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William Walker, cuando un buzo salvó la catedral de Winchester

Vivimos en un mundo raro que, en ocasiones, nos regala extrañas historias. Esta es una de ellas. A principios del siglo pasado, uno de los monumentos más emblemáticos del aún Imperio británico corría peligro de desmoronarse. Aproximadamente unos mil años después de su construcción, la catedral de Winchester podía venirse abajo. Y aquí comienza la impresionante historia de William Walker, un humilde buzo cuya hazaña salvaría a la joya arquitectónica inglesa.

William WalkerUn momento, ¿has dicho «buzo»? No arquitecto o ingeniero. No. Buzo. Efectivamente. William Walker era exactamente eso, un submarinista. Aunque ahora parezca que eso no tiene sentido, al final todas las piezas encajarán.

Como todas las historias, esta también hay que contarla desde el principio. Remontémonos, pues, al comienzo de la construcción de la catedral: el rey Guillermo I, primer monarca normando de Inglaterra, ordenó su construcción allá por el año 1079. La idea era buena, pero el lugar elegido no lo fue tanto: una zona de tierra pantanosa, situada junto a un río. Primer error. Además, para asentar los pilares del edificio se utilizaron materiales como madera y piedra caliza. Segundo error. La madera fue pudriéndose y el templo hundiéndose poco a poco. Y de aquellos barros, vienen estos lodos (nunca mejor dicho). En 1906, uno de los baluartes arquitectónicos británicos corría serio peligro de derrumbe por la inestabilidad de sus cimientos, que provocaba la constante aparición de grietas en sus muros.

Para evitar el fatal desenlace, se contrató al arquitecto Thomas Graham Jackson que, junto con el ingeniero Francis Fox, debería idear el método para arreglar tamaño desaguisado. Juntos, lo consiguieron: llegaron a la conclusión de que la única forma de lograrlo era sustituir los podridos cimientos de madera por otros de hormigón y ladrillo. Pero surgía un problema con difícil solución: cómo cambiarlos sin tocar la estructura superior. La única posibilidad era acceder «desde abajo», es decir, atravesando el pantanoso terreno. Y aquí es donde entra en juego William Walker.

Hasta 1912, William Walker se sumergiría cinco días a la semana durante seis horas bajo la catedral de Winchester, en una oscuridad casi total y usando sus manos para guiarse a través del fango. Para llevar a cabo su trabajo, se embutía cada día en un pesado traje de buzo que no se quitaba ni siquiera para comer, salvo el casco, obviamente. Una vez tras otra, iba rellenando con bolsas y bloques de hormigón y ladrillos las zonas inundadas bajo el templo, con la única ayuda de sus manos. Cuando acabó el muro de contención, tras seis años de trabajo, el agua pudo ser bombeada permitiendo la entrada del equipo de albañiles que apuntalarían los cimientos de la catedral de Winchester. Se estima que el equipo, en total, usó unas veinticinco mil bolsas de hormigón, unos ciento quince mil bloques del mismo material, además de unos novecientos mil ladrillos, muchos de los cuales fueron colocados por William Walker en las condiciones anteriormente descritas.

estatua William WalkerTras el ingente trabajo realizado, el 15 de Julio de 1912, día de San Suituno de Winchester (o San Swithun) patrono de la catedral, William Walker recibió el agradecimiento en persona del rey Jorge V por su labor en una ceremonia oficiada por el arzobispo de Canterury. Posteriormente, el buzo sería distinguido con el honor de ser nombrado miembro de la Real Orden Victoriana (MVO).

Y es por esta curiosa razón, por el trabajo y el esfuerzo titánico de un hombre, que se puede ver una curiosa estatua que en un principio puede parecer fuera de lugar en un templo. En un rincón de la catedral de Winchester, se encuentra el busto de un buzo que lleva bajo su brazo el casco. Es William Walker, el buzo que la salvó de hundirse.

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