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Música

«Nebraska»: el otro Bruce Springsteen

La figura de Bruce Springsteen, como la de tantos otros iconos de nuestra cultura popular, debe verse como una construcción poliédrica. Es en sus aristas donde podremos ir descubriendo todo el espectro recorrido por la carrera de este nativo de Nueva Jersey. Así llegaremos a darnos cuenta de que entre el narrador de la cotidianeidad de la clase trabajadora americana y el exitoso roquero se esconde un auténtico cronista de la historia negra de su país.

Uno de los mayores peligros de cualquier carrera musical de gran recorrido es que tiende a asimilarse el total a su momento más álgido, olvidándose del resto de aspectos sin importar la trascendencia de los mismos. Así, Bob Dylan seguirá siendo para casi todos un cantautor neoyorquino de los años sesenta, los Rolling Stones, el grupo que le discutía la supremacía a los Beatles o Pearl Jam, un grupo grunge. Poco importa el verdadero alcance de su desempeño: al final, el imaginario colectivo parece empeñado en condenarlos a la simplificación y convertirlos en iconos de sí mismos.

Bruce Springsteen no es precisamente una excepción a la regla, sino que en todo caso nos serviría para su confirmación. Para la mayor parte de los aficionados a la música popular es y será siempre el arquetípico roquero americano, concienciado socialmente pero condenado a terminar rindiéndose a un optimismo catártico en sus canciones. Escuchar a Springsteen sería así casi un sinónimo de movimiento, de rock eufórico, aunque deje lugar para algún medio tiempo de vez en cuando.

Sin embargo, como suele suceder entre los grandes artistas, esas asunciones no son sino los árboles que nos impiden ver el bosque. Al final, la figura que permanece en nuestra memoria no es más que un instante, la cristalización de una carrera de once años que culminó en 1984 de la mano de ese éxito casi sin precedentes que fue Born in The U.S.A. para después desvanecerse. Convertido en leyenda, ese Bruce Springsteen que vive en nuestra mente era en realidad el resultado de una carrera orgánica que parecía estar predestinada al éxito. Claro que para conseguirlo primero tuvo que exorcizar sus demonios y los de su América.

Y lo hizo en un disco llamado Nebraska.

Antes de Nebraska: la coherencia por bandera

La carrera musical de Bruce Springsteen es, desde el principio, un ejemplo de tenacidad y constancia, muy alejada del tópico que rodea a los supuestos genios. Basta contemplar cómo desde los 16 años a los 24, edad a la que publicó su Greetings From Ashbury Park, N.J., lideró  al menos a seis bandas diferentes, sin conseguir grabar más que dos temas con la primera de ellas, The Castiles.

Su figura se fue construyendo poco a poco, siendo fruto de la depuración progresiva de sus capacidades como letrista y guitarrista. A diferencia de los habituales enfants terribles del rock lo de Springsteen fue algo parecido al lento trabajo de un escultor que trabajase una piedra rugosa confiando en que en su interior se escondiese algo bello. No menos importante fue, además, su capacidad para rodearse de un grupo de músicos, la E Street Band, que se mostró capaz de dar el envoltorio necesario a sus letras y permitirle pasar del rock más clásico a otras latitudes sonoras sin provocar ningún desajuste. Quizá por eso su disco de debut siga vigente hoy día, por esconder un compendio de la música popular americana y no ser simplemente una instantánea de un momento concreto. Como prueba, baste decir que hasta siete de sus nueve temas siguen presentes a día de hoy en el repertorio de la banda, 41 años más tarde de la publicación de su primer trabajo.

Desde entonces, la carrera de Springsteen fue discurriendo por un camino tan coherente que por momentos puede antojarse hasta predecible. En cada disco sus letras iban mejorando (de hecho, a menudo se publicitaban sus nuevos trabajos con la coplilla de que tenía más texto en una canción que muchos otros grupos en todo el disco) y el sonido de su banda se convertía gradualmente en una fuerza de la naturaleza que era capaz de arrastrar consigo cualquier tema sin dar tregua al oyente. Para 1975 su tercer disco le convertía en una estrella y daba el pistoletazo de salida para el esplendor del llamado heartland rock, que en el fondo no deja de ser otra manera de llamar al rock de raíces americanas. El tema homónimo al título del disco, el ya inmortal «Born to Run», bien podría seguir siendo hoy día la cima de ese género.

Variados problemas legales causaron un forzado parón en la carrera de Springsteen que duró hasta 1978. Durante esos tres años tuvo que dedicarse a dar composiciones propias a otros artistas, dado que no podía publicar ningún nuevo disco, destacando sobre todo el «Because the Night» que grabaría Patti Smith. A pesar de que el panorama musical había cambiado mucho en esos tres años, de la irrupción del punk, y de que otros habían tratado de hacerse con su posición como canalizador del espíritu americano, volvió con la misma fuerza. Darkness on the Edge of Town era aún más rock’n’roll pero, al mismo tiempo, cambiaba su punto de vista al convertirse en la voz de la clase trabajadora, de aquellos olvidados por el sistema cuya única oportunidad de prosperar parecía pasar por el trabajo duro y la integridad. Los verdaderos héroes americanos según Springsteen.

Dos años después The River consiguió que Springsteen se convirtiese, por fin, en una auténtica estrella de la música. Su primer número uno en ventas resultó ser un disco doble que presentaba un artista que aparentaba llegar a la madurez musical. Su discurso se agrandaba para incluir temas ligeros y juguetones como «I’m a Rocker» junto a éxitos comerciales del calado de «Hungry Heart», pero sin olvidar todo lo desarrollado anteriormente. De hecho, el tema homónimo al disco representaba el triste final de lo que antes eran los héroes mitológicos del universo de Springsteen, nos mostraba la realidad devastadora que se ocultaba tras el sueño americano.

Sin embargo, las verdaderas sombras apenas se insinuaban en el tema. Tendrían que pasar aún otros dos años más para que la auténtica América saliese a la luz.

Nebraska

Nebraska es un estado del medio oeste, el trigésimo séptimo en población y el décimo sexto en extensión. Cuando el estadio de fútbol americano de su universidad se llena (lo que ha sucedido ya en 333 ocasiones de manera consecutiva desde 1962, y la racha sigue) hay más personas en su interior que en la tercera ciudad más grande del estado. Es un territorio eminentemente rural, y también el lugar donde se inició la serie de asesinatos cometidos por Charles Starkweather junto a su novia, Caril Ann Fugate.

Estos dos asesinos adolescentes se convirtieron en un icono de la América profunda, en gran parte gracias a la película Malas tierras, de Terrence Malick, aunque esta tuviese la osadía de trasladar la acción a Dakota del Sur. En una de esas casualidades de las que tanto gusta la cultura popular, la cinta se estrenó en 1973, coincidiendo con el primer disco de Bruce Springsteen, e inspiró el título de «Badlands», tema que abriría el Darkness on The Edge of Town cinco años más tarde. Curiosamente Springsteen le puso el título a la canción sin haber visto nada más que el cartel de la cinta. No la vería hasta 1980, tras haber publicado ya The River y, es de suponer, en el proceso de composición de Nebraska.

Es difícil no imaginarse a «Badlands» y Nebraska como un todo, una narración que se vendría construyendo en la mente de Springsteen durante esos cuatro años. Tras relatar la frustración de un alienado americano medio a ritmo de rock no resulta demasiado aventurado pensar que tal vez el de Nueva Jersey sintiese la necesidad de contarnos el verdadero final de la historia de la manera más cruda y sincera. Y eso, parece decirnos el resultado, se consigue sobre todo sin el apoyo de una banda, contando solamente con Springsteen y una guitarra.

Todos los temas que conforman Nebraska fueron grabados en una sola noche por Springsteen, con la única ayuda de una grabadora TEAC de cuatro pistas y de Mike Batlan. En cierto modo es imposible no acordarse de Nick Drake grabando en dos días su último disco, Pink Moon. Springsteen y Drake parecen espíritus gemelos por unos minutos, fiando el resultado a su voz y la guitarra por encima de todo.

La comparación podría parecer, inicialmente, bastante gratuita. Ciertamente, Drake era el músico de la melancolía, de la depresión y hasta de la locura. Por su parte, Springsteen podría ser considerado un autor de alto voltaje, que normalmente encierra en sus narraciones un punto de exaltación que en ningún caso entroncaría con la carrera del autor de Black Eyed Dog o Parasite. Y, sin embargo, el músico que se encerró el 3 de enero de 1982 a grabar en la habitación de su casa de Nueva Jersey se parecía mucho al que lo hizo en Londres durante dos sesiones nocturnas en octubre de 1971.

Un hecho desconocido entonces, y que tampoco ha sido muy aireado con posterioridad, es que Bruce Springsteen sufría una depresión clínica durante la concepción y grabación de Nebraska. Dicha condición, por supuesto, venía ya de antes, y se extendió en el tiempo durante unos años. Pero fue en 1982, tras la grabación del disco, cuando el músico decidió acudir a un terapeuta tras reconocer que no podía luchar en solitario contra una enfermedad que hacía que se refugiase en sus eternos conciertos o en largos trayectos en coche. Esos viajes a lo largo de la geografía americana (Springsteeen ha llegado a reconocer en alguna ocasión que llegó a salir de la costa este para llegar a California y conducir de vuelta) pueden ser perfectamente el origen de gran parte de la imaginería presente en Nebraska. Pocas veces podemos encontrarnos con una música tan puramente automovilística como en esta época, con un Springsteen que debía encontrar en la carretera y los escenarios algo que le faltaba en su vida diaria.

Por suerte Springsteen superó su depresión, como admitió su actual esposa Patti Scialfa, gracias a la terapia. Pero por en medio nos dejó documentada de manera perfecta la visión de América que tenía en aquel momento, una visión tamizada por su estado mental  pero no por ello menos lúcida.

Nebraska: una guía de escucha

Nebraska se abre con la canción homónima. Ese inicio de la mano de la harmónica y el discurso nos recuerdan por momentos a los autores clásicos del country. Pero a diferencia de lo que pudiese realizar un Johnny Cash, aquí Springsteen no deja lugar para la redención de sus protagonistas. Al dar voz a Charles Starkweather no busca justificarlo, sino en todo caso comprenderlo. Bajo la aparente calma del tema se esconden la locura, la indiferencia y un joven enfrentado a un mundo que no comprende y con el que no puede empatizar. Tras sumergirse en la oscuridad la canción nos deja sin respuesta, sin la deseada catarsis, tal vez porque para Springsteen no existe ninguna verdadera razón, ningún motivo para las andanzas de Starkweather y Fugate que no sea la inherente mezquindad del mundo.

Atlantic City fue el único single del disco, aunque curiosamente solo se publicó en el Reino Unido. Incluso llegó a contar con un maravilloso vídeo que ponía imágenes a la oscura visión de la ciudad del juego de Nueva Jersey expresada en la canción. Ese blanco y negro nos mostraba una ciudad muy lejana del supuesto Eldorado que busca el protagonista, nos revelaba la vulgaridad de una urbe que se vendía como un emporio de la diversión comparable a Las Vegas, pero solamente ocultaba miseria y pobreza a partes iguales. Con el paso de los años la canción ha llegado a ser empleada por el alcalde de la Nueva Orleans post-Katrina, buscando dar esperanza a sus electores, un uso que nos habla de nuevo de ese vaciado de sentido que sufre la carrera de Springsteen.

Mansion on The Hill es un tema más clásico, una visión desencantada del sueño americano. Ese sueño, esa prosperidad, se ve aquí representada por una lujosa mansión en una colina, elevándose sobre los campos y las factorías. Un lugar donde los poderosos parecen vivir en un mundo separado del propio del narrador, condenado a espiarlo escondido en los campos de trigo junto a su hermana o desde el coche de su padre. Lo destacable en este caso es la falta de rabia, cómo el protagonista parece resignado a la situación, cómo sigue contemplando con melancolía y un aparente disfrute esa mansión, signo de una vida inalcanzable para él. El viejo sueño americano ya no es algo que desear o buscar, sino un ideal al que observar desde la lejanía, asumiendo que nunca será nuestro.

Johnny 99 vuelve su mirada a las canciones de rebeldes y fuera de la ley del country clásico, pero trayendo la historia a una América azotada por la depresión y las medidas republicanas de Ronald Reagan. Una época en la que el cierre de una planta de Ford en Mahwah, Nueva Jersey (lo que realmente sucedió en junio de 1980), podía hacer que el pobre Ralph acabase desesperado, borracho y disparando a un dependiente nocturno. Acosado por la sociedad, como él mismo declara, Ralph es condenado a 99 años de prisión y pasa a unirse a los personajes que podían pulular por las canciones carcelarias de un Johnny Cash. Quizá por eso el hombre de negro decidió versionarla ya en 1983 junto con la siguiente canción del disco en un trabajo llamado también, curiosamente, Johnny 99.

Highway Patrolman, por su parte, es otro de los platos fuertes del disco. Su historia de dos hermanos en diferentes lados de la ley sin duda tocó la fibra sensible del público americano, hasta el punto de que Sean Penn dirigió en 1991 The Indian Runner, una película inspirada en la letra de la canción. Musicalmente se vuelve a un estilo narrativo que recuerda a la canción que abre el disco al tiempo que le da la apariencia de ser una vieja balada que Springsteen simplemente adapta, en lugar de crearla desde la nada. Curiosamente tanto Joe como Frankie, los dos hermanos, pueden ser vistos como los perdedores en la historia, traidores a su familia o a su deber, dejando en manos del oyente decidir quién es el peor de los dos, un tema común en todo el disco. Springsteen no parece tomar partido por nadie en estas canciones, convirtiéndose a menudo en un mero transmisor, retándonos a tomar una posición moral sobre lo que se nos cuenta.

Bruce Springsteen se ha declarado en varias ocasiones un enamorado del Frankie Teardrop de Suicide. Si no has escuchado el Nebraska te parecerá un brindis al sol, una de esas declaraciones que un músico hace para quedar bien y que parezca que escucha música fuera de su zona de confort. Después de todo, pocas cosas pueden existir tan enfrentadas al sonido de Suicide que un tema clásico de Springsteen. Pero claro, luego está State Trooper, un viaje alucinado a la mente de un psicópata que va a cruzar el peaje de Nueva Jersey y sabe que si es detenido, alguien morirá. Posiblemente estamos ante la auténtica cumbre del disco. En ella ya no hay lugar para ningún tipo de redención, ni siquiera para la denuncia de la mezquindad. En estos poco más de tres minutos solamente encontraremos locura y muerte. Y un grito desgarrado en medio de noche.

En Used Cars se vuelve la vista a la infancia para mostrarnos la frustración de un niño ante el hecho de que su padre sea condenado a comprar un coche usado. Si hay una perspectiva difícil de tomar para un autor adulto esa es la de la mente de un infante. Es fácil caer en la trampa de hacer que los niños no tengan pensamientos complejos, aunque sus razonamientos parezcan tan complejos como los nuestros. Springsteen aquí es capaz de hacerlo, al mostrar cómo el protagonista ve en ese coche usado un estigma, el gran obstáculo que superará cuando le toque la lotería y pueda salir del círculo vicioso en el que ya sabe que está atrapado. La inocencia infantil resulta aquí preclara, dado que solamente un golpe de suerte parece ser capaz de triunfar donde el duro trabajo de su padre ha fracasado.

Open All Night es, en cierta medida, el reverso acelerado y aparentemente esperanzado de State Trooper. El narrador aquí está atrapado en la velocidad, ansioso por alcanzar a una chica que es lo único que parece darle sentido a su vida junto a su coche. Un americano medio que reconoce que el peaje le da miedo cuando está solo, que escucha posiblemente la misma cadena de radio que volvía loco al psicópata, pero que aquí solo quiere un poco de rock’n’roll. Su vida está tan vacía como la del resto de personajes que habitan Nebraska, pero a diferencia de la mayoría tiene un objetivo, aunque él mismo parezca darse cuenta al final de que este no es más que una ilusión que lo mantiene en movimiento.

Durante muchos años, y sobre todo cuando su depresión se agudizaba, Springsteen se encontraba conduciendo hasta la casa en la que pasó su infancia, sin saber por qué. Finalmente pareció comprender que se trataba de un intento por su parte de cambiar su pasado, de arreglar su relación con su padre, tan difícil como imprescindible para convertirlo en el hombre que es. My Father’s House es su intento de narrar el proceso por el que terminó asumiendo que el ritual al que se sometía con regularidad no tenía ningún sentido. Su padre, por mucho que trate de acercarse a él, ya no vive en la casa. En sus pesadillas seguirá siendo el faro hacia el que dirigirá su carrera, a pesar de que nunca conseguirá alcanzarlo. Los pecados del pasado no pueden solucionarse, solamente aceptarse, parece querer decirnos.

Para finalizar el viaje por el reverso tenebroso de América tenemos que acercarnos a la esperanza, a la creencia, a la fe. Reason to Believe es una de esas canciones en las que Springsteen gusta de engañarnos, al igual que haría posteriormente en Born in the U.S.A. Al igual que allí, bajo un ritmo animado y una aparente felicidad se esconde una realidad devastadora. Un perro muerto, una mujer abandonada, un niño bautizado, un anciano enterrado… y al final todo el mundo sigue encontrando una razón para creer, lo que a nuestro narrador solamente le puede resultar gracioso. Hasta en la América que nos ha descubierto Springsteen, la que habita entre los versos del Nebraska, los hombres siguen encontrando motivos para creer, para seguir adelante, engañándose a sí mismos. Poco importa que los construyan sobre la nada mientras no se den cuenta.

Después del Nebraska

En 1984, dos años después de la publicación de Nebraska, tuvieron lugar las quincuagésimas elecciones presidenciales de los Estados Unidos. En ellas se enfrentaban el republicano Ronald Reagan y el demócrata Walter Mondale. El resultado fue la peor derrota sufrida nunca por un candidato demócrata al ganar Reagan 49 de los 50 estados. Solamente Minnesota, su estado natal, apoyó a Mondale, y lo hizo por una diferencia de apenas 3761 votos.

Sin embargo, mientras el americano medio parecía vender su alma a Reagan, su trovador tenía una idea muy diferente. En la campaña electoral Reagan hizo alusión al mensaje de esperanza que aparecía en las canciones de un Springsteen que estaba en la cima de su éxito con el Born in the U.S.A., incluso llegó a emplear la canción que da nombre al disco. La respuesta de Springsteen tuvo lugar en Pittsburgh, el 22 de septiembre, en la introducción de «Johnny 99». Sus palabras fueron las siguientes: «El Presidente mencionó mi nombre el otro día, y no pude evitar preguntarme cuál será su disco favorito. No creo que sea el Nebraska. No creo que haya estado escuchándolo».

Ismael Rodríguez Gómez
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Un comentario

  1. Excelente artículo y excelente web. Textos cuidados y evocadores que abarcan temas de gran interés. En cuando al disco, en efecto es un gran golpe al sueño americano. Probablemente el único album de Springsteen que puedo escuchar a día de hoy, Fantástico trabajo (el de Bruce y el del redactor).

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