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‘Kuklos’ de Christophe Gaultier y Sylvain Ricard: aviso para navegantes en la época de las dudas

Kuklos es una palabra griega que significa círculo. A partir de ella se creó el nombre de una organización de la que todos hemos oído hablar, el Ku Klux Klan. A pesar de que estrictamente hablando hayan existido tres klanes diferentes, lo cierto es que podemos considerar el segundo como aquel en el que todos pensamos cuando imaginamos al grupo americano. Su poder alcanzó su plenitud en los años 20 y después desapareció como por arte de magia, para ser recuperado en las décadas posteriores por grupos que solamente empleaban su nombre para seguir relacionándose con ese supuesto pasado glorioso.

Y es que esa idea de la adoración del pasado, que siempre fue mejor, ya estaba en la base de una organización que se sirvió en gran parte de las ideas visuales de D. W. Griffith en El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915). El mismo año que se estrenó la película, de hecho, el klan se refundaba cerca de Atlanta bajo la batuta de William Joseph Simmons y empezaba su actividad. Se vestían como en la película, heredaban títulos de la organización del siglo XIX y se inventaban todo tipo de palabras que empezaran por «kl», en una actitud un tanto infantil que provocaría nuestra risa si no estuviera orquestada por racistas con tendencia a tomarse la justicia por su mano.

El segundo Klan desaparecería tras varios escándalos en los años 20 como el de D. C. Stevenson. El Gran Dragón (cargo equivalente al de líder estatal, en seguimiento de los citados títulos grandilocuentes) de Indiana, estaba considerado el hombre más poderoso del estado y una de las causas del crecimiento del Klan en todos los Estados Unidos. Entonces le pillaron secuestrando y causando la muerte de una joven con la que estaba obsesionado. Madge Oberholtzer trató de suicidarse, pero acabó muriendo por una combinación del veneno que tomó y las infecciones causadas por los mordiscos que le propinó Stevenson durante repetidas violaciones. Tras su condena, se calcula que el Klan perdió más ciento setenta y ocho mil miembros en Indiana y prácticamente desapareció del Estado. Corría el año 1925.

Sin embargo el Ku Klux Klan nunca desapareció de la cultura popular ni de la sociedad estadounidense. Siguió firme: eran pocos pero trataban de mantener el poder sobre una América que se les escapaba de las manos. En los años 40 la organización del segundo Klan se desmoronó definitivamente por los escritos de Stetson Kennedy, que se infiltró en la organización. Agotada la magia de sus nombres extraños, expuesto lo ridículo de sus títulos y lo banal de sus actividades, solamente había una manera de que el Ku Klux Klan siguiera vivo: asumir la forma de organizaciones independientes de fanáticos de nuevo cuño. Se convirtió en algo parecido a un cúmulo de varias organizaciones terroristas, o al menos paramilitares, que se movieron fuera del sistema, ocultando sus filiaciones y apareciendo solamente para recordar de vez en cuando su verdadero poder.

El Klan, que había aspirado una vez a gobernar los Estados Unidos, terminó convertido en un recordatorio de todo lo que podía fallar si no se vigilaba lo suficiente. Y entonces estalló el presente, una época de noticias falsas y sociedades enfermas; se le alimentó desde la llamada derecha alternativa estadounidense y hasta que, en 2015, se estimó que el número de organizaciones relacionadas con el Ku Klux Klan había aumentado de setenta y dos a ciento noventa. No es casualidad que figuras como David Duke, fundador en los setenta de uno de los grupos más importantes del actual Klan, hayan ganado una tremenda trascendencia popular; que apoyen el gobierno de Trump; o que se permita felicitar a Vox por sus resultados en Andalucía. Al menos podemos estar felices porque no puede entrar en el espacio Schengen gracias a la justicia suiza. Eso sí, hasta que alguien se dio cuenta en 2013, estuvo viviendo en Italia; un país cuya deriva política en los últimos tiempos debe gustarle sobremanera.

El cómic como método de denuncia

Kuklos es una obra que no parece ser fruto de la casualidad. Es cierto que se publicó originalmente en 2003, antes de que explotase el actual panorama político y el Ku Klux Klan, o al menos los que en otro momento hubiesen sido sus miembros, tomaran de nuevo el poder en los Estados Unidos. Pero podemos considerar que eso solamente le añade un elemento casi visionario a la obra, mostrando que el guionista Christophe Gaultier estaba en la pista adecuada para analizar la sociedad actual.

La historia de Kuklos se centra en la figura de Jackson, nacido en 1908 e hijo de un dirigente del Klan. De su mano viviremos la fascinación por la organización y el despertar a la realidad que se esconde bajo lo que un chico de catorce años pensó una vez que podía ser un grupo de algo parecido a superhéroes. Es cierto que la cronología de la historia termina situando la última parte de la narración en los años cincuenta, cuando el Klan ya no era tan poderoso como pudiese parecer en las páginas del cómic. También que la historia tiene lugar en el profundo sur americano, un lugar en el que nunca perdió toda su ascendencia.

Lo mejor del asunto, sin embargo, es que esa cronología no parece tener mayor importancia salvo como forma de contar lo que interesa al autor. Podría haber hecho piruetas con los años, incluir un elemento de crítica mayor crítica histórica sobre el Klan… pero no hubiera servido para subrayar más una narración que ya funciona perfectamente de la manera que se presenta. Porque la historia que nos narra Gaultier es más bien atemporal: muestra la destrucción de los ideales y el choque con la realidad, con la particularidad agradecida de que los ideales que protege el protagonista durante la mayor parte del cómic no dejan de ser aberrantes para el lector, aunque no para el personaje.

En ese trabajo de deconstrucción del Klan y de su narrativa tiene mucho peso el dibujo de Sylvain Ricard. Se trata de un trabajo excelente que huye del realismo para abrazar un estilo sucio, de colores ocres que nos sumen en algo parecido a una pesadilla sin fin. La América que nos retrata no es un lugar bonito, no es la tierra prometida; es el hogar de las pesadillas de los oprimidos, condenados por razón de su nacimiento y su piel.

Eso se ve también relacionado con el desarrollo de la trama del cómic, que no huye de la polémica sino que viene a defender que lo único que se puede hacer contra los miembros del klan es defenderse de manera activa y hasta violenta. No hay posibilidad de que aprendan; la sociedad está sumida en una lucha constante de la que no parece haber más salida que la desaparición del elemento disruptor por la vía de la fuerza. El Klan no puede perdonar, no puede olvidar y la única manera de acabar con su fuerza es eliminarlo.

De ediciones y tiempos

Es cierto que Kuklos hubiese sido un buen cómic, incluso uno muy bueno, en cualquier momento que se editase. También es cierto que Ponent Mon lo ha publicado en España en un tiempo en el que se antoja más necesario que nunca. El avance del populismo de derechas en todo el mundo debe ponernos bajo aviso de la posibilidad de que personas como las que pueblan las páginas de Kuklos vuelvan a convertirse en más comunes de lo que nunca deberían haber sido.

Ya comentamos que en los años 40 Stetson Kennedy consiguió infiltrarse en lo que quedaba del Klan, acabar desde dentro con su retórica y su imagen idealizada, conseguir que la ley lo condenara… Creyó, en definitiva, que había acabado con la bestia. Creyó que su sociedad podría dormir más tranquila, sabiendo que el Klan había pasado a la historia. Sería seguramente muy triste saber qué podría pensar ahora si no hubiese fallecido en 2011. En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, en los que ideas que considerábamos superadas vuelven a aparecer y a amenazar al propio tejido de nuestras sociedades, hacen falta obras como Kuklos, que vuelvan a poner los puntos sobre las íes y traten de mantener el discurso necesario para frenar los retrocesos que se puedan producir. Y todo ello escondido en un thriller directo y sin trampas, con violencia, traiciones y hasta algunos politiqueos. Porque al final el mensaje más efectivo suele esconderse en medio de la ficción genérica, aquella que puede llegar al público sin falta de condicionarlo de manera aprioristíca; la que sabe establecer desde la primera página si eres de los míos o de los otros, porque habla a la condición humana universal.

Ismael Rodríguez Gómez
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