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El seriéfilo: mayo de 2015

En vista de que este mes se han terminado no una, ni dos, sino cinco series de superhéroes, voy a aprovechar el mes de mayo para tratar este fenómeno que está pegando fuerte en el mundo seriéfilo y que es relativamente reciente (por lo menos en cuanto al crédito que están recibiendo por parte de las cadenas, que están apostando fuerte por este género). Y lo que nos queda: antes de que se termine el año llegará a las pantallas Supergirl  (CBS), de la que por cierto ya se ha filtrado el episodio piloto; y para empezar bien el 2016, los reyes nos traerán Preacher (AMC), adaptación de una historia que, como ya sabrán los que hayan leído los cómics, no deja indiferente a nadie.

Corría el año 2005 cuando una pequeña gota en el océano cinematográfico provocó las pequeñas hondas que irían creciendo silenciosamente hasta desembocar en el tsunami celulítico (referente al celuloide) en el que nos encontramos, a la espera de más de cuarenta estrenos de temática marveliana (vale, también DCiana; no lo quería poner porque queda muy raro). Todo en menos de cinco años. Pero, como decía, todo comenzó un día de cuya fecha no puedo acordarme de aquel año con rima, cuando me disponía a ver en el cine la enésima película de Batman, más por obligación de fan que por ganas. La broma en la que había convertido la franquicia Joel Schumacher (no confundir con Michael, heptacampeón de F1, que sin tener ni idea de dirección cinematográfica, seguro que lo hubiese hecho mucho mejor) era una vergüenza para todo seguidor del hombre murciélago. Y, sin embargo, mira tú por dónde, fui testigo del nacimiento de esa cristalina gota que distorsionaría para siempre el panorama hollywoodiense: el Batman Begins de Christopher Nolan. Por fin un héroe salía del cómic para protagonizar una película para todo tipo de espectadores y no un ejercicio autocomplaciente creado para el disfrute del ejército de fans que, hasta entonces, habían acudido a las salas dispuestos a criticar cualquier desviación de la ortodoxia. Todo lo que sigue ya es historia.

Si hubiese que establecer un paralelismo con el mundo seriéfilo, el equivalente a aquel Batman de Nolan sería (que me perdone el Dios celulítico por lo que estoy a punto de decir) Arrow (The CW), y no porque la calidad de ambos productos se asemeje (obviamente no es el caso), sino por la voluntad de ofrecer una producción seria, aprovechando todas las posibilidades que estos personajes podían ofrecer al  acercarse a ellos desde una perspectiva más adulta y no mostrando simples caricaturas infantiles, que es a lo que nos tenían acostumbrados. Evidentemente no es la primera serie de superhéroes de la historia, pero Arrow se atrevía con un personaje secundario dentro del mundo DC como era Flecha Verde, rompiendo el dominio seriéfilo que hasta el momento ejercía Superman: el hombre de acero había estado involucrado en  Lois y Clark: Las nuevas aventuras de Superman (ABC) y Smallville (WB). Y aunque The CW es un canal dirigido a un público juvenil (quizás por eso escasee la gente fea en Starling City), Arrow ha logrado ir más allá de su espectacular acción (las escenas de lucha están muy bien realizadas), planteando dilemas morales a los que los protagonistas dan respuestas complejas que, en muchos casos, no son las que el público espera. Si a eso le añadimos el interés que despiertan esos años oscuros en la vida de Oliver Queen (adiós a los episodios autoconclusivos de series como The Flash –CBS– de los noventa) que sus creadores saben dosificar muy bien, obtenemos un buen producto que, además de hacer las delicias de los fans, ofrece otros registros que pueden atraer a otro tipo de público.

Viendo que el experimento verde iba viento en popa, el estreno de su tercera temporada llegó con otra serie bajo el brazo: The Flash (The CW) aprovechó las sinergias de su colega (son frecuentes los crossovers entre ambas series) para crear un héroe más divertido y amable. Pero, no nos confundamos, no se trata de un intento de clonar una franquicia de éxito, pues las historias de The Flash tienen vida propia y en la segunda mitad de temporada (incluyendo el final), su trama supera ampliamente a las de su predecesor.

Me es difícil pensar en la supervivencia de Agents of S.H.I.E.L.D. (ABC) si no fuese por la buena acogida de Arrow: un comienzo de una primera temporada tan flojo (únicamente enderezado en los últimos capítulos, que dignifican la historia y lograron la renovación de la serie) y un registro mucho más hardcore dentro del género superheroico impidieron a los espectadores ajenos al mundillo empatizar con ella. Además, en S.H.I.E.L.D. la diferencia entre el bien y el mal resulta muy evidente y no existe un desarrollo de personajes maduro (todos actuarán según su condición de bueno o malo de la serie), de modo que el uso y disfrute de las escenas de acción queda muy reducido, incluso para los que gustamos de los inventos más imposibles, mundos distantes, personajes mutantes y demás imaginería moderna.

A rebufo de esta última, también se crea la miniserie Agent Carter (ABC), que puede verse de forma totalmente independiente y que, presumo, puede ser más del gusto del gran público. En esta ocasión, podría decirse que la producción de ABC es una serie de espionaje (con trasfondo comiquero) ambientada en el Nueva York de los años cuarenta. Para los más entendidos en la materia marvelita, decir que cronológicamente se situaría entre las dos películas del Capitán América y que ilustra los inicios de la agencia S.H.I.E.L.D. (aunque por entonces ni siquiera se referían a ella con esas siglas). Datos que son completamente irrelevantes  para su disfrute, ya que cuenta con un reparto muy inspirado y una producción que muestra el mimo especial con el que fue creada. Nunca lo breve (ocho capítulos) fue tan bueno y, en mi opinión, superior a su serie nodriza Agents of S.H.I.E.L.D.

 

Por otra parte, aunque no llega a ser un superhéroe, Constantine (NBC) levantó gran expectación cuando se anunció su adaptación a la pequeña pantalla, entre otras cosas por su condición de personaje de gran tradición dentro del mundillo. Lamentablemente, su conversión fue la peor de todas las que voy a comentar, a pesar de un episodio piloto que prometía. Sus creadores no han sabido captar la personalidad tan ambiguamente cínica de su protagonista, ni plasmar el mundo decadente y lóbrego que aquellos grandes escritores malditos como Warren Ellis o Garth Ennis habían utilizado para plasmar sus más enfermizas pesadillas. El formato de episodios autoconclusivos al más puro estilo C.S.I. (CBS) tampoco ayudó mucho. Una lástima. Brindo por lo que podía haber sido y no fue. ¡A tú salud, John Constantine!

A estas alturas, es obvio que está aún en pañales y le queda mucho por recorrer, muchos callejones oscuros que explorar y otros tantos sin salida contra los que chocar. Quizás sea esa la razón por la que prestar atención a su evolución tiene tanto interés: virgen, inexplorado, esperando a todos aquellos audaces que no tengan miedo a fracasar estrepitosamente. Pero, poco a poco, ya se han dado pasos hacia lo desconocido. Dos series han sido las que han intentado dar una vuelta de tuerca y marcar un hito dentro de este emergente mercado, aunque con suertes dispares. Por un lado, Gotham (FOX), proyecto ambicioso que pretende explotar una franquicia de enorme éxito a través de una historia de Batman, pero sin Batman. Todo el hábitat de la ciudad de Gotham disponible para ser moldeado al antojo de sus creadores, mientras el joven Bruce Wayne crece tratando de sobreponerse a la muerte de sus padres y siendo una pieza más (no central aún) de la rica colección de personajes que inundan las calles de la ciudad. En ella nos encontraremos con el comisario James Gordon, que aún no es comisario; con el Pingüino y La Gata; podremos cruzarnos  con Enigma, Poison Ivy o incluso Harvey Dent. Hasta está el bueno de Alfred. Pero como le dijo tío Ben a Peter Parker: «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad» y, obviamente, trasladar el mundo de Batman a la pequeña pantalla era algo que iba a ser analizado con lupa por millones de fans. Y a pesar de la buena ambientación (curiosa la estrategia de dotar de más realismo a los escenarios exteriores que a los interiores, más inspirados en las viñetas) y de que los personajes están bien adaptados e interpretados (a destacar el personaje del Pingüino o los dos detectives protagonistas), la serie avanza a trompicones sin lograr hilvanar tres buenos capítulos seguidos, ni mostrar su verdadero potencial. Además, la aparición de algunos villanos demasiado caricaturescos dentro de la aproximación realista de la serie resulta demasiado forzada y resta credibilidad al conjunto.

Pero, por otro lado, el último en llegar, el Daredevil de Netflix, se ha convertido en la sorpresa del año. Esta producción recoge además a un héroe caído, vapuleado por la desastrosa adaptación cinematográfica con Ben Affleck como actor principal, para empezar de cero y conseguir, a través de una producción sobria, un producto de gran calidad. A pesar de estar ambientada en un decadente, sucio  y corrupto Hell´s Kitchen (barrio neoyorquino), que rezuma oscuridad por todos sus poros, la serie mantiene toda su credibilidad. La clave es una suerte de realismo mágico catódico (si se me permite usar una expresión que no tengo muy claro qué puede significar) en el que se introduce un elemento fantástico (el héroe, Matt Murdock) dentro de un conjunto que se mantiene rigurosamente dentro de los parámetros de la realidad. Así, a pesar de la existencia de un ciego vestido con unas mallas que todas las noches se dedica a dar volteretas por los tejados mientras reparte mamporros a diestro y siniestro, los espectadores seguimos en Nueva York. Todo lo que rodea al protagonista (incluido él mismo, cuando se quita las mallas) destila realidad por los cuatro costados, y los personajes (muy correctos todos, destacando la gran caracterización que Vincent D’Onofrio hace de Kingpin) dudan, se equivocan y actúan en base a sus vivencias y circunstancias, mostrando en todo momento que son humanos. Quizás el mejor halago que se le puede hacer a Netflix es que su serie de superhéroes se puede recomendar a cualquier persona que no guste de ellos y, aun así, será capaz de ver la profundidad de sus reflexiones, saboreará la amargura del fracaso, sentirá la impotencia del débil y nunca olvidará el valor de la amistad. Bueno, eso y que las escenas de acción son una delicia: host**s como panes, amigos. Duelen solo con verlas.

Veremos qué nos depara en el futuro este género tan especial. Lo que está claro es que ya ha logrado irrumpir en la vida de todos los seriéfilos y que, por su culpa, tengo que volver a prometer hablaros de todas esas novedades jugosas que se están paseando por nuestras pantallas: Silicon Valley (HBO), Louie (FX), Orphan Black (Space), Penny Dreadful (Showtime)… Ya sé que es lo mismo que prometí el mes pasado, pero es que las volteretas, los golpes y la percepción mejorada me llevaron a una profunda reflexión sobre el catálogo de series superheroicas que tenía que dejar salir por algún lado. Así que, ¡dejadme en paz!, que tengo que ponerme al día.

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2 comentarios

  1. Interesante, fresco y gracioso. Como siempre. Seriéfilo style.

    Muy de acuerdo en todas tus reflexiones (aunque yo situaría la gota del tsunami superheroico en los Xmen de Singer y el Spiderman de Raimi). Y qué buena es Daredevil. Por cierto, ¿no hubo también una adaptación de Superboy allá por los 90?

    1. Muchas gracias Superlópez!!! Efectivamente, estás en lo correcto, se hizo una serie en los 90 de Superboy que tuvo 4 temporadas; no la he comentado porque consideré más representativas las otras dos (sobre todo Smallville con sus diez temporadas).
      El tema del Batman de Nolan es una apreciación totalmente personal, en su momento, el Spiderman de Raimi y los Xmen de Singer los ví más como buenas películas de superhéroes para fans (y salí muy satisfecho pues se veía que se había invertido pasta y que eran proyectos serios) pero no las veía igual de buenas para un público general; sin embargo Nolan desdibuja la frontera entre buen cine de superhéroes y buen cine en general. Pero vamos, que es algo totalmente subjetivo y conozco mucha gente que comparte tu opinión (más que la mía, jeje).
      Un saludo.

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