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Cruceros, capitalismo de vacaciones – 17 de julio

Venecia está viviendo otro verano de cruceros e incidentes. El Costa Deliziosa estuvo punto de llevarse por delante la terraza de una cafetería a pocos metros de la plaza de San Marcos. No hubo heridos. Pero antes sí los hubo cuando otro crucero, el Ópera, embistió un barco de recreo en el canal de la Giudeca. Luego chocó con el muro del puerto: unos turistas corren despavoridos con sus trolleys; otros graban la escena. En Venecia atracan sesenta y ocho cruceros al año: llegan, descargan, recogen y se van. Dejan dinero y veintisiete millones de toneladas de azufre. El crucero es un sueño del capitalismo de vacaciones.

Cerca de treinta millones de personas se van de crucero cada año. La cifra se ha multiplicado por dos en una década. Crece como una fiebre. Hay cruceros por los siete mares, cruceros Disney por el Caribe. Pocas ciudades se resisten. La Habana, Cuba, lamenta que el ciclotímico Trump les deje ahora sin sus cruceristas yanquis orondos y gastizos. El crucero sólo necesita un puerto. El resto lo pone la casa: calles, playas y vecinos. A veces, molestos. En Venecia se van, agobiados por el aluvión flotante. Había ciento setenta y cinco mil venecianos a mediados del siglo XX. Hoy son cincuenta y tres mil. El barco pasa y deja un parque temático.

Las mayores compañías de cruceros del mundo son estadounidenses. Decía Vicente Verdú en El planeta americano que, para Estados Unidos, todo lo que está más allá de sus fronteras es «el extranjero». El crucero evita el mal trago de perderse en lugares extraños. Siempre en suelo americano, siempre con la seguridad de la bandera a popa. Menos en el descenso ocasional a tierras bárbaras: rápido, selfie, compra. Los cruceristas consiguen el milagro de «estar ahí» sin estar en ningún sitio, de viajar sin moverse del hogar, de saborear lo exótico en un lujo low-cost. El crucero logra el milagro de la ubicuidad fake.

Las vacaciones las inventaron los romanos, como casi todo. El emperador Adriano dispuso las calzadas para que los patricios viajasen de Roma a sus playas favoritas. Luego el cristianismo aprovechó las mismas carreteras para extender su religión por el Viejo Mundo. Sin calzadas romanas no habría apóstoles, ni Cristo que lo fundó. Los cruceros facilitan hoy el apostolado del ocio selfie, del «yo estuve allí», aunque esa estancia dure unas horas de vértigo y urgencia. La verdadera riqueza mira displicente desde el yate de lujo, observando al ganado con el catalejo de la opulencia.


Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este Tumblr.

Víctor García Guerrero
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