«Un puente sobre el Drina», de Ivo Andrić
Visegrado es una pequeña localidad bosnia situada cerca de la frontera con Serbia. Allí, majestuoso e impertérrito, se yergue un puente de piedra que durante los últimos cinco siglos ha sido testigo y escenario de la historia de la ciudad, de los Balcanes y, por qué no decirlo, de Europa.
A mediados del siglo XVI, el visir Mehmed Pasă Sokolović vio en en este lugar un punto estratégico en el que unir oriente y occidente y consolidar, así, el potente pero siempre amenazado Imperio Otomano. Cuatrocientos años después, durante la ocupación nazi de Belgrado, un escritor yugoslavo de mediana edad curtido en una compleja carrera diplomática invirtió el tiempo de su encierro forzoso en tomar aquel puente, que él conocía de su niñez, como imagen y escenario de la que sería su novela estrella y la cual le impulsaría a ganar el premio Nobel de literatura en 1961: Un puente sobre el Drina (RBA y DEBOLSILLO).
Ivo Andrić, natural de Travnik, en el corazón verde y geográfico de Bosnia Herzegovina, emplea el famoso puente de Visegrado como escenario simbólico y real en donde situar, a través de la ficción histórica, una pléyade de personajes y situaciones que forman, en su variedad, un reflejo caleidoscópico de la compleja historia de los Balcanes y un espejo de la evolución de las mentalidades y costumbres de sus habitantes.
Si bien en algunos momentos Andrić ahonda repetidamente en el espíritu moralista y grandilocuente de algunos episodios, la agilidad y el interés de la narración no deja de atraer la atención de un lector que, a través de sus casi quinientas páginas, va conociendo las estructuras de lo que era la administración otomana, los conflictos con el Imperio Austrohúngaro y la vida diaria de una comunidad expuesta a los devenires propios que se generan de los contactos, amistosos o no, entre culturas y religiones diferentes.
Mientras que todo ello ocurre, el puente permanece silencioso, robusto, como un personaje más de la novela, haciendo que sus piedras representen la máxima gatopardista de que todo cambia para que todo permanezca igual. Sin embargo, Ivo Andrić se mueve bien en la ambigüedad e invita a la reflexión acerca del significado del progreso y del avance tecnológico. Destiladas entre sus páginas, encontramos también las notas de sabor de una forma de ver el mundo que se mueve bien y sin ambages entre el exultante hedonismo y el pesimismo existencialista.
Por eso, no está de más paladear las páginas de este libro acompañándose ocasionalmente de un pequeño vaso de rakija o del licor que tengan a mano, como aquellos que al cálido sol de la tarde se sientan en el sofá de la kapia del puente a conversar, a mirar a los viandantes, o simplemente a contemplar cómo bajo sus apuntados arcos transcurren, día tras día, las aguas de un río que nunca es el mismo.
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