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Cine y TV

Stranger Things: me gustan los ochenta, me gustas tú

Empecemos como Manu Chao. ¿Colocados? No, en plan poeta. Me gusta Stranger Things; me gusta su cabecera con los sintetizadores malrolleros y sus títulos de crédito a lo Stephen King; me gusta su diseño de producción y sus efectos especiales; me gusta su reparto infantil (ese crío sin dientes es tan adorable como Gizmo vestido de Rambo); me gusta su reparto adolescente y me gusta su reparto adulto (incluso la desquiciada Wynona Ryder, que hace de sí misma muy convincentemente, aunque para disimular sobreactúe un poco). Y por supuesto, me gusta su trama-pastiche vista una y mil veces.

Me gusta Stranger Things, al igual que me gusta Super 8 (J. J. Abrams; 2011) y Ready Player One (Ernest Cline; 2011), porque apela sin vergüenza a ese arma de conmoción masiva que es la nostalgia ochentera. Es decir, mi nostalgia infantil. Pero también la de aquellos que eran adolescentes en esa década, por más que la hayan pasado cargados de laca hasta las cejas y haciendo oposiciones para entrar en la ONCE con sus particulares viajes al autodescubrimiento físico. O la de aquellos otros que sin haberla vivido directamente, participan de ella al nacer y crecer en un mundo cuya cultura pop vivió entonces su época dorada. A los que no gustará Stranger Things es a los sesudos que solo leviten con planos eternos de un coche por una autopista de Alburquerque o con los diálogos shakesperianos en las bambalinas de la Casa Blanca. Con Stranger Things hemos venido a jugar. Y el que espere otra cosa, que no abra la puerta de la mazmorra o un Demogorgon le meterá las gafas de pasta por el culo.

La serie de los hermanos Duffer (Wayward Pines, Hidden) es exactamente lo que pretende ser: un refrito de las películas de Spielberg y la productora Amblin sobre encuentros en terceras fases, extraterrestres buscando sus casas, Goonies que nunca dicen muere y todo lo demás. Es decir, una pandilla de críos flipaos con La guerra de las galaxias y Tolkien, que andan por ahí en bicicleta y se comunican entre ellos con walkie talkies, y que se ven inmersos en una aventura fantástica que parece salida de sus juegos de rol pero que en realidad está afectando a ese pueblo en el que viven y en el que nunca pasa nada. Hasta que pasa. Y no olvidemos todo lo que aprendimos en los videoclubs sobre la sociología de la Norteamérica de finales del siglo pasado, porque en Stranger Things también aparece: el adolescente atormentado, la chica guapa en plena explosión hormonal que se enamora del guay del instituto, la amiga fea y pringada, los colegas tontos del tío guay, y unos cuantos dramones de familias de clase media-baja. De postre, sucesos paranormales dignos de las novelas de Stephen King y de las películas de John Carpenter, Wes CravenJames Cameron o David Cronenberg. Resultado: un viaje en el tiempo cuyo condensador de flujo es la morriña.

Evidentemente, este coctel molotov no es para todos los públicos. Solo hay que leer los comentarios en las redes sociales para saber que Stranger Things está generando tantos fanáticos como detractores. La crítica más generalizada es la que la acusa de previsible, argumento inculpatorio absurdo si tenemos en cuenta que la naturaleza de su existencia es la de ser un homenaje. ¿Podría una bicicleta rodar sin ruedas? Pues Stranger Things es una bicicross BH y sus ruedas son los años ochenta. Se trata de una serie nostálgica para espectadores nostálgicos. Por eso, por su espíritu indisimulado de añoranza de una época asociada a muchos de nuestros mejores recuerdos vitales, desde su estreno no han faltado las publicaciones que se han afanado en descubrir las múltiples referencias que le dan forma más allá de las que resultan evidentes. Personalmente, considero este un ejercicio de frikismo casi tan excitante como el propio visionado de la serie. El que quiera que las busque. Pero si sois de verdad unos Goonies las descubriréis por vosotros mismos.

Una reflexión interesante que genera el último éxito de Neftlix es plantearse si culturalmente la década de los ochenta fue tan importante como las recientes odas morriñeras nos hacen ver. Si nos centramos exclusivamente en el mundo audiovisual, es indudable que la nostalgia es el motor fundamental de este fenómeno revival: toda una generación de cineastas y espectadores que disfrutan recreando sus idealizados años mozos. Pero también lo es que a la misma le dio forma en su vertiente popular (y con esto ampliamos la orquilla cronológica a una década antes y si me apuran, a una después) un grupo de directores, productores y guionistas con un talento proverbial para el espectáculo, al que supieron acompañar de una capacidad igual de grande para hacer de este un producto mega rentable con el que cambiar la industria del cine.  Desde el Tiburón (1975) de Steven Spielberg que inauguró el blockbuster veraniego, fenómeno que eclosionó definitivamente años más tarde revalorizado además por la comercialización masiva del formato vídeo; pasando por la explosión del merchandising cinematográfico que se sacó de la manga George Lucas con su saga de Star Wars; hasta la serie de autores que se beneficiaron de estos cambios (Richard Donner, Chris Columbus, Tobe Hooper, Joe Dante…), se dio forma a una nueva mitología popular que transformó definitivamente la cultura mainstream.

Y es que estamos hablando de unos años en los que la baja cultura (en contraposición a otra supuestamente elevada y legitimada por la intelectualidad de los que Umberto Eco llamaba apocalípticos por su carácter inmovilista, elitista y catastrófista ante los nuevos tiempos artísticos), vivió su momento de esplendor. La cultura popular, surgida de la sociedad del espectáculo capitalista y de la que participan con ansia consumista y afán desprejuiciado de entretenimiento los integrados (Eco de nuevo), escribió entonces sus páginas más inspiradas en el celuloide, enriqueciéndose además por referencias ajenas a este pero emparentadas de forma directa o indirecta con él, como la televisión, la literatura, la música, las artes plásticas, los cómics o los juegos y videojuegos.

Quizá la mayor crítica que se le pueda hacer a este movimiento revisionista ochentero sea que trae consigo algo de incoherencia social. ¿Por qué parece engatusarnos tanto cualquier referencia al primigenio frikismo púber y prepúber, si entonces no dejaba de ser una manifestación de un comportamiento más bien marginal de su época? Incluso ahora lo sigue siendo: «¡Friki! ¡Vete a hacerte tocamientos con las ensaimadas de la Princesa Leia!». Una respuesta plausible, es que puede que volquemos en esos críos imaginativos (y la presencia de niños en estas historias es fundamental, mucho más que las múltiples referencias culturales adheridas), una visión idealizada de lo que nosotros querríamos hoy haber sido pero no fuimos entonces. Y puede también que responda a la preocupante certeza de que los chavales de ahora se están perdiendo aquello que disfrutaban los de ayer. Un algo orgánico a lo que asociamos nuestras experiencias vitales iniciáticas. Lo desconcertante es pensar que incluso los protagonistas de Super 8 o Stranger Things, o precisamente ellos, de haber nacido en los 2000, solo saldrían de su casa para buscar Pokémon. Ya lo dijo Jorge Manrique, pero podría haber sido perfectamente una frase del maestro Yoda después de haber visitado al logopeda: «Cualquier tiempo pasado fue mejor». ¿O no?

Marcos García Guerrero
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6 comentarios

  1. El logopeda no ayuda a corregir los errores gramaticales de construcción de frases.
    La serie me parece aburrida y sin sentido, la recomiendo a aquellos que sufran de insomnio.
    Referencias ochenteras por estar ambientada en los años ochenta….es de perogrullo.
    Lo siento pero no estoy de acuerdo con tu crítica.

    1. concuerdo contigo braulio. si es aburridisima, quieren hacer famosisimos a los morrillos que salen en la serie y a la compañia que crece día a día aun mas con su mercado digital en la nube. sobrevalorada la entrega. yo gozo de verdad viendo series con escenas angustiosas que ponen en presión al mismo espectador, diálogos encantadores que dan gusto escuchar en actores que saben lo que dicen por ejemplo: en ingenieria, estrategia militar, investigación, por ejemplo a laforge, data, picard, riker, molder, scolie, sam becker, y que a veces a muchos se les hace difícil entender cuando se trata de ciencia, guerra y lo misterioso. aqui vemos nada de eso, es muy corta la serie como para darle cabida a meterse por mucho tiempo en los personajes hablando pendejadas. quizás si hubiera tenido 8 años me hubiera gustado pero no ahora aunque traiga nostalgia de mi niñez y tenga la tendencia con la ropa, música, escenarios y parte del argumento de otras obras de terror y ficción.

  2. Braulio, con todo respeto, haceme un petardo y tragate la chele de propina. La serie está bárbara, hay que ser un pretencioso tragasables para no disfrutarla. Aun asi, siempre tenes la oportunidad de disfrutar un buen enema de carne.
    Con mucho aprecio

    Nicolás.

  3. Condensador de fluZo, no de flujo. Al menos en la versión española de Regreso al Futuro.
    Y los hermanos Duffer, por más que he buscado, no he encontrado que tengan ninguna relación con Wayward Pines.

    Un saludo.

    1. Los hermanos Duffer han escrito varios episodios de Wayward Pines, y el famoso condensador de «fluzo» se debe a una mala traducción de lo que debería ser «flujo».

      ¡Saludos!

  4. que basura de serie, no pude aburrirme mas que cuando vi esta serie si es que todavía se le puede llamar serie. muchos dialogos largos y entorpecedores, no es el mejor elenco, muchos personajes no tan atractivos, muchos niñitos, pseudo ciencia y física teórica sobrexagerada cuando no saben ni lo que están hablando, falta de coherencia en el papel de una madre sobreactuada, heroes infantes y juveniles, le quieren tomar el pelo al televidente como muchos otros bodrios que han dado en televisión. si eres una persona que ha visto buenas y malas series sobre todo en scify, terror y documentales todo es tan predecible y corta de aguantar.

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