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Cinefórum CXXVIII: Los productores

Cuando hablamos de Mel Brooks, hablamos de una de las figuras referenciales de la comedia norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Ya tan solo con El jovencito Frankestein (1974), obra maestra indiscutible de la sátira gótica, se merecería tal distinción. Pero con su ópera prima en la gran pantalla, Los Productores (1967), el director, guionista y productor de origen judeo-ruso dio comienzo a una carrera (Óscar a mejor guion incluido) que, patinazos aparte, redefinió indiscutiblemenente las coordenadas de lo que iba a ser el humor cinematográfico más absurdo de las décadas siguientes.

Max Bialystock (interpretado por un inmenso Zero Mostel, repescado para la ocasión del ostracismo mccarthiano), es un productor fracasado de Broadway que malvive aprovechándose de ancianas a las que engatusa para sacarles los cuartos. Cuando sus pasos se cruzan con Leo Bloom (Gene Wilder), joven contable al que se le encomienda la tarea de seguir de cerca sus cuentas, Bialystock cree encontrar la forma de ganar una fortuna: producir la obra más desastrosa que caiga en su manos, sobrefinanciarla y, una vez constatado el varapalo, largarse con el dinero y si te he visto no me acuerdo. Un fraude en toda regla que no solo le sugiere (involuntariamente) el inestable Bloom, si no al que se sumará el chico en un salto al vacío que, como todos sabemos desde el principio, solo puede salir mal.

Y eso que la obra en cuestión es nada menos que Primavera para Hitler, un musical escrito por un emigrante nazi demente que revisiona la figura del Fhürer en clave homoplatónica. Tanto Mostel como Wilde, tan histriónicos como efectivos, sostienen el peso de un film que, pese a verse en un suspiro, adolece de cierto equilibrio entre sus partes. No obstante, sus posibles inconsistencias no desmerecen una película cuyos momentos más álgidos (especialmente el casting para el papel de Hitler y el desternillante número musical coronado con unas bailarinas formando la cruz gamada) cuentan con un billete de ida directo y sin vuelta a nuestra memoria. De hecho, su sombra ha sido alargada, siendo revisionada en el cine hace unos años (2005) por Susan Stroman y, sobre todo, alcanzando gran éxito en las tablas bajo la batuta del propio Brooks en forma, cómo no, de musical. A fin de cuentas y pese a lo que pensasen sus protagonistas, una historia que centra su atención en reírse de Hitler debería de merecer siempre el mayor de los aplausos.

Marcos García Guerrero
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