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Garbancito de la Mancha, Movimiento animado

España, finales de 1945. En esos tiempos en que en el mundo comenzaban los juicios de Núremberg, se fundaba la ONU, Japón firmaba su rendición y Jean-Paul Sartre pronunciaba la conferencia que crearía el movimiento existencialista, se estrenaba en Barcelona la primera película de animación en color rodada fuera de los Estados Unidos, Garbancito de la Mancha.

En aquellos días la sociedad Ballet y Blay era, además de una productora cinematográfica, una distribuidora de filmes. José María Blay veía un gran nicho de mercado que llenar con las producciones animadas estadounidenses, pero en el país se restringían los permisos de importación de películas extranjeras a máximo dos por cada producción nacional. La idea de Blay era encargar un guion para una película de animación a un escritor del Movimiento, realizar una «cosa española, bien española, y bien castellana» que exaltara los valores cristianos y nacionales y conseguir de esta manera, Falange mediante, que las películas de dibujos animados dirigidas al público infantil entraran en una categoría de clasificación de importación diferente, con menos restricciones.

El hombre elegido para realizar el guión del proyecto fue Julián Pemartín Sanjuán, activo político falangista, flamencólogo, y apasionado amante del vino de Jerez. Medalla de la Vieja Guardia de la Falange, de su pluma salieron las obras Hacia la Historia de la Falange (1938), Teoria de la Falange (1941) y Lecciones elementales del Nacional Sindicalismo (1942), además de numerosos tratados sobre la vendimia jerezana. Gran amigo de Eugenio D’Ors, uno de los impulsores del novocentismo, y José Antonio Primo de Rivera, gozaba de una posición que tenía acceso a personalidades muy influyentes. A cambio de un buen sueldo, aceptó participar en el proyecto y escribir un cuento corto en que se basaría el guion del filme, que con el tiempo se convertiría en su creación más notable, y por la que el futuro Vicesecretario Nacional del Movimiento pasaría a la historia.

Al frente de la realización se colocó a Arturo Moreno, un historietista e ilustrador de cierta relevancia en la época. Durante la década de los años veinte fue dibujante y guionista de historietas en revistas infantiles como TBO y Pulgarcito. Gran aficionado al cine, estudiaba con gran interés los cortometrajes de El gato Félix que se exhibían antes de las dobles sesiones, pero no fue hasta después de la Guerra Civil, con la llegada de las Silly Simphonies, cuando entendió que en España existía talento y capacidad para realizar trabajos similares. Tras realizar varios cortos publicitarios animados para Bayer, presentó a la productora Ballet y Blay un proyecto titulado El capitán Tormentoso. Si bien esta empresa sería rechazada, José María Blay y Ramón Ballet le propusieron la realización de una producción mucho más ambiciosa: contar la historia de Garbancito, un huérfano temeroso de Dios que vive en una granja y que un día, cuando se dirigía al pueblo a vender unos quesos, se enfrenta al Gigante Caramanca (acompañado de la Tía Pelocha) que secuestra a dos niños con la intención de comérselos. Será el Hada Mágica quien le encomendará rescatarlos.

En noviembre de 1945, tras catorce meses de trabajo, más de cien personas implicadas en la producción, un incendio en el estudio, arriesgados viajes a Londres (en plena Segunda Guerra Mundial) para revelar los negativos y un coste final de tres millones ochocientas mil pesetas, una verdadera fortuna para la época, Garbancito de la Mancha se estrenó en la sala Fémina de Barcelona. Retransmitido en directo por varias emisoras radiofónicas, la película fue declarada «de interés nacional», premiada por el Sindicato Nacional del Espectáculo y aplaudida con entusiasmo por los dirigentes del Movimiento. En torno a la figura de Garbancito se comercializaron discos con sus canciones, álbumes de cromos, muñecos y todo tipo de juguetes que quedarían grabados en los recuerdos infantiles de los niños de posguerra y que muchos, inocentemente, aún recordarán con cariño.

Pero Garbancito de la Mancha no era solo la adaptación animada de un cuento infantil. Garbancito no solo era un héroe desvalido que se sobreponía a las circunstancias y gustaba a los niños, sino que además los adoctrinaba y moralizaba a través de un modelo cristiano ejemplar que reza todas las mañanas agradeciendo al cielo; que trabaja la tierra sin descanso y se contenta con el escaso fruto de su trabajo; que dona sus excedentes a la parroquia para el sufrago de cirios y que se resigna paciente, en definitiva, a permanecer en el lugar que le corresponde. Cuando el Hada se le aparece y le encarga la empresa del rescate de sus amigos Garbancito acepta, dispuesto a cumplir el deber encomendado sin esperar recompensa ni reconocimiento. De pacífico labriego pasa a ser un soldado que no teme el enfrentamiento ni duda en emplear la violencia, pues un fin mayor justifica cualquier acción. Garbancito, así, instrumento del designio divino, se enfrenta al mal con los poderes que le otorga el Hada Mágica. La victoria final del héroe sobre sus enemigos no es solo material, sino también espiritual, y ello justifica el exterminio de los malos, para los que no existe redención, ni perdón, pues contra el mal absoluto solo cabe la lucha a muerte.

El largometraje, que terminó recaudando cinco millones de pesetas en taquilla, era en definitiva la exposición, desde una explicación que adoctrinara a los niños, de los tres preceptos fundamentales de lo que Primo de Rivera llamaba «la moral de La Falange»: el de servicio, del cumplimiento del deber por el deber; el de imperativo poético, en que una fuerza interior anima a realizar las empresas más difíciles y complicadas, en que se encuentra la verdadera belleza; y el de la disposición combativa, en que el fin justifica cualquier postura belicista. El Movimiento, en movimiento.

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