La lenta, cruda y poética decrepitud que Tsai Ming-lian nos ofrecía en Good bye, Dragon Inn nos inspira para viajar, en el cinefórum de esta semana, a la corte versallesca de Luis XIV, un lugar y un momento donde el esplendor convivía, a menudo de una forma irónica y muchas veces cruel, con la decadencia.
Le Roi Danse, título que en castellano se tradujo por La pasión del rey, narra, a modo de biopic, la vida del compositor Jean-Baptiste Lully y su estrecha relación con el rey Luis XIV. Gérard Corbiau nos ofrece, sin embargo, un relato que aproximándose al verismo estético y artístico, se sumerge en una dramatización excesivamente intensa tanto de los personajes como de las relaciones que entre ellos se establecen.
La estructura fragmentada del relato opta por alternar la trama principal, un tanto irregular, con números musicales y de danza que constituyen, con diferencia, el principal atractivo de la cinta.
Benoît Magimel como Luis XIV, Boris Terral como Lully y un gran Tchéky Karyo, conocido por películas como El patriota o Goldeneye, como Molière, constituyen el principal elenco de esta historia, en la que el foco de interés va cambiando. Primero recae sobre la amistad entre Lully y el rey; luego, reposa sobre la relación entre el músico y el dramaturgo, en sus ideas sobre la función del arte y la creación.
Más que ante una buena película, estamos ante una película interesante. Ya no solo por las recreaciones artísticas en sí, sino por todo lo que las rodea y el destacado lugar que sus protagonistas ocupan en la historia de las artes escénicas. Luis XIV, apodado El rey sol, tuvo desde su infancia un marcado interés por la música y la danza. Ataviado cual Apolo refulgente, protagonizaba actuaciones donde de se representaba de una forma alegórica su poder y supremacía sobre el resto de los mortales. Era experto bailarín y, bajo su mandato, se creó la Académie Royale de Danse. El gusto por lo francés traspasó fronteras en detrimento de lo italiano, de ahí que un joven Giovanni-Battista Lully (que más tarde afrancesaría su nombre hasta llegar a ser Jean-Baptiste) viajara a la corte de París para convertirse en el compositor principal del monarca.
Su figura dentro de la historia de la música es muy significativa, ya no solo por su estilo musical característico sino por su forma de trabajar: creó la orquesta de los veinticuatro violines del rey y legó una nueva concepción del papel autoritario del director y un largo etcétera. De igual forma, es muy interesante el papel de Beauchamp que, aunque apenas aparece en la película, fue uno de los principales artistas de la plantilla de Luis XIV. Bailarín y coreógrafo de los espectáculos cortesanos que Lully y Molière concebían, fue también profesor de danza del rey y codificó las principales posiciones de danza para los pies y los brazos que más tarde formarían parte de los cimientos de lo que hoy conocemos como ballet clásico.
Moliére, por su parte, aparece en la película en una etapa de madurez, en la que la fama y el éxito de sus obras no repercute en su mediocridad económica, no evita los sufrimientos por la pérdida de sus seres queridos ni tampoco su progresivo deterioro físico, fantásticamente tratado por Corbiau en el número de El enfermo imaginario, quizá el momento más emotivo de toda la película.
La pasión del rey se muestra finalmente como la época que representa: es una película con luces y sombras; con aspectos irregulares que contrastan con otros momentos de gran esplendor. Quédense con estos últimos.
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