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Con casco blanco y obscura intención

En febrero de 2018, la agencia de noticias SANA publicó una información en que afirmaba que el grupo denominado Cascos Blancos, en conjunto con la organización terrorista Frente Al Nusra, preparaba un ataque de falsa bandera con armas químicas para atribuírsela a Damasco. Los observadores militares rusos mostraron una seria preocupación por la información, que adelantaban se produciría detonando garrafas de cloro en la provincia de Idlib. Esos mismos días, los Cascos Blancos ensayaron en Serakab un simulacro de prestación de ayuda médica urgente. El centro ruso para la reconciliación avisaba que falsos corresponsales internacionales grabaron las escenas y usaban fundas de micrófono con las siglas CNN. Nadie en Occidente dio credibilidad a la información. Es propaganda rusa, dijeron. Los rusos no son de fiar.

Los Cascos Blancos habían sido creados en 2013 como respuesta de la población civil a los bombardeos y fuego de artillería. En junio de 2015 afirmaban estar conformados por un centenar de equipos y más de dos mil quinientos voluntarios. Amnistía Internacional y diversos grupos humanitarios les dedicaban artículos y los presentaban ante el mundo como héroes anónimos, buscadores de vida entre escombros. En 2016 fueron propuestos para recibir el premio Nobel de la paz, pero ya había voces que los tachaban de predadores humanitarios.

La Defensa Civil Siria, nombre oficial de la agrupación de los hombres de Casco Blanco, no parece ser más que una plataforma de propaganda orquestada desde Reino Unido y promovida por la agencia de relaciones públicas Porpouse Inc, con sede en Nueva York. ¿Con qué intención? Simple. Construir una narrativa que mediante vídeos y reportajes mostrara a un aguerrido grupo de hombres que se enfrentan a la guerra movidos nada más que por la intención de ayudar a la población civil. Presentarlos como un grupo no vinculado a ninguna facción, independiente, héroes anónimos. ¿Para qué? Para, en la guerra de informaciones a favor y en contra de las diferentes facciones en conflicto, inclinar la balanza contra el régimen Sirio. Sutilmente, viralizando, prepararían a la opinión pública internacional para ver con buenos ojos la intervención de la OTAN en el país.

Los miembros de los Cascos Blancos no son voluntarios civiles, son un equipo entrenado inicialmente en Turquía por James Le Mesurier, exmilitar británico que dirigió operaciones en Kosovo, Líbano, Serbia e Irak, que tras su retirada del ejército ocupó puestos de alta responsabilidad en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, en la Unión Europea y en el Consejo de Seguridad de la ONU. En 2013 era consultor de una empresa de seguridad privada, léase un ejército de mercenarios a sueldo, que operaba desde Emiratos Árabes Unidos. Seleccionó a los futuros números de los Cascos Blancos y los llevó a realizar entrenamientos militares en Estambul primero, en campos específicos de Jordania después, antes de lanzarlos en Siria para que comenzaran su exposición mediática.

En febrero, los Cascos Blancos fueron a Hollywood y ganaron un Oscar. En el cartel del documental de cuarenta y un minutos, producido por Netflix y dirigido por Orlando von Einsiedel se lee: «Cada día bombardean a civiles en Siria. Los llamados Cascos Blancos son los primeros en llegar arriesgando sus vidas para salvar a las víctimas de entre las ruinas». Pero sus protagonistas no pudieron llegar a pisar la alfombra roja, EEUU les denegó la entrada al país. El departamento de seguridad nacional llegó a prohibir la visa a Khaled Khateeb, uno de los autores del corto, por estar vinculado a la realización y propagación de vídeos de Al Qaeda.

Diversas organizaciones y personalidades, incluso el exembajador británico en Siria, dan por falso y orquestado el ataque químico en Ghouta. A la par, las vinculaciones del grupo con Al Nusra y Al Qaeda son cada vez más evidentes. Pero ya parece tarde: EEUU tiene el camino allanado para comenzar la invasión, tiene a la opinión pública de su lado. ¿Es que nadie va a pensar en los niños? Niños que resucitan, que afirman que participaron en el teatro por un plato de comida, que son rescatados hasta tres veces en meses y localizaciones diferentes. Pero ya no nos creemos nada, ya no sabemos quiénes son los buenos, ya no sabemos y si el primero mintió y el segundo desmintió, cuando un tercero viene a destapar un fraude del segundo antes que un cuarto acuse de falsedad a todos los anteriores. Ya no confiamos en nadie, y eso es lo más peligroso de todo, pues ante la duda quedaremos impasibles mientras la coalición prepara el bombardeo de democracia en Siria. Es lo que ocurre cuando el blanco se vuelve obscuro, cuando carecemos de claridad. Es la posverdad, amigos.

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Un comentario

  1. Gracias por el artículo.
    ¿Sería posible obtener las fuentes originales que se han utilizado, especialmente las referentes a la identidad de los cascos blancos, para poder contrastar información?
    Gracias

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