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Il Grande Torino, el Torino, F.C. que dominó Italia en los años 40

En los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en un país resquebrajado y que comenzaba a sufrir las consecuencias de la derrota en la contienda internacional, hubo un equipo al que, con el paso del tiempo, se denominó Il Grande Torino; un equipo que se forjó con letras de oro un sitio eterno en la historia del fútbol. Fue un equipo idolatrado en su ciudad y amado en todo el país hasta que una tragedia lo convirtió en mito. Antes, el Torino, F.C. había ganando cinco Scudettos de forma consecutiva, combatiendo la decadencia futbolística del país con un juego valiente y ofensivo. Aquel legendario conjunto ejerció una supremacía absoluta durante gran parte de la década de los 40, llegando a ser el club más temido y respetado del Viejo Continente.

Todo comenzó en 1942, año en el que el presidente de la entidad, Ferrucio Novo, puso en práctica su ambiciosa idea de hacer grande al club y comenzó a construir un equipo en base a una política de fichajes que el tiempo demostró como totalmente acertada. Novo confió la batuta del equipo al inglés Lesley Lievesley y contrató, entre otros futbolistas, a Valentino Mazzola, el que sería el jugador más importante de los granate; el hombre alrededor del que el equipo creció hasta hacerse grande y conseguir en la temporada 1942-43 su primer título liguero. Esto sucedió unos meses antes de que, debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial, se suspendiera el campeonato italiano durante dos años.

El presidente evitó entonces que gran parte de los futbolistas del plantel fueran alistados durante el conflicto, consiguiéndoles trabajo en la fábrica que la mayor empresa de construcción de automóviles italiana tenía (y tiene) en la capital piamontesa. Él mismo era el que dirigía la factoría, razón por la cual el equipo conservó la misma base una vez finalizado el conflicto. Si bien era Mazzola el que sobresalía, por ser capitán y el líder indiscutible del equipo, todos los futbolistas cumplían su papel en aquel Torino. El conjunto jugaba con un esquema 3-4-3 que se convirtió, gracias al equipo turinés, en el más utilizado por sus rivales durante años.

Respaldados por el legendario portero Valerio Bacigalupo, Aldo Ballarin, Mario Rigamonti y Virgilio Maroso comandaban la defensa granate, brindándole muchísima seguridad a un once que contaba con el buen hacer de sus dos centrocampistas defensivos, Eusebio Castigliano y el triestino Giuseppe Grezar. En las bandas, sobresalían los interiores Mazzola y Ezo Loik. Ambos habían sido fichados del A.C. Venezia y eran las piezas fundamentales de cada uno de los movimientos ofensivos del equipo, en los que también participaban los extremos Romeo Menti y Franco Ossola. En la punta de ataque se encontraba Guglielmo Gabetto, que nunca perdonaba.

Reanudada la actividad después de la contienda mundial, el Toro no detuvo su impoluta marcha y, entre 1945 y 1949, obtuvo otros cuatro Scudettos anotando más de 300 goles, consiguiendo 112 victorias y cosechando tan solo 16 derrotas sobre un total de 156 encuentros disputados. La supremacía era tal, que el equipo se mantuvo invicto 93 partidos seguidos jugando en su estadio, aquel mítico Stadio Filadelfia (hogar del Toro desde 1926 hasta 1963). El viejo estadio todavía hoy en día se conserva en una zona de la ciudad turinesa, aunque totalmente abandonado y con las viejas tribunas demolidas.

Ya en la temporada 1948-49, cuando el campeonato llegaba a su fin y solo restaban 4 jornadas, el Torino le sacaba una ventaja más que considerable al Inter de Milán. Se encaminaba directamente a la obtención de su quinto título de Liga consecutivo, que el club pretendía celebrar una vez que regresaran de Lisboa, ciudad a la que el plantel se había trasladado invitado por el Benfica para participar de la despedida del capitán portugués Jose Xico Ferreira, en la que para desgracia del mundo futbolístico sería la última aparición del equipo en un terreno de juego.

El 4 de mayo de 1949, pasadas las 5 de la tarde, sonó el pitido final sin que ese equipo de leyenda pudiera tener la más mínima opción de ganar. Sus ilusiones, esperanzas o ambiciones murieron cuando aquel avión trimotor se estrelló contra la cúpula de la Basílica de Superga, a 20 kilómetros de Turín. En el desastre fallecieron todos los pasajeros; 33 personas, entre las que se encontraban los dieciocho futbolistas de aquel mágico Torino. Un fuerte temporal y una espesa niebla impidieron su regreso a Turín.

Nadie sobrevivió al impacto. Nadie salvo dos futbolistas que, por distintas razones, no subieron a ese maldito avión. El mítico Ladislao Kubala fue uno de ellos. El futbolista húngaro, que más tarde se convertiría en una estrella mundial, tuvo que permanecer en Lisboa porque su hijo había enfermado. El otro superviviente de aquella plantilla fue Sauro Tomá, un lateral izquierdo procedente del modesto equipo ligur del Spezia Calcio que acababa de fichar por el Torino.

La conmoción que la tragedia causó en Italia fue inmensa. El país declaró el luto oficial y casi un millón de personas asistieron al funeral celebrado en la plaza principal de Turín para despedir, uno por uno, a quienes habían sido sus héroes. En un acto de total justicia, al Torino le dieron por ganada aquella Liga, en la cual el equipo acabó jugando con juveniles los cuatro encuentros que le faltaban, ante el Palermo Calcio, la U.C. Sampdoria, la A.C. Fiorentina y el Genoa, C.F.C., conjuntos que también hicieron lo mismo por respeto a aquel inolvidable combinado al que solo la desgracia le impidió seguir escribiendo su inalterable historia.

La hegemonía del Torino llegó hasta ese 4 de mayo de 1949. Aunque el Toro volvió a ganar el Scudetto en la temporada 75-76, nunca más volvió a tener tal supremacía en el campeonato italiano como en aquellos años de la década de los 40. Siempre quedarán en el recuerdo de la tifosería granata los míticos jugadores del Grande Torino:

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