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El movimiento contracultural

Así, en dos patadas, de forma rápida y resumida: ¿Qué demonios es el movimiento contracultural y qué paso en los Estados Unidos en la década de los años sesenta? El término contracultura hace referencia a una contraposición con la cultura mayoritaria; una contraposición con una forma de interpretar y vivir la realidad, con una escala de valores y con una ideología dominante. Hay tendencias contraculturales en todas las sociedades, pero el término solo se usa si se trata de un movimiento organizado que influye y persiste durante un largo periodo de tiempo como ocurre, por ejemplo, con la generación beat, antecesora del movimiento contracultural de los años 60 (objeto este último del presente artículo), dicho movimiento y el movimiento punk, valga la redundancia, de finales de los 70.

Básicamente era una tendencia contestataria al llamado American way of life, dado que tras la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos se erigieron como potencia económica internacional, expandiendo así su identidad cultural (el béisbol, el fútbol americano, el cine de Hollywood, los cómics, la Coca-Cola, la fast food, sus series de ficción, la música rock…). Como relacionaría Adorno en su Mínima Moralia: «el sistema capitalista provoca en el ámbito económico una dominación absoluta del plano simbólico, de tal forma que se produce una instrumentalización de la cultura y del lenguaje, puesto que la socialización o pseudoformación socializadora, en sus propios términos, atiende en sus bases a las necesidades del mercado, de tal forma que la cultura y el lenguaje se quedan restringidos únicamente al campo del oficio, y por tanto, circunscritos a un contexto de utilidad». Bueno, o para entenderlo mejor: se da una instrumentalización del lenguaje y la cultura en categorías burguesas muy asociadas con el consumo que, además, dirime en apariencia las diferencias de clases sociales.

Este aparente escenario idílico burgués generó grandes tensiones políticas, sociales e incluso psicológicas desde los años de posguerra hasta la década de los 60, momento en el que tal movimiento contracultural o underground se constituye como tal. Florece en la costa oeste estadounidense y acaba provocando las rebeliones estudiantiles en las universidades de Columbia, Harvard y Berkeley, aunque llegará a tener incluso proyección europea (Varsovia, Berlín y París). La razón principal que hace estallar dichas rebeliones es un contexto político y social desfavorable debido a la Guerra fría, al recuerdo de Hiroshima y a la política maccartista inquisitorial (detenciones, interrogatorios, condenas, censura literaria…). Es en este marco donde aparece una emergente clase media cuyo objetivo primordial es la estabilidad económica y donde se gesta un naciente desafío de la tecnología y de los medios de comunicación de masas. Además, la extensión de la pobreza endémica provoca la desconfianza en los intelectuales y en el experimento democrático, y se genera una violencia posbélica de motoristas progenitores de los ángeles del infierno y del ámbito del fútbol americano. Es un contexto de desnaturalización y pesimismo, de desconfianza en las verdades profundas propugnadas por la Iglesia, de familias mal avenidas y, como ya se ha mencionado, de una cultura centrada en el mundo del trabajo conformando el triángulo familia-trabajo-Dios. Otro factor esencial es la importancia del gueto, que alberga la violencia como acto simbólico de solidaridad y que aporta nuevos significados culturales como el be-bop o el jazz.

En este contexto aparecen en California dos pensadores, padres de las revoluciones estudiantiles y del movimiento hippie: Herbert Marcuse y Norman O. Brown. Ambos autores coinciden al considerar una sociedad represiva que aliena al individuo con logros tecnológicos y con un consumismo que dirige su subjetividad (y les arrastra hacia el espectro de la libertad), aunque la diferencia entre ellos es substancial. Marcuse aboga por una lucha política revolucionaria apelando a la dialéctica del yo más que a una dialéctica de clases (posición más cercana a un individualismo fenomenológico que a un marxismo crítico), mientras que Norman O. Brown propone la aceptación de la muerte para aceptar la vida desde un hedonismo natural, lo que conllevaría una reflexión místico-religiosa.

El movimiento contracultural es el precursor de consideraciones orientales y ecologistas desconocidas masivamente en todas las sociedades occidentales hasta ese momento, que conforman otra alternativa de vida y que tienen gran alcance en la actualidad. Reivindican, además, y en términos generales, la liberación del yo individual (un yo budista, pasajero, vacío y no permanente, y un yo fenomenológico sartriano) reprimido en detrimento de un yo social, de un individuo heterodirigido que, según la tesis del hombre unidimensional marcusiana, se acepta a sí mismo según su posición en un mundo burocratizado y tecnificado. Pretenden una revolución estético-psicológica-psicodélica, que busca experiencias intensas. Defienden a ultranza la no violencia y los valores naturalistas.

Un factor importante es la utilización de las drogas como transmutadores de conciencia, como anuladores de la realidad coactiva, de la realidad funcional contra la que reaccionan, de tal forma que en esta búsqueda del yo individual encuentren una percepción absoluta que les lleve a experimentar un nuevo modo de relación con otros individuos y con la realidad, un modo de relación casi telepático. Mediante esa percepción directa pretenden llegar a significados propios no manipulados por los medios de comunicación y dirimidos o dirigidos por una sociedad consumista que crea lealtad al gusto y al decoro, y que, de algún modo, les impone ideales a perseguir, además de una perfección arquetípica y artificial. Abogan por una belleza (en sentido amplio) antiplatónica, por una concepción romántica del ser humano.

Pretenden, pues, un mundo sin convencionalismos sociales institucionalizados. Un mundo que parta de un sentimiento de pertenencia libre y espontáneo, sin trabas políticas o sociales. No quieren adquirir poder político, sino más bien vivir con libertad. Proponen, además, una nueva sensibilidad y una forma de expresión total, sin castraciones ni censura moral. Y plantean la moral como espontánea y emanada por el individuo, y no impuesta por la sociedad. Sin duda, es el germen de este ultrasubjetivismo en el que nos encontramos en la época actual.

Este movimiento acaba perdiendo fuerza en el momento en que es asimilado por el sistema capitalista y convierte el inconformismo en otro producto de masas. Marcuse cree que «los movimientos estudiantiles solo son rebeliones y no revoluciones porque, aunque hicieron estallar la falsa conciencia, no hubo un cambio radical en la sociedad al acabar integradas estas fuerzas disgregadoras dentro de la propia sociedad». Por no hablar, claro, de las consecuencias y las contradicciones que conlleva siempre el encarnar cualquier ideal.

Cristina García
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