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Cine y TV

Los Cazafantasmas: exploitation a la inversa

Ghostbusters, el gran éxito taquillero de 1984, se convirtió tras recaudar casi trescientos millones de dólares en una franquicia que comercializó videojuegos, series animadas, juegos de mesa, figuras de acción y cómics. Muchos atribuirían esta gran acogida a la novedad del concepto, la frescura del guion, la originalidad de la idea. Tal vez estos mismos no sepan que, tras el estreno, la productora Columbia Pictures fue demandada por plagio, pues los verdaderos cazafantasmas existían desde 1975.

Los amantes del cine hemos visto cómo, a lo largo de los años, ya sea de manera cíclica, por escasez de ideas o simplemente por echarle la mayor cara posible al asunto de aprovecharse de grandes éxitos ajenos, han aparecido, y seguirán apareciendo, multitud de películas que han empañado el legado de títulos inolvidables. Estas falsas secuelas, copias descaradas sin la más mínima vergüenza, consiguieron embaucar a espectadores que por aquel entonces no disponían de los medios con los que hoy día contamos para buscar información sobre una película y decidir si realmente merece la pena ir a ver un contenido no original. Sí, hablamos de exploitation.

Exponer un tema tan extenso podría resultar interminable. La cuestión no solo se reduciría a los Exploits, sino que se podrían meter en el mismo saco todos los remakes , reboots, e incluso géneros enteros como el slasher o el mondo, que en muchos casos se han convertido en explotaciones de sí mismos. En esta ocasión, en cambio, vamos a tratar un caso totalmente antagónico a los anteriores y que surgió de una idea que pasó con más pena que gloria por la parrilla televisiva, hasta que finalmente evolucionó en otra que todavía hoy en día sigue teniendo fuerza, aunque casi nadie conozca su verdadero origen.

¿Quién de vosotros no ha visto nunca la película Los cazafantasmas (Ghostbusters, 1984)? Seguro que no solamente la habréis visto, sino que en muchos casos hoy seguirá siendo una parte importante de los recuerdos de vuestra infancia o adolescencia. Pues bien, este enorme éxito de Ivan Reitman, estrenado en 1984 y protagonizado por actores de la talla de Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Sigourney Weaver, entre otros, no era una idea original, sino que estaba basado en una serie aparecida en 1975. Producida por Filmation Associates, Los cazafantasmas fue una serie en la que dos detectives privados, acompañados de un gorila, intentaban resolver sucesos paranormales relacionados, como no podía ser de otra manera, con fantasmas, monstruos e imaginería legendaria. Aquella serie no tuvo demasiado éxito y por desgracia se quedó en sólo quince capítulos, pero en esta primera y única temporada pudimos ver a un montón de celebridades de lo oculto: desde el fantasma del Barón Rojo al de Canterville, pasando por Billy «el Niño», Drácula, la Momia, marionetas poseídas y licántropos malhumorados.

Protagonizada por Forrest Tucker y Larry Storch, que posteriormente coincidirían en otras películas y series como por ejemplo Colombo, los episodios se suceden a través de un slapstick que hace muchas referencias al cine de Keaton, Lloyd y Chaplin. Tal vez ese fuese uno de los principales inconvenientes a los que se tuvo que enfrentar esta serie, dado que el público, por aquel entonces, comenzaba a buscar un humor más ácido, negro y pulido, estando muy de moda, por ejemplo, el absurdo que ofrecía Woody Allen, además de los géneros de acción y policiaco que comenzaban a imponerse con fuerza dentro del formato televisivo. En esta serie, sin embargo, los guiños al cine antes citado eran casi constantes y sin duda era algo que resultaba  tan notorio como agradable. Ejemplo de este tipo de humor se da desde el arranque de la cabecera, en la que al presentarnos a los personajes vemos el primer guiño al gran Spencer Tracy, con el nombre de dos de los personajes, Spenser y Tracy (el gorila) que curiosamente tiene un nombre humano, mientras que el último personaje principal se llamaba Kong.

Posiblemente otro hándicap fuese que la estructura de los episodios era siempre la misma, apenas invariable: en cada capítulo, tras una breve presentación del fantasma y sus malvados planes, los personajes aparecían para recibir una grabación con las instrucciones a seguir para capturar al espectro de turno, que tras ser escuchada se autodestruía en otro claro guiño a Misión: Imposible. Tras la explosión del artefacto, que irremediablemente siempre sufría Tracy, el gorila, se dirigían a un lúgubre castillo, que también en cada capítulo era el mismo, y en el que casualmente acababan apareciendo todos los fantasmas de  la serie. Solo en algunas ocasiones se manifestaban en la oficina de estos simpáticos precursores de nuestro añorado Tristrambraker para hacer de las suyas. Para capturar a estos villanos sobrenaturales nuestros amigos disponían, principalmente, de un desmaterializador que no dejaba de ser una cámara de fotos (con un retrovisor acoplado) que emitía unas ondas capaces de devolver al espectro a su dimensión. Tras solo quince episodios la serie fue cancelada y rápidamente olvidada, principalmente a causa de haber aparecido al mismo tiempo un gran número de series más atractivas y actuales, algunas de las cuales marcarían época en la televisión, haciendo caer en el olvido a estos entrañables parapsicólogos del humor.

 

Pero en 1984, Reitman decidió resucitar esa  idea para hacer su película. Filmation Associates denunció a Columbia por el uso indebido del nombre e idea de su serie en el film, aunque finalmente ambas partes llegaron a un acuerdo y decidieron crear una serie de animación conjunta que enmendase el conflicto: fue titulada The Original Ghostbusters y nacía como continuación de la serie de 1975, con los mismos personajes, Tracy el gorila incluido. Poco tiempo después, Columbia se retiraba del proyecto en busca de mayores beneficios y creaba su propia serie sobre los cazafantasmas de la película, con guiones de Dan Aykroyd y Harold Ramis, provocando un nuevo litigio. El culebrón se siguió alargando, porque finalmente la nueva serie fue obligada a renombrarse como The Real Ghostbusters, volviendo un poco loco al espectador infantil, que no dejaba de ver fantasmas por todos lados y en emisoras y franjas horarias diferentes. Finalmente, fue el espectador quien se benefició de dos series bastante decentes, aunque diametralmente opuestas, ya que mientras que la de Filmation se centraba más en el humor infantil y en un estilo más parecido al de series como Scooby–Doo, la de Columbia se dirigía hacia un público juvenil, insertando algunos elementos argumentales más complejos.

Curiosamente, mientras que la serie basada en la película resultaba más longeva (1986-1991) y con sus ciento cuarenta episodios doblaba con creces la producción de Filmation, con solo sesenta y cinco, fue esta última la que más ha conseguido perdurar en la memoria del espectador,  dando lugar a una nueva paradoja con respecto a estas producciones y este caso de exploitation a la inversa en particular: mientras un amplio público parece conocer a Los cazafantasmas del cine y muy pocos a los de la serie original, hay más espectadores que recuerdan la serie animada basada en los personajes originales que la basada en la película de 1984.

En 1989, coincidiendo con el estreno de la secuela de la película, Filmation Associates cancelaba la producción de la serie animada Bravestar y echaba el cierre, poniendo punto y final a más de dos décadas de producciones de calidad, algunas de las cuales habían llegado a competir de tú a tú con un gigante como Hanna-Barbera, como en el inolvidable caso de He-Man y los masters del universo.

En 1997, hubo un nuevo intento por parte de Columbia de resucitar la franquicia lanzando la serie animada El regreso de los cazafantasmas, una versión que no cuajó entre el público. Y es que, como muchos nos tememos (es muy probable que ocurra lo mismo con la nueva película que aparecerá este año), ya nada es lo mismo, porque Ghostbusters solo hay uno. Bueno… ¡tal vez dos!

Jose Fernández Riveiro
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