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Daphne du Maurier: la escritora favorita de Hitchcock

«Anoche soñé que había vuelto a Manderley». Así, y no de otra forma, se inicia Rebeca, una de las novelas más importantes y perturbadoras del siglo XX. Siete palabras bien colocadas bastaron para estremecer a legiones de lectores y espectadores. Una confesión que a día de hoy todavía resuena en los anales de la historia de la literatura y en la memoria de muchos de los que, gracias a la magia del cine, se quedaron con las ganas de conocer a Rebeca, la verdadera y omnipresente protagonista del film y que el público jamás verá. ¿Su autora? Daphne du Maurier, una escritora británica que, sin pretenderlo, contribuyó de manera decisiva a crear el particular universo cinematográfico de Alfred Hitchcock.

Nacida en Londres, Daphne du Mauier creció en un ambiente de lo más artístico e intelectual. Su padre fue el famoso actor de teatro y mánager Gerald du Maurier. Su madre, la también actriz Muriel Beaumont, sobrina del periodista y escritor Williams Comyns Beaumont. Su abuelo, George du Maurier, el famoso autor y dibujante de Punch. Por no hablar de sus hermanas Angela y Jeanne du Maurier, la primera escritora y la segunda pintora. Y sus primos, los hermanos Lewellyn Davies, quienes inspiraron a James Barrie para escribir Peter Pan. Los viajes a Francia, la curiosidad intelectual, las visitas de celebridades de la cultura británica o los paseos en velero marcaron gran parte de su infancia. Las tres hermanas Du Maurier crecieron con total libertad, desarrollando cada una de ellas su faceta artística predilecta desde edades muy tempranas.

Este ambiente bohemio y acomodado facilitó en gran medida que Daphne du Maurier inicase pronto su carrera literaria publicando sus primeros relatos en la revista Bystander Davies. Uno de aquellos relatos titulado El muñeco, que narra la historia de una mujer obsesionada sexualmente con un muñeco mecánico, ya anticipa el suspense y la perturbación, dos de las señas de identidad que posteriormente inundarían las tramas de sus futuras obras.

Un año después de la publicación de su primera novela, The Loving Spirit (1931), Du Maurier se casó con el lugarteniente Frederick Arthur Montage Browning, héroe de guerra y sir, con quien tuvo tres hijos y una relación bastante azarosa plagada de infidelidades. Fue durante uno de aquellos viajes de trabajo, en concreto en Alejandría, donde Du Maurier comenzó a escribir las primeras líneas de Rebeca (1938). La insatisfacción de su papel como esposa, los celos que sentía por una antigua novia de su marido pese a que esta había fallecido y el recuerdo de una  mansión victoriana durante un paseo por un bosque de Cornualles fueron los causantes de que Du Maurier escribiese su mejor novela. Aquella historia de fantasmas del pasado y enfermizos celos ambientada en una atmósfera de inspiración gótica se convirtió en un éxito inmediato. Casi tres millones de ejemplares se vendieron ininterrumpidamente entre 1938 y 1965, por lo que pronto su nombre comenzó a ser conocido por los lectores de medio mundo. A su vez, Rebeca mereció en Estados Unidos el prestigioso Premio Nacional del Libro en el año 1938 por unanimidad del jurado y, en su Inglaterra natal, la BBC la incluyó en la lista La novela más querida de la nación en el puesto catorce. Pero más allá del reconocimiento por parte del público y la crítica, el espaldarazo definitivo llegó en 1940 cuando Alfred Hitchcock dirige su adaptación cinematográfica. Ríos de tinta se han vertido sobre la horrible actitud que Hitchcock y el actor británico Laurence Olivier mantuvieron con Joan Fontaine para que la vulnerabilidad de su interpretación fuese más creíble, pero lo cierto es que dicha adaptación le proporcionó a Hitchcock el ansiado Oscar a la mejor película en la decimotercera ceremonia de los Oscar.

A pesar de los retoques de guion, a Du Maurier le entusiasmó la adaptación que Hitchcock había rodado de su novela. Sin embargo, no estuvo conforme con algunas de las sucesivas adaptaciones que el director hizo de sus novelas, en especial de La posada de Jamaica, cuyo guion tuvo que ser reescrito completamente para satisfacer el ego de Charles Laughton, protagonista del film. Al igual que en la adaptación de Mi prima Rachel, en la que Du Maurier consideró que Olivia de Havilland no era la más indicada para interpretar a la heroína de su novela. Años más tarde, Hitchcock volvería a Du Maurier para adaptar uno de sus cuentos más interesantes, Los pájaros (1952): de nuevo otro rodaje infernal, con algún accidente y acoso sexual por parte del director a Tippi Hedren incluído, que dieron como resultado una de las películas más icónicas de la historia del cine y la adaptación de la que la propia Du Maurier se sintió más satisfecha.

Dicho todo esto, lo lógico sería pensar que el nombre de Daphne du Maurier está escrito con letras de oro en la historia de la literatura y del cine. Sin embargo, varios factores hicieron que  toda su extensa producción novelística y ensayística quedase injustamente invisibilizada durante muchos años: el primero de ellos fue sin duda la extendida rumorología acerca de algunos episodios de su vida privada. Desde el hecho de que mostrase actitudes masculinas durante su infancia (llegando incluso a vestirse de chico) para estar más cerca de su padre, su supuesta bisexualidad, su relación con la actriz Gertrude Lawrence y las propias declaraciones de la autora al definirse como una mujer híbrida, como una mujer con alma masculina. Tampoco ayudó mucho los años en los que, tras la muerte de su marido, permaneció recluida en su mansión de Menabilly (Cornualles) y su poca predisposición a dar entrevistas en los medios de comunicación. Pero además de todo ello, lo que de verdad afectó a su carrera como escritora fue la alargada sombra de Alfred Hitchcock. Todos recuerdan sus películas, sus personajes, las tramas, los giros inesperados de guion, la ambientación y, cómo no, algunas escenas que, por motivos obvios, han pasado a la historia del cine. Pero por el contrario, muy pocos conocen a la autora que creó todo ese mundo, la que que indirectamente consiguió que Hitchcock encontrase su recordado y perturbador estilo cinematográfico.

Hasta hace unos años, Daphne du Maurier permaneció parcialmente oculta, sobre todo de cara a los lectores. Algunos expertos sabían de su existencia, incluso se realizaron tesis doctorales al respecto, pero salvo Rebeca, el resto de su producción literaria quedó difuminada, hasta el punto de que los lectores de a pie pensaban que Du Maurier era autora de una sola novela. Afortunadamente, en nuestro país editoriales como Alba, El paseo y Biblioteca de Carfax han hecho un esfuerzo titánico al  traducir y editar obras como Los pájaros, Hotel en Jamaica, Mi prima Rachel, el volumen de relatos No mires ahora o Monte verità entre otros. Una impagable labor que los lectores no nos cansaremos nunca de agradecer.

Con el paso del tiempo, la fama de Rebeca fue en aumento, llegando a dar nombre a un síndrome psiquiátrico (el síndrome de Rebeca) con el que se diagnostica a las personas que sufren celos obsesivos por las antiguas parejas de tu actual novia o novio, y en España a una prenda de vestir que todavía a día de hoy se sigue fabricando y llevando temporada tras temporada. Sin embargo, lo verdaderamente importante está detrás, en la identidad de quién creó y dio vida a ese personaje tan inmortal. En la persona que contribuyó, sin pretenderlo, a cambiar la historia del cine y, por extensión, del entretenimiento. Detrás, entre bambalinas, como tristemente ha sucedido a lo largo de la historia, se esconde el nombre de una gran mujer llamada Daphne du Maurier.

Andrea Moliner Ros

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