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La Gran Pacificación (Taiheiki): Historia con mayúsculas inmejorablemente editada

Afrontar la reseña de una de las piezas claves de la historia y la historiografía japonesas, comparable a las Sagas Islandesas o la Crónica Anglosajona, requiere, probablemente, aclarar desde el principio qué tipo de lector puede acercarse a la obra. Parece obvio que cualquier persona realmente interesada por la historia japonesa debería hacerse con Taiheiki, La Gran Pacificación, de la misma manera que un aficionado serio a la historia de la ciencia adquiriría sin dudarlo las Tablas alfonsíes o la obra astronómica de Percival Lowell. Sin embargo, esta misma descripción parece confinar el alcance de una obra de estas características al ámbito de la erudición, y es razonable que así lo sea, puesto que el Taiheiki exige conocimientos profundos de la historia, la cultura y la sociedad japonesas, que trascienden con mucho lo que un lector casual de textos orientalistas puede abarcar. Digamos que haberse leído La espada y el crisantemo, por citar una obra tristemente influyente, no sirve de ayuda para enfrentar la gigantesca tarea del Taiheiki.

La gran pacificacion - TaiheikiNo obstante, la edición de Trotta, dentro de su imprescindible colección Pliegos de Oriente, y de Carlos Rubio, sí es suficiente ayuda. Y lo anoto con sorpresa, con auténtica sorpresa. No es habitual que una obra histórica tenga un prólogo verdaderamente ajustado a las necesidades del lector medio, pero la introducción de Rubio, insigne japonólogo, permite contextualizar la época y la naturaleza del Taiheiki a la perfección. La traducción, por otra parte, es sencillamente perfecta. Natural, fluida y literaria, logra una síntesis orgánica de virtudes que muy rara vez se observan simultáneamente en las traducciones del japonés. Los traductores de esta obra proponen un texto expurgado de los giros en bloque tan característicos de los textos que quieren «soñar» añejos, exóticos; ese lenguaje esclerotizado, ahogado por epítetos desgastados y subordinadas manieristas. Ese lenguaje, en definitiva, que escuchamos en las series históricas españolas, tan alejadas de la precisión de (algunas) adaptaciones de la BBC, como por ejemplo las de las novelas de Elizabeth Gaskell. La obra que nos ocupa, Taiheiki, se beneficia de una traducción tan limpia en lo descriptivo, tan vigorosa cuando toca derramar sangre y tan delicada cuando toca escuchar poesía, que muchos capítulos podrían pasar por relatos contemporáneos.

Debido a motivos profesionales, este no ha sido mi primer acercamiento a Las crónicas de la Gran Pacificación. Ya había tenido ocasión de leer los capítulos traducidos por Helen McCullough al inglés, y no me cabe duda de que la edición de Trotta es muy superior, aunque solo sea por evitar los incómodos arcaísmos que usa McCullough para crear ambiente. El aparato crítico y la erudición en forma de notas al pie de página están, al igual que el prólogo, ajustados a las necesidades del texto, sin permitir lagunas interpretativas y sin abrumar al lector. Me he leído la obra lenta y cuidadosamente, intentando asimilar la experiencia incomparable de acercarse a un período que me resulta familiar a través de un texto que supone un descubrimiento permanente. La traducción, el prólogo y el aparato crítico me han tomado de la mano, como aseguraba Patricia Highsmith que hacía el buen escritor con sus lectores, y me han guiado hasta el punto y final. Entre medias, tras varias semanas de lectura pausada, me queda claro que esta narración, compleja en todos los sentidos, podría haberse vuelto densa si los traductores de la edición española no hubieran hecho el esfuerzo de buscar la palabra justa.

Ilustracion del TaiheikiPero lo hicieron. Le mot juste, la palabra exacta, de Flaubert, lo mínimo que se le puede exigir a un escritor y lo máximo que este puede dar. Desde el punto de vista formal, la edición española del Taiheiki es irreprochable y amplía el espectro de lectores a los que cabe aconsejar este libro. Porque, hay que decirlo cuanto antes, el Taiheiki es mucho más entretenido que las crónicas medievales europeas o las sagas vikingas. Es un relato heroico que mezcla historias de corte con grandes guerras y pequeños duelos, fantasía, traiciones, poemas y, como es característico de los ciclos bélicos japoneses, una intensa carga emocional. Gracias al prólogo y las notas al pie, el lector podrá deslindar la realidad histórica de la pura elaboración poética, sacando así el máximo provecho a una obra que permite conocer una época y pasar muchas horas de entretenimiento. La edición de Trotta, y ahora me refiero a los aspectos materiales, también facilita la tarea. Se trata de un libro bonito, agradable al tacto, bien maquetado y diseñado. Tampoco se desgasta en alardes ni adornos. Y creo que esa decisión también forma parte del éxito de la obra. Este Taiheiki funciona además porque la editorial le ha dado el aspecto justo: un texto serio, que no se puede leer en dos tardes, pero una obra entretenida, con aspecto de novela histórica. Acertar con la medida y el rango de majestuosidad no siempre resulta sencillo, aunque hay que añadir que Trotta es una editorial particularmente afortunada en sus decisiones estéticas.

Por tanto, y, en resumen, el trabajo de editores, traductores y escritores ha permitido eliminar casi todas las barreras que pudieran existir. Esta obra puede resultar excesivamente ardua para seguidores casuales de la cultura japonesa, así como para aquellos que se interesen únicamente por sus aspectos más «exóticos». Pero, en términos generales, cualquier persona que quiera ampliar sus conocimientos sobre Japón tiene en Taiheiki un texto fundamental para conocer su historia y que, además, resulta crucial para comprender cómo se ha formado la imagen del moderno guerrero japonés. Por otra parte, quien disfrute con las ficciones históricas y con las crónicas noveladas, de cualquier época, lugar o condición, no se arrepentirá de comprar este libro. Todos los elementos que lo componen se unen para que el lector llegue a la primera página del Taiheiki ávido por descubrir las aventuras de los Ashikaga, la caída del bakufu de Kamakura, la leyenda de Kusonoki Masashige o la historia de la mítica espada Kusanagi.

Y creo que no se va a sentir decepcionado.

Taiheiki 2

La historia del Taiheiki

Entre los períodos Kamakura y Muromachi se desarrolla un ciclo épico que se denomina Gunki monogatari, literalmente «historias bélicas». Se trata de una serie de relatos centrados fundamentalmente en las guerras civiles y conflictos que menudearon entre los siglos XII y XVI. Obras como Hôgen monogatari, Heiji Monogatari, Soga Monogatari y, muy particularmente, el Heike Monogatari, fueron textos cruciales para definir la imagen del guerrero japonés tal y como la conocemos hoy en día. La trama que hilvana el Taiheiki es la épica lucha del emperador Godaigo desde su corte en Yoshino (la Corte del Sur, o del Este) contra la Corte de Kioto, establecida por Takauji. No se trata únicamente de un conflicto de legitimidades entre dos Cortes Imperiales (denominado Nanbokuchô), sino que los bandos en litigio también plasman un enfrentamiento cultural, entre la parte occidental del país, la del refinado Kioto, y la oriental, el rudo y guerrero Japón Kamakura. El Taiheiki se puede dividir, entonces, en tres grandes secciones cronológicas: los primeros doce capítulos cubren el final del sogunato Kamakura, colapsado en 1333. Los siguientes nueve capítulos abordan la historia de la restauración del emperador Godaigo, su declive y su consiguiente destino. Los últimos diecinueve capítulos se ocupan del nuevo Sogunato Ashikaga, creado en 1367. En esta sección se incluyen las luchas entre los partidarios de Takauji y Tadayoshi, así como, de trasfondo, los primeros momentos del reinado de Ashikaga Yoshimitsu, que comienza en 1368.

Kikuchi Shichirô TaketomoLa realidad de los eventos históricos narrados por el Taiheiki está en disputa; no cabe duda de que parte del relato se basa en hechos ciertos, e historiadores japoneses como Satô Kazuhiko utilizan las crónicas como fuente para estudiar el fenómeno del gekokujô. Este término, que refiere al violento ascenso social de vasallos, campesinos y pequeños señores que arrebataron el poder político a los señores más poderosos en algunas zonas, denota un proceso clave dentro de la historia medieval japonesa, y es una de las expresiones de un cambio de era que Carlos Rubio resume en tres grandes nociones.

«Y por encima y abajo, a derecha e izquierda, delante y detrás, tres bancos de niebla sutil, pero penetrante. Son las tres nociones que retratan el pulso espiritual de la época: el mundo en caos (mappô, en términos budistas), la sociedad al revés (gekokujô, en términos sociales), el código ético de una clase social (bushidô, lo llamarán mucho después).»

El vuelco del orden social, el gekokujô, es una de las claves fundamentales para comprender este libro. Es un proceso característico del siglo XV, de la época de las grandes guerras de la era Sengoku Jidai, periodo durante el que incluso campesinos y comerciantes locales llegaron a constituirse en organizaciones locales de autodefensa. Estas organizaciones alcanzaron gran poder político y, por ejemplo, dominaban la Junta de Consejeros de las ciudades de Kioto y Hakata, y el puerto de Sakai, institución que tomaba decisiones cruciales respecto a la vida de la ciudad. También nacieron comunidades campesinas autogobernadas (sômura), que establecían acuerdos con los guerreros, comprometiendo el pago de impuestos a cambio de tranquilidad y no convertir su territorio en campo de batalla. Este proceso, cristalizado en el siglo XV, arranca en el XIV, y se refleja en el Taiheiki de tal modo que, a decir del propio Carlos Rubio, perfectamente pudo haberse denominado «Crónicas del genkokujô». La primera vez que aparece el término es en el Genpei seisuiki,

«…obra hermana de la presente, y reaparece con frecuencia en los diarios del siglo XIV escritos por cortesanos que en carne propia conocen sus consecuencias, y naturalmente en las páginas de nuestra obra, una de cuyas expresiones más comunes es «la confusión de los tiempos». Dos de sus frases más significativas al respecto son estas: «Vivimos en la época en que el vasallo asesina a su señor, y el hijo a su padre. Solo prevalece la fuerza desnuda. Verdaderamente son los tiempos del gekokujô» y «Debido a los sucesos ocurridos de improviso en aquellos días, los espíritus de la gente se agitaron tanto que daba la impresión de que el cielo y la tierra se habían invertido. ¡Qué situación tan terrible!»»

Ashikaga TakaujiConvulsión social, por tanto, y advenimiento del guerrero japonés, tanto en su versión samurái como en la de los monjes guerreros. Cuando Godaigo ocupa el trono imperial con treinta años (una auténtica rareza, dado que hasta entonces la dignidad imperial había recaído en niños dominados por sus familiares) decide revolverse contra el sogunato Kamakura, dirigido en aquel entonces por el clan Hôjô. Durante el período Kamakura la figura imperial apenas era un símbolo sin poder administrativo y el verdadero control lo ostentaba el regente del Shogun, shikken. Fueron las maniobras de Godaigo las que terminaron con esta situación. Su primera tentativa le acarreó el destierro, pero la causa imperial fue creciendo en partidarios y la sogunal en desafectos, entre ellos Ashikaga Takauji, general del sogunato que se puso de parte de Godaigo. Durante la restauración Kenmu (1333-1336), en la que Godaigo intenta, en vano, asentar las condiciones para recuperar el poder imperial, se encuentra con la resistencia de los guerreros, capitaneados por el propio Takauji, que consigue imponerse en la batalla de Minatogawa. Tras ello, Godaigo logra escapar de Takauji y establece una corte en Yoshino desde la que luchará contra el gobierno militar de Takauji. Esta trama de conspiraciones, guerras y traiciones está marcada por el profundo descontento de la corte imperial, cuyo poder político y económico había mermado a medida que los militares se hacían más presentes en la vida del país. Pero los intentos de restauración imperial de Godaigo, en un tiempo en el que solamente los guerreros profesionales estaban legitimados para ejercer la violencia, solo podían llevarse a cabo empleando a otros guerreros. A todos los conflictos que desgarran la sociedad japonesa hay que añadir el que acaece dentro de la propia casta militar.

¿Cómo habían llegado los samurái a alcanzar un poder tan determinante en Japón? En su valioso prólogo, Carlos Rubio resume con admirable precisión el advenimiento de esta clase social. Durante el siglo X los profesionales de la guerra se constituyen como clase hereditaria y, a la manera de los germanos durante las últimas fases del imperio romano, eran reclutados por los nobles como fuerza de choque para dirimir sus disputas. Así, el Heike Monogatari narra la guerra entre los Taira y los Minamoto a finales del siglo XII. De las guerras Genpei emerge victorioso Yorimoto, del clan Minamoto, que sitúa el sogunato en Kamakura, lejos de la «influencia debilitadora de la capital», y prohíbe los contactos entre sus vasallos y la corte imperial. Consideraba que la decadencia de las ceremonias y los lujos imperiales ablandarían a sus hombres, y es por ello que intenta preservar intactos los valores y costumbres de los rudos hombres de guerra, exaltando además la lealtad, la disposición a morir en nombre del señor, la frugalidad y la fiereza. Durante el siglo XIII, el sogunato, en manos del clan Hôjô, efectuó un formidable desembolso para contener la amenaza mongola, pero sus pagos, tras cincuenta años de preparación militar y espiritual, no satisficieron ni a los samurái ni a los centros religiosos. En Japón no hay mucha tierra que repartir, con lo que menudearon los agravios y el clima de convulsión social parecía favorable a los sueños de restauración imperial de Godaigo.

Así, Yorimoto en el siglo XII había terminado con la vieja certidumbre de que los guerreros eran súbditos imperiales, al fundar un sogunato lejos de la corte y exaltar la lealtad hacia el superior militar. La insatisfacción económica hizo el resto, y solamente hizo falta que subiera al trono un shikken corrupto y vulgar, como Takatoki, para que los guerreros y sus lealtades se convirtieran en la pieza clave de la historia japonesa. Andando el tiempo, los samurái se convertirán en clase ociosa dedicada a la cultura y la creación literaria; de hecho, ya en la época que nos ocupa los guerreros practicaban el dengaku, por ejemplo, bailes asociados a la plantación del arroz, y competían en improvisación poética. Los bushi aún no se habían despegado de su origen rural y su cultura era fundamental oral, pero en su ascenso hacia el centro de la vida política japonesa, el arte y la poesía formaban parte del proceso de legitimación. Los guerreros del Taiheiki son, ante todo, nobles y valerosos, aunque su lealtad se tambalea, durante una era de cambios violentos y traiciones constantes.

La ética samurái, el origen del bushido, se despliega en esta obra y los guerreros se suicidan antes de caer en el campo de batalla, provocando incendios justo antes para desfigurar el cadáver. Pero también protagonizan momentos hermosos, como el episodio en el que Kojima Takanori, leal a Godaigo, grabó un poema en un cerezo como prueba de su afecto por la causa imperial[1]. En el Taiheiki podremos leer la historia del legendario guerrero Kusunoki Masashige, cuya leyenda se erige durante la época de esplendor del neoconfucianismo en Edo hasta convertirse en emblema del ideal de la lealtad samurái. Su lealtad hasta el fin le convirtió en motivo de canciones patrióticas durante la época fascista, y su disposición a entregarse en cuerpo y alma al emperador hizo que los pilotos kamikaze le adoptasen como santo al que encomendarse antes de cumplir su última misión.

Fujiwara no MasakiyoEl Taiheiki, en fin, va mucho más allá de ser una simple crónica de guerras cortesanas. Es la narración de un cambio de era, de un período de convulsión extrema, marcado por intrigas, por el ascenso irresistible de la clase guerrera en detrimento de la cortesana y el advenimiento de un nuevo clima espiritual. Es un libro en el que nos podemos encontrar pasajes de fantasía, como el maravilloso baile de los Tengu[2], destructivas deidades sintoístas, disfrazados de monjes montaraces, en la corte. Una obra soberbia, inmejorablemente editada y traducida, que ningún aficionado a Japón, a la historia militar y a la Historia debería perderse. Solo me queda felicitar a Trotta, a Carlos Rubio y al resto de traductores y, aprovechando la ocasión que se me brinda, invitarles a traducir el Hinin Taiheiki, la crónica de las terribles hambrunas del período Edo y de las rebeliones del batallón de pobres, ladrones y miserables. Por pedir, que no quede.

[1]Kojima, que probablemente no sea más que un personaje de leyenda, fue exaltado durante la época Meiji, en apoyo de su propia causa de Restauración Imperial, e incorporado a los mitos nacionales del país dentro del proceso de «invención del Japón» que han tratado autores como Gluck, Brownlee o Vlastos, tras la estela historiográfica de la pionera obra de Hobsbawm y Rangers.

[2]Hoy en día los Tengu se caracterizan por su descomunal nariz, pero originalmente eran una especie de aves rapaces, y fue su pico lo que terminó convirtiéndose en la actual nariz.

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5 comentarios

    1. Lo dice en el primer párrafo: «la edición de Trotta, dentro de su imprescindible colección Pliegos de Oriente, y de Carlos Rubio, sí es suficiente ayuda.»

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