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Joachim Trier y las razones para un cine más humanista 

El realizador noruego Joaquim Trier está dándose ahora a conocer en el ámbito internacional después de las múltiples nominaciones que ha recibido su última película, La peor persona del mundo (2021), estrenada en el festival de Cannes. Sin embargo, el director debutó ya en 2006 con la película Reprise, además de estrenar otros títulos a lo largo de los últimos años como Thelma (2017), s fuerte que las bombas (2015) u Oslo, 31 de agosto (2011). Y parece que hay algo común en sus películas, algo que se camuflaría fácilmente como una expresión de existencialismo moderno: casi todos sus personajes pueden calificarse como extranjeros o extraños, parecido al protagonista de Camus, una serie de personajes que no encajan en la vida que se han construido. 

Por un lado, la Julie de La peor persona del mundo es una mujer con la dificultad de establecer una posición para el amor en su vida. Sus dos parejas, Askel y Eivind, se vuelven locos por ella y, aunque Julie también los quiere, se ve incapaz de integrarse en los estándares de una relación. Esto también es evidente al principio de la película cuando, durante los diez primeros minutos, hay un montaje de los múltiples cambios de carrera y profesión que tiene.

Por otro lado, en Oslo, 31 de agosto, el personaje de Anders, al que conocemos como un exdrogadicto, se ve incapaz de volver a empezar de cero a sus treinta y cuatro años. Todo ello se vuelve más real cuando sale durante un día de la rehabilitación y vuelve a encontrarse con sus amigos en Oslo. Ellos ya han formado una vida profesional y, algunos, una familia. Tampoco terminan de ser felices, pero no se encuentran en la misma miseria que él. Así, la película de Trier es una forma de cuestión continua sobre las razones para estar ahí, en esa vida. Puede que esa sea la razón para que intente suicidarse y termine recayendo en la droga.

Esto es incluso evidenciable en Más fuerte que las bombas, su debut americano. Y, a pesar de que el tono parece diferir más de lo que es corriente para el director, los temas siguen siendo los mismos; en este caso, tres hombres atormentados y rotos por la muerte de uno de los miembros de su familia. Viendo a través de flashbacks cómo este otro personaje, la matriarca (interpretada por Isabelle Hupert) también encajaba en ese perfil fetiche de Trier: una extraña en su propia casa.

No hay duda de que el punto de encuentro del noruego, más allá de temas como el luto, el amor o la madurez, es el de sus protagonistas contra el mundo (o lo que es igual, contra ellos mismos). Y es más fácil que como realizador tenga control sobre la dirección narrativa de sus películas cuando coescribe los guiones junto con su compañero Eskil Vogt; quien firma con Trier todos los libretos de su filmografía, además de sorprender también el año pasado en Cannes con su película The innocents (2021).

En definitiva, es factible decir que, como muchos otros grandes realizadores, Joaquim Trier ha empezado a darse a conocer por saber expresar una misma angustia humana desde distintos puntos de vista y, por supuesto, hacerlo conjugando (en ese nuevo estilo artístico de realismo europeo) la imagen con la narrativa, adscribiéndose a un cine sencillo y sin excesos más puritanamente humano. El cine de Trier es esencialmente humanista, pone el foco en sus personajes y en la forma de ver sus vidas, sin adornos o giros dramáticos drásticos, siendo fieles a su naturaleza.

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