superviviente, playboy y puede que bígamo, todo un partidazo. La cuestión es que la cabra tira al monte (en este caso Selkirk tiraba al mar) y fue en el océano donde encontró la muerte, mientras servía a bordo del HMS Weymouth frente a la costa oeste de África. Alexander Selkirk fallecía el 13 de diciembre de 1721 debido a la fiebre amarilla. Sus restos reposan en el fondo marino.

Aquí acaba la historia de Alexander Selkirk, el hombre cuyas venturas, o más bien desventuras, inspiraron a Daniel Defoe para crear al famoso náufrago. Aunque no solo de Selkirk bebe Crusoe. Hubo un marino español llamado Pedro Serrano que allá por 1526  se pasó ocho años en un islote caribeño. Pero los infortunios de este hombre quedan para otro artículo. Un último dato antes de terminar el relato: actualmente el lugar donde Alexander Selkirk vivió sus cuatro años en soledad lleva por nombre Isla Robinson Crusoe. En el otro extremo del archipiélago Juan Fernández se encuentra Isla Alejandro Selkirk, sitio que, seguramente, el escocés no vio en su vida. Hay que tener muy mala leche.

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