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Cinefórum LXXIII: «El infierno del odio»

Películas como la que hoy abordamos ponen en valor la grandeza de creadores como Akira Kurosawa. La capacidad de manejar los recursos cinematográficos a su alcance con maestría y eficacia, además de la intencionalidad estética y artística con que conforma cada plano, son dos de los principales ingredientes de la fórmula que le otorgó al cineasta japonés un merecido hueco en el Olimpo de la historia del cine.

Si la semana pasada nos desternillábamos con la hilarante reunión de los mejores detectives del mundo en Murder by Death (Un cadáver a los postres), hoy cambiamos el tono, pero manteniendo el carácter detectivesco de la trama, con Tengoku to Jigoku (cuestionablemente titulada en España como El infierno del odio).

Basada en la novela de Ed McBain El rescate, Tengoku to Jigoku (literalmente «Cielo e Infierno») nos presenta la historia del rapto de un menor, de su investigación y de los dilemas morales a los que se enfrenta sobre todo Kindo Gondo, importante empresario representado por el mítico Toshiro Mifune (Los siete samuráis).

Aunque a priori la premisa del argumento pueda parecer sencilla o manida, Kurosawa logra construir un relato interesante y atractivo donde el montaje (también a cargo del director) juega un papel primordial a la hora de marcar el ritmo y los cambios de compás de la película. La primera parte de la historia transcurre, en su mayor parte, en la residencia de Kindo Gondo. Como si de una obra teatral se tratara los personajes se mueven con una cuidada coreografía por un espacio reducido donde asistimos a las encrucijadas profesionales y morales a las que se enfrenta el protagonista. El sentido del deber, la familia y una ambiciosa operación empresarial que puede resultar sumamente lucrativa constituyen el marco personal que encuadra al personaje principal.

El conflicto central de la película, el secuestro del niño, dará paso a otra parte de la cinta donde a lo meticuloso de los planos se sumará lo cuidado del ritmo argumental. La investigación policial nos irá sumergiendo poco a poco en la realidad social urbana del Japón de 1963, una realidad polarizada por una sociedad de clases donde se pueden apreciar reminiscencias del pasado medieval. La posición elevada de la residencia Gondo, cual castillo de un sogún, se alza poderosa sobre la masa urbana donde Kurosawa nos muestra la cara menos amable de la modernidad japonesa: criminalidad, proxenetismo, drogodependencia, marginalidad y pobreza.

El director juega también con la preeminencia de los personajes. A medida que transcurre la historia, personajes antes secundarios como el jefe de la investigación (Takashi Shimura -otro predilecto de Kurosawa-), pasan a ser protagonistas absolutos.

La influencia en Kurosawa de un pasado vinculado al mundo de la pintura se evidencia en los especialmente bellos y abundantes planos cargados de multitud de personas, donde se nota que cada posición y movimiento han sido planeadas al milímetro como si de un cuadro de Caravaggio se tratara. Además, mientras que toda la película está rodada en blanco y negro, la aparición en cierto momento de un elemento de color constituye una innovación técnica y expresiva, llamativa e imitada posteriormente por otros directores como Steven Spielberg (La lista de Schindler).

Rodada ya en su etapa de plena madurez del director, a los cincuenta y tres años, El infierno del odio es una película sorprendente que ejemplifica la maestría de Kurosawa para abarcar grandes temas humanos partiendo de historias aparentemente pequeñas.

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2 comentarios

  1. Llevo tiempo queriendo encontrar esta película porque he escuchado buenas recomendaciones. Agradecería alguna sugerencia -prioritariamente legal- para encontrarla. Muchas gracias.

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