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Cinefórum CCCXXI: «El incidente»

El mismo año en el que en Checoslovaquia un tótem de su cinematografía (František Vláčil) estrenaba la ambiciosa y majestuosa Marketa Lazarová, poético lienzo en donde naturaleza e historia se funden camino de la posteridad, en Estados Unidos un desconocido cineasta (Larry Peerce) sorprendía con El incidente, proyecto pequeño en el que ciudad y contemporaneidad convergen dando forma a un joya de culto semiolvidada.

Peerce nos presenta un vagón de metro neoyorkino, nocturno, donde dos maleantes (Martin Sheen y Tony Musante) harán honor al título de la cinta atemorizando a sus pasajeros en lo que hoy, inevitablemente, no puede dejar de verse como una precuela espiritual de la incómoda y absurda violencia ejercida por los protagonistas de Funny Games (Michael Haneke; 1997). La primera mitad del metraje funciona a modo de necesario prólogo en el que, en un sutil crescendo de tensión, vemos cómo el destino encamina a una serie de personajes hacia dicho vagón, verdadero escenario de la historia. Un lugar fatal en donde se han de encontrar con unos criminales psicopáticos que, como comprobamos desde el inicio de la película y constatamos durante todo su incomodísimo segundo tramo, disfrutan haciendo el mal y provocando el miedo ajeno.

20th Century Fox

La película parte del tristemente célebre incidente de Kitty Genovese ocurrido tres años antes (1964) y denunciado por The New York Times: el caso de una mujer agredida en repetidas ocasiones y distintos espacios del barrio de Queens (Nueva York), en una agonía de media hora que acabaría con su vida ante la supuesta indiferencia de múltiples testigos. La tesis de la cinta, como la de estudios psicológicos posteriores, parece apuntar hacia una clara dirección: la deshumanización de la gran ciudad. Por eso los personajes de la misma enmudecen ante las fechorías que se van perpetrando en el vagón; porque son espectadores inmovilizados ante una situación de peligro que demanda su intervención. La percepción de la responsabilidad de auxilio diluida en grupo.

Y es que el escenario es importante, porque si Haneke y demás secuaces del Home Invasion ponen el foco en el miedo y desasosiego de la violación de los lugares privados, es en el espacio público donde Peerce fija su mirada; en el ámbito urbano como escenario de convivencia que, inevitablemente, parece conducir a la degradación moral que convierte a los individuos en masa apática y alienada.

«¿Podemos llamar a esto una pelea justa?», le increpa en el tramo final de la película un personaje con el brazo en cabestrillo a uno de los asaltantes. «No, sois todos vosotros contra nosotros dos», le contesta este haciendo patente lo que, a esas alturas, es ya un hecho evidente: que en ese vagón no hay nadie inocente.

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