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Noureddine Morceli: hundirse con un récord del mundo en las piernas

El deporte es el lugar en el que la sociedad contemporánea busca a sus héroes. Enfrentados a la idea de inspirarnos en la guerra o la mitología, idolatramos a quienes se imponen de forma patente en sencillos juegos reglados que nosotros mismos llenamos de otro tipo de contenidos. Sin embargo, en las sombras que proyectan los grandes campeones habita el fracaso: rotos por el dolor o hundidos por la presión, nuestros ídolos encarnan, también, la imperfección humana; sufren la derrota en un terreno abonado para la victoria épica. Pero, sin el fracaso, no existiría la superación. Y sin ella el deporte no sería lo mismo.

A principios de la década de los noventa, Noureddine Morceli era el gran dominador del medio fondo mundial. Desde su consagración en 1990, cuando logró la mejor marca mundial del año en Bolonia, su trayectoria fue dejando un reguero de registros espectaculares en una de las grandes pruebas del atletismo internacional: los 1500 metros lisos. En 1991, durante la temporada previa a la de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el argelino batió el récord indoor de la distancia y se proclamó campeón del mundo tanto al aire libre como en pista cubierta. Sin duda alguna, sería el rival a batir de cara a los Juegos.

Todos los españoles recordamos aquella final, convertida en el gran símbolo de los éxitos del deporte nacional en Barcelona. La imagen de Fermín Cacho entrando en meta, con los brazos en alto y con margen suficiente como para disfrutar de la victoria que estaba a punto de conseguir, ha enterrado en el olvido colectivo el papel de sus contrincantes. Los aficionados al deporte recordarán, quizá, que la final se corrió a un ritmo inusualmente lento y eso propició que las medallas se decidieran en un vertiginoso sprint final, en el que el atleta soriano no paraba de mirar atrás, sorprendido por la cómoda distancia que le separaba del resto de sus adversarios. Solo los grandes amantes del atletismo sabrán que tras él no cruzó la meta el gran favorito, sino el marroquí Rachid El Basir. Morceli tampoco fue tercero; el bronce recayó en el catarí Mohamed Suleiman. Noureddine Morceli había cruzado la meta séptimo, absolutamente hundido.

En los programas especiales que analizaron la victoria de Cacho, se colaron reflexiones que podían explicar, al menos en parte, el fracaso del mediofondista argelino: Morceli había sufrido dos derrotas en Roma y Oslo antes de los Juegos, pero todo parecía parte de la preparación necesaria para llegar en perfectas condiciones a Barcelona. Por otra parte, los 3:40.12 en los que se detuvo el cronómetro del Olímpico de Montjuic, hablan de una carrera lenta, lentísima, en la que un superclase como Morceli no supo imponer el ritmo que le convenía: aquel que solo él era capaz a seguir. Llegados a ese punto, la colocación, la dosificación del último esfuerzo y el manejo de la presión, se convirtieron en los auténticos protagonistas de la prueba, y parece evidente que, tal y como él mismo confesó, el campeón de Ténès cometió el error de quedar atrapado en el interior del gran grupo. Lo cierto es que no solo Fermín Cacho, sino otros seis atletas gestionaron mejor que él la final. La gran esperanza argelina junto a la también atleta Hassiba Boulmerka, había aceptado su derrota prácticamente a cien metros de meta. Sin opciones de ganar, Morceli renunció a la lucha y fue superado por un corredor tras otro, hasta que llegó a meta prácticamente andando. Cabizbajo, el argelino desapareció rápidamente de escena, mientras un triunfante Cacho daba la vuelta de honor al estadio en el que acababa de alcanzar la gloria olímpica.

Un mes más tarde, Noureddine Morceli batió el récord del mundo de los 1500, estableciendo una marca de 3:28.86. En Barcelona, con ese tiempo le habría sobrado más de media recta de meta para conseguir la medalla que todo el mundo, incluso él, imaginaba colgada de su cuello. Acababa de comenzar una nueva Olimpiada que culminaría en 1996 con la disputa de los Juegos de Atlanta, y Morceli quería continuar dominando el medio fondo hasta su celebración.

La presión con la que el argelino llegó a la final celebrada en el Centennial Olympic Stadium (Atlanta), era máxima. Hay que considerar que, en los inicios de su carrera, Morceli había dado carpetazo al dominio del mítico atleta marroquí Saïd Aouita. Ahora, el destino parecía querer ajustar cuentas con él poniendo en su camino a un prodigio de 22 años llamado Hicham El Gerrouj. Morceli no podía haber encontrado peor enemigo: El Gerrouj no solo poseía un talento innato para el medio fondo (había comenzado a ganar certámenes inmediatamente después de dar el salto al profesionalismo), sino que además, como Aouita, era marroquí. Todo el Magreb estaba esperando, por tanto, un duelo calentado sobre las brasas de la carrera armamentística que había enfrentado a ambos países durante la Guerra Fría; para Morceli, en cambio, aquella final era el último tren al Olimpo.

Dispuesto a impedir que se le escapara su última oportunidad, el argelino decidió comandar la prueba para imprimir un ritmo que eliminase a buena parte de sus contrincantes. A falta de algo más de una vuelta, Fermín Cacho intentó superarle, pero Morceli se mostró expeditivo tanto con sus codos como con sus piernas, acelerando para no perder la posición. Con el español de vuelta a la estela del favorito, fue El Gerrouj quien se decidió a atacar. Poco antes de que sonase la campana que marca el comienzo de la última vuelta, llegó el momento que marcaría la final: con el gran campeón comandando la carrera, el aspirante lanzó un ataque que debía durar toda una vuelta para destronar definitivamente a Morceli. El argelino se abrió ligeramente para dificultar la progresión de El Gerrouj y este demostró su inexperiencia renunciando a ceder unos centímetros para continuar presionando al favorito. El resultado fue un pequeño tropezón para Morceli y una caída definitiva para El Gerrouj, al que el resto de los corredores tuvieron que esquivar como pudieron. Fermín Cacho se vio obligado a saltar por encima del marroquí como si de unos 3000 obstáculos se tratase, dejando una imagen para el recuerdo y cimentando la que a la postre sería una espectacular medalla de plata. El oro estaba esta vez demasiado caro, con un Morceli lanzado a por él y un joven El Gerrouj que demostró con su reacción tras la caída que tenía muchas victorias agazapadas en las piernas.

El medio fondo y los atletas africanos no son dados a los excesos de las pruebas de velocidad, ni mucho menos a las celebraciones propias de otro tipo de deportes. Noureddine Morceli cruzó la línea de meta con los brazos en alto, pero la fatiga, su innata mesura y quizá la preocupación por lo sucedido con El Gerrouj, le hicieron contenerse hasta que llegó el abrazo de un exultante Cacho, que quiso reconocer la superioridad de su gran rival.

25Morceli pudo por fin añadir a sus tres coronas mundiales una medalla de oro olímpica y olvidar su fracaso de Barcelona. Es probable que, con la irrupción de El Gerrouj en 1995, el argelino no fuera en Atlanta un atleta tan dominante como cuatro años antes, en Barcelona 92, pero así es el deporte; así es el universo en el que los vencedores son héroes y la talla de los derrotados, de los olvidados, señala la altura a la que elevamos el mito. El éxito de Fermín Cacho supuso el fracaso de Morceli, y la consagración del argelino cuatro años más tarde se convirtió en la gran derrota de una leyenda en ciernes.

Y es que la historia del deporte es como la del hombre, y por eso el hombre siente el deporte como parte de su historia.

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