Blas Ruiz y Diego Velloso, pícaros aventureros en la corte del Imperio jemer
En 1580, con la coronación de Felipe II como rey de Portugal y la anexión española de las posesiones portuguesas en América, África y Asia, España se convirtió en la primera potencia mundial de su época. En Camboya, el otrora poderoso Imperio jemer, casi extinto, solicitó ayuda al imperio en el que nunca se ponía el sol para sobrevivir a los ataques del vecino reino tailandés de Ayutthaya. Al hacerlo, propició que dos aventureros ibéricos, junto con un ridículo ejército de doscientos soldados, consiguieran derrotar a una monarquía, fueran gobernadores de dos provincias camboyanas durante tres años y a punto estuvieran de convertir Indochina en un virreinato español, propiciando una campaña de conquista contra el Imperio chino.
Blas Ruiz de Hernán González no era noble, hidalgo o militar. Era hijo de un humilde labriego manchego y nació en Calzada de Calatrava, en torno a 1560. No sabemos cómo llegó a Nueva España, pues ningún registro escrito hay de sus primeros años, pero sí que estando en América se casó con una adinerada viuda con cuyos ahorros se embarcó en el Galeón de Manila, buque que comerciaba entre Filipinas y la costa oeste de México a través del océano Pacífico. Allí compraría una pequeña nave y pondría rumbo a los desconocidos territorios de Laos y Camboya, remontando el río Mekong, en busca de fortuna y riquezas con las que comerciar.
Entre el año 1113 y 1150, el rey Suryavarman II había instaurado como religión oficial el culto a la deidad hindú Visnu e iniciado la construcción del gran templo de Angkor Wat. Este asentamiento se convertiría en capital del reino jemer (o khmer) y a su alrededor crecería una ciudad estado que hacia el siglo XIII habitaría más de medio millón de habitantes. Sería, además, la cabeza de un imperio cuyo territorio abarcaría las actuales Camboya, Tailandia, Laos, Vietnam, y extensas regiones de Sri Lanka y Birmania. Pero, al igual que ocurrirá con todos los grandes imperios de la historia, a la época de expansión y esplendor le siguió un largo periodo de decadencia que los reinos vecinos aprovecharían para debilitar a la potencia dominante. En este caso, el nuevo enemigo sería el creciente reino tailandés de Ayutthaya, fundado hacia el 1350, que en 1531 ocupará la capital jemer. Al sur de Angkor Wat los supervivientes de la familia real fundarán una nueva ciudad, Phnom Penh, y el reino conseguirá sobrevivir, no sin dificultad, durante los siglos XV y XVI.
En 1592 Blas Ruiz alcanzó la población litoral de Longvek, donde descubrió que no era el primer occidental que se aventuraba en aquellas tierras. El rey Apram tenía a su servicio a los portugueses Francisco Machado, Pantaleón Carnero y Diego Velloso, natural este último de Amarante y que había desposado a una princesa local entrada en años para gozar del favor de la realeza. Fue recibido con el candor propio de quien encuentra a un vecino entre extranjeros y pronto trabó amistad con Velloso, quien le ayudó a instalarse y comenzar a comerciar.
Pícaros ibéricos
En 1594 las tropas del reino de Ayutthaya, Siam para los occidentales, atacan Longvek con un extraordinario ejército y provocan la huida de la casa real, derrocada, hacía territorios de Laos. Tanto Blas Ruiz como Velloso son hechos prisioneros y pronto se los embarcará en distintos juncos en dirección a la capital siamesa, junto con el botín de la invasión de Camboya, para ser juzgados. Durante el viaje, Blas Ruiz se da cuenta de que la mayoría de la tripulación del junco la forman esclavos de origen chino y comienza a instigar contra los siameses. Muy convincente debía ser, pues termina provocando un motín en el que los chinos se levantan en armas y matan a los siameses, adueñándose de la carga de la embarcación que, según el cronista dominico Fray Gabriel Quiroga, contaba con «quinientos arcabuces, cincuenta falcones, dos medias culebrinas, cincuenta tinajas de pólvora, lanzas, catanas y oro y joyas destinados a las arcas de Ayutthaya». Blas Ruiz, mientras observa cómo los chinos comienzan a matarse entre ellos para tocar a más en el reparto del botín, se alía con los otros prisioneros, entre los que había varios samuráis japoneses, y organizan un segundo motín que acaba con los pocos chinos que habían sobrevivido, convenciendo después a sus cooperantes nipones de poner rumbo a Manila, donde encontrarían refugio y recompensa.
Mientras tanto, Diego Velloso llega a Siam en otro junco. Consigue ser liberado alegando no ser más que un comerciante y que su estancia en Longvek era casual. Explicándose ante el rey, se entera de la desaparición del junco que transportaba el botín y le embauca convenciéndole de su destreza como marino y su conocimiento de las rutas de navegación españolas, consiguiendo que se le ponga al frente de una expedición que irá en busca del barco en que se encontraba Blas Ruiz, eso sí, bajo la vigilancia de uno de los hombres de confianza del monarca. Poco hacía que la nave se había echado al mar cuando se encuentran con una gran tormenta y ven naufragar y perecer a su escolta. El siamés a cargo ordena dar media vuelta, pero el portugués le convence para aguardar en un puerto natural una jornada más, asegurándole que la tormenta amainará. Extrañamente, esa noche, el capitán, que gozaba de excelente salud y vigor, fallece por culpa de unas raras fiebres. Velloso, mostrándose consternado por la imprevista muerte, transmite a la tripulación que la última orden que había dado el jefe siano (como en la época se conocía a los siameses) era la de seguir en la búsqueda del junco extraviado hasta completar la misión. Ordena que la embarcación ponga rumbo a Malaca, una fortaleza portuguesa en la actual Malasia, donde reduce a la tripulación y toma posesión de la nave.
A la conquista de Indochina
Mientras tanto, en Manila, Blas Ruiz termina de convencer a Pérez Dasmariñas, gobernador de Filipinas, de la oportunidad que representa el desgobierno y la guerra civil en Camboya para los intereses económicos y expansionistas de la corona. Consigue que se autorice una expedición compuesta por un galeón y dos juncos que comandará un hombre que, por su cobardía, hará honor a su apellido: Juan Juárez Gallinato. La segunda nave la capitaneará Blas Ruiz, y la última será dirigida por Velloso, que aburrido de la vida en la pequeña fortaleza Malaya acababa de arribar a Filipinas para reencontrarse con su amigo.
El inepto Gallinato se perderá durante una tormenta a medio viaje, descabezando la escuadra. Con ciento veinte soldados, varias decenas de japoneses samuráis conversos al cristianismo y algún indio filipino, la pequeña flota de Blas Ruiz y Velloso consigue llegar a la desembocadura del Mekong. Creyendo naufragado el buque insignia, deciden seguir por su cuenta e improvisar sobre la marcha. A pocas millas de remontar el río se encuentran con seis juncos sianos cargados de oro que iban en dirección a la corte de Ayutthaya, de los que se apoderan sin mayor problema, y en verano de 1596 llegan a Lan Xang, la nueva capital administrativa de los jemeres. Esperaban reencontrarse con el rey Satha, pero descubren que el querido monarca había fallecido de unas fiebres en el trayecto de Camboya a Laos, poco después de la invasión siamesa. Tras descansar unas jornadas emprenden camino a Longvek con la intención de provocar una rebelión que liberara Camboya de Ayutthaya, restaurar la dinastía de Apram sentando en el trono al heredero legítimo, ganarse su favor para establecer relaciones diplomáticas con España y alcanzar la gloria personal.
Consiguieron ser recibidos por Prabantur, el rey usurpador, al que embaucaron explicando su intención de actuar como árbitros imparciales en la resolución del problema de sucesión dinástica para conseguir la paz en la región, con la voluntad de posteriormente establecer relaciones comerciales entre España y Camboya. Entre otros presentes que llevaban para el rey de parte del gobernador de Filipinas, se encontraba un burro, animal exótico y de gran rareza en esa zona del mundo, que con sus rebuznos provocó una estampida en el corral de los elefantes del rey, provocando cuantiosos daños. El rey, airado por el destrozo, dio muerte al animal y lo cenó esa misma noche.
Las negociaciones no habían empezado con buen pie para los ibéricos y a esta inconveniencia se sumó el recelo que la colonia china de la capital, de unas tres mil almas, sintió nada más arribar los españoles. Estos eran casi en su totalidad comerciantes que de inmediato sintieron amenazados sus negocios en el país. Enseguida comenzaron a sabotear las naves españolas y tratar a los soldados con desprecio y desdén, pues para la milenaria cultura estos no eran más que bárbaros. Cuando, durante una disputa jugando naipes, varios chinos dan muerte a dos españoles y un samurái a su servicio, se colma la paciencia de Blas Ruiz, que estalla en ira, provocando una escaramuza en plena capital que termina con más de trescientos chinos muertos y apoderándose de todos los juncos del puerto. Cuando el rey se enteró de esta noticia, alertado por la comunidad china, exigió la devolución de los barcos y la presencia en su palacio de los capitanes españoles. Estos, temiendo una encerrona, no acudieron a la cita y, tras dos días acampados a las puertas de la ciudad, traspasaron sus barreras durante la noche. Con su ahora reducida fuerza de cuarenta españoles y veinte japoneses prendieron fuego a los almacenes, irrumpieron en las estancias reales descargando sus arcabuces y alcanzaron al rey con un balazo en el pecho, dándole muerte.
Coincidió que esa misma noche llegó Gallinato, que no estaba muerto, sino que había hecho escala en Singapur para reparar el aparejo y las cuadernas del galeón, gravemente dañado tras la tormenta, y al ver el caos decidió no involucrarse, seguro de la derrota, ordenando a su nave dar media vuelta hacia Manila sin entrar en batalla. Mientras, Ruiz y Velloso, victoriosos, se apoderaron de los mejores buques, reclutaron a lugareños para engrosar sus filas, saquearon la capital de todo objeto de valor y prosiguieron con su improvisado plan: ir a Laos a buscar al legítimo rey para restaurarlo en Camboya.
Cuando llegan a Laos la flota es acogida con candor. Blas Ruiz y Velloso son agasajados con exóticas viandas, desfiles de elefantes asiáticos, coronas, collares de flores y el agradecimiento de todo un pueblo, pero se encuentran con que el rey Apram II ha fallecido de otras extrañas fiebres. También han muerto sus dos primogénitos adultos. El ahora heredero del trono es un niño de doce años, Praunkar, asistido por un consejo de regencia constituido por su madrastra, su abuela y dos de sus tías. Para la costumbre de la época en ese lado del mundo la existencia de matriarcados era algo habitual, pero para las costumbres y el punto de vista occidental, un gobierno femenino era grave signo de debilidad. Ruiz y Velloso pensaron rápidamente que ganándose el favor de las mujeres conseguirían poder sobre el niño y podrían actuar a voluntad. Convencen a la familia real de regresar a Camboya y viajan escoltándolos hasta la capital. El país, descabezado, acepta la coronación del pequeño Praunkar bajo la tutela de su madrastra, que, cosas del amor, a esas alturas del viaje se había convertido en la amante de Blas Ruiz. El rey nombra a Blas Ruiz y Diego Velloso grandes chofas, el equivalente a príncipes, y entrega a cada uno, como muestra de gratitud y confianza, el gobierno de una provincia.
Comienzo de las intrigas, fin de las aventuras
En 1598, el gobernador de Filipinas envía a Camboya una expedición de dos buques con doscientos soldados y varios religiosos, que la corte jemer no vio con buenos ojos, y pronto comenzaron las intrigas. Uno de los generales del difunto rey Apram, Okuña, había sido también amante de la madrastra de Praunkar y se sentía ofendido y desplazado del poder por culpa de los castellanos. Convence al rey para ordenar que los buques españoles desciendan el Mekong junto a su flota para sofocar una supuesta rebelión, pero al llegar al territorio los aguarda emboscado un ejército de mercenarios malayos y mandarines, muy bien entrenados y temidos, dotados de potente artillería china, que Okuña había contratado. Blas Ruiz intenta convencer al pusilánime monarca de la traición que se avecinaba pero este, muy aficionado al vino español pese a su corta edad, lo recibe ebrio y no le presta atención, permitiendo la aniquilación del contingente español.
Velloso envía una misiva a Manila pidiendo refuerzos, pero Gallinato, justificando su cobardía, recomienda al gobernador no enviar más soldados en defensa de los españoles aduciendo que la empresa no merecía la pena, que ningún beneficio les reportaría esa ayuda. Así que Pérez Dasmariñas rechaza enviar refuerzos, pero autoriza que un grupo de voluntarios viajen a Camboya en un junco. Un dominico, Alonso Jiménez, se planta en Longvek con un contingente de comerciantes interesados en el territorio. Blas Ruiz aprovecha la coyuntura y acude a la corte con una carta del gobernador de Manila, inventada, que exige al rey camboyano le sean pagados los servicios prestados a él y sus hombres, y se le entregue un terreno privilegiado para la construcción de una fortaleza. El niño rey, borracho como de costumbre, se arrodilla llorando y, pidiendo perdón por haber desoído sus consejos, autoriza la construcción del fortín.
El ejército español estaba en la playa ultimando los preparativos para iniciar la construcción de la plaza fuerte cuando los mercenarios malayos asaltan el campamento español, al mismo tiempo que el traidor Okuña, que ya había envenenado a los dos reyes anteriores, asesina a Praunkar y se entroniza. Los españoles vencen, pero se exceden en las represalias y asaltan la capital, provocando una matanza injustificada. Este acto salvaje provoca la unión de los malayos, los chinos, los jemeres, los siameses y los laosianos, pues Longvek era una capital cosmopolita, cabeza del comercio de la región, ahora amenazada por la construcción de una fortaleza española. Antes de que se resuelva su construcción, antes de que los españoles se vuelvan invencibles tras muros de piedra y artillería, atacan en conjunto con una poderosa coalición y dan muerte a todo occidental, militar o religioso, y a los japoneses cristianos aliados de estos. Nada más se supo de Blas Ruiz y Diego Velloso.
La crónica de las aventuras de estos españoles en Indochina fue muy conocida durante el siglo XVII. Dícese que Cervantes se inspiró en sus gestas para componer varios capítulos del Quijote, e incluso Góngora les dedicó unos versos. Cuando Álvaro de Sande propuso a Felipe II la movilización de mil voluntarios de los tercios viejos para preparar la invasión de China, el rey ya había perdido el interés por la conquista de Asia. Tenía muy presente los pocos beneficios económicos y políticos que la empresa de Indochina había reportado, y los muchos problemas causados. Fue así como esta historia fue quedando atrás en el tiempo, fue así como estos españoles fueron olvidados, así como sus aventuras y sus infortunios. No obstante, no podemos evitar pensar qué hubiera ocurrido de haberse terminado la construcción de aquella plaza fuerte en el actual Phnom Penh. Quizá Blas Ruiz y Diego Velloso habrían podido influir en la expansión ultramarina de un imperio en el que, tal vez, durante mucho tiempo nunca se hubiera puesto el sol.
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Grandioso. Gran articulo.
Hay quá, cảm ơn tác giả thật nhiều! (Y)