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Divulgación

El Ser y el sueño dentro del sueño

Dice Martin Heidegger que «el Ser es en el tiempo y solo en el tiempo». Sin embargo, en mi opinión es al revés: el tiempo es en el Ser y solo en el Ser. La brillante prosa del pensador alemán oculta sus terribles fallas de base y lo desencaminado de sus elucubraciones. No obstante, hay que concederle el gran mérito de haberse ocupado de cuestiones que otros han preferido soslayar. Por supuesto, muy astutamente Heidegger elude, de un modo muy poco científico, definir al Ser a pesar de estar en el centro de su tratado. Según él, los entes viven en el Ser y la temporalidad sería la trampa, el modo de percepción en el que estos se desenvuelven. No obstante, para el Ser, creador de los entes, el tiempo es solo un recurso al que dota su creación para que las limitadas mentes de los entes tengan un marco de referencia. Pero el Ser, como creador, está por encima de estas limitaciones; para él el tiempo no existe, tal y como dirían estudiosos como Ervin Laszlo aludiendo a lo psíquico en general: todo está ocurriendo al mismo tiempo y en todo lugar, algo que a nuestra concepción mental lastrada a la temporalidad resulta difícil de comprender. Sin embargo, los más avanzados conocimientos de física nos dicen que aunque el tiempo no puede transcurrir hacia atrás, sí que puede avanzar a muy distinto ritmo según la materia que lo contenga. El tiempo es, pues, una variable más como el espacio, la masa o la velocidad, y por tanto no puede ser el continente de todo lo demás que acaece. El tiempo, como una variable más del mundo material es, por tanto, solo un recurso del que se vale el Ser para producir el entramado que como sujetos más o menos conscientes experimentamos. Las cuestiones siguen siendo relativas al Ser y a sus motivos para desplegar este juego artificio de espacio y tiempo en el que transcurre el universo, se produce la vida y los entes inteligentes. No resulta difícil identificar el Ser de Heidegger con Dios, pero no con un dios monoteísta dotado de cualidades humanas y sentido moral, sino más bien con una deidad como el todo, el entramado, el productor de la experiencia subjetiva más al estilo hinduista o inclusive panteísta.

Neo, el elegido, en un determinado momento de la trilogía de Matrix se encuentra con el arquitecto y creador de la realidad virtual en la que viven conectados los humanos. Neo, que podría ser identificado con el mesías judeocristiano, con el imán oculto del islam iranio del que nos habla Henry Corbin, con el yo superior o con el sí mismo de Carl Gustav Jung, busca respuestas ante el creador de esa realidad de la que ha sido liberado. Este dios arquitecto dista mucho de ser benevolente y compasivo; más bien da a entender que sus motivaciones están más allá, tanto de las concepciones de espacio y tiempo como de los sentimientos, incluido el del amor, insertado con intención en el interior de los humanos como Neo. Se puede decir que ese dios arquitecto no es el verdadero Dios, sino solo un programa informático que propicia el sueño en el que están encadenados los seres humanos. Hay quien podría considerar que a pesar de su barba blanca, ese arquitecto no es más que un suplantador de Dios que ha creado un sueño enajenado y carente de cordura solo para el interés de su propia supervivencia, que siente amenazada. Ese dios, por tanto, sería un falsario que algunos identificarían con el ego, quien aquejado de miedo y de resquemor produce una pesadilla más que un sueño digno de alguien merecedor del atributo de dios creador. En esta concepción, Dios, el auténtico, queda exculpado de los males humanos, que son propiciados por su parte divina creadora enajenada del dios real. Persiste la pregunta de por qué esto es así. Digamos que el dios auténtico otorga el libre albedrío o cierto grado de autonomía y desde allí ya no es enteramente responsable de lo que ocurra a partir del Ser emanado de él. Por supuesto, seguimos sin saber cómo es Dios el auténtico y si su desdoblamiento en el Ser es un juego con el que se divierte o cumple una finalidad de conocimiento o autoconocimiento. Para aquellos que dedican su vida o sus pensamientos a seguirle o conocerle, ese Dios el auténtico, con el paso de los siglos y las sucesivas revelaciones y libros sagrados, se ha ido haciendo más bondadoso y comprensivo. No sabemos si es que el hombre, alejándose de su condición salvaje lo ha ido conociendo mejor, o es que en su evolucionar civilizado ha ido propiciando que también ese dios creador y sus distintos representantes se hayan ido convirtiendo en cada vez más compasivos y magnánimos.

Aceptadas todas las anteriores presuposiciones y para contestar a la pregunta de si el creador del Ser simplemente se divierte o cumple una función de utilidad, podemos echar mano al parangón más cercano que poseemos. Según la máxima hermética, lo que es arriba es abajo, entendiendo que lo que produce el Ser en nosotros, humanos dotados de cierto grado de consciencia, es un sueño (como plantea el hinduismo) en el que depositamos entera fe y que vivimos como realidad externa objetiva e incuestionable, pero que sin embargo no es más que un artilugio que manipula nuestra mente para que nos sintamos protagonistas de nuestra propia historia. En tal caso, podemos preguntarnos acerca de la finalidad del sueño que como fenómeno onírico experimentamos o del que más bien somos víctimas durante nuestro trance del dormir, en el cual nuestra consciencia queda casi por entero apagada. Hay quienes consideran que el sueño no cumple ninguna función mental ni biológica, que es más bien un proceso basura en el que la mente se purga a sí misma. Dentro de los postulados más académicamente científicos, se ha ido asumiendo que el soñar al menos ayuda a la mente a consolidar recuerdos y a preparar al individuo para sus acciones futuras. De manera clásica, el sueño ha sido considerado un mensaje de los dioses o hasta tal vez de los demonios, y de modo destacado Sigmund Freud y Jung han puesto de relieve que durante el mismo la mente proporciona a la consciencia datos de valor que han pasado inadvertidos, siendo el sueño por tanto como un teatro para niños que pretende producir una modificación-compensación de la actitud consciente del individuo, especialmente cuando este más lo necesita. Por supuesto, el lenguaje del sueño es arcaico, simbólico, paradójico y hasta en ocasiones aviesamente humorístico; no obstante, a menudo expresa por medio de parábolas claros mensajes que el soñante es después muy libre de tomar o no en consideración. Es en este postulado en el cual consideramos que el sueño de abajo (nuestro fenómeno onírico) es a semejanza con el sueño de arriba (la propia vida de la que no somos conscientes que está producida por el Ser del que formamos parte y emana de Dios), otra forma de reflexionar sobre su acaecer y tratar de ajustar el equilibrio entre las distintas partes que componen, por así decirlo, la mente de Dios, el auténtico.

Por supuesto, entre otras queda la cuestión del origen (y el final). En el teatro de marionetas Wayang kulit, espectáculo tradicional sagrado de la isla de Java con raíces hinduistas, es el maestro dayang el que maneja los personajes que son movidas delante de una luz que proyecta sus sombras (muy al modo de la caverna de Platón) en la pantalla o tela que es contemplada por los espectadores. Es, por tanto, el dayang quien mueve sus destinos y, en tal sentido, es el dios causante de sus éxitos o sinsabores. Utilizando el símil y considerándonos a nosotros, entes mortales, marionetas movidas por el ser dayang, no podemos sin embargo culpar al dios creador del Ser de los males y sufrimientos del mundo, puesto que nos ha dotado de cierto libre albedrío y compartido su capacidad creadora con el Ser del que formamos parte. En este aspecto, el dios creador queda exculpado de los pecados del Ser y de los hombres al haberlos dotado de cierta independencia. En relación al origen y el final, cuál es el comienzo de todo y quién es el creador del creador del creador de nuestra experiencia de existencia, podemos remitir al concepto trigonométrico del círculo que no tiene principio ni final, o de manera matemática aludir a lo infinito o a lo infinitesimal dando a entender que puede haber sucesiones en las cuales no hay un ser o cantidad más grande o más pequeña puesto que la cadena a ese modo de ver resulta infinita. Sin duda que apelando a la ciencia ficción y a nuestra especulación calenturienta podemos imaginar que somos personajes dentro de una simulación virtual producida por una máquina, como ocurre por distintos motivos en películas como Matrix o Nivel trece. Finalmente, tal vez de un modo más humilde y teniendo presente a los antiguos escépticos, asumir que nuestra limitada y excesivamente condicionada maquinaria lógica no nos permite tener certezas acerca de nada, y menos aún sobre cuestiones tan trascendentes y alejadas del cotidiano experimentar de nuestros sentidos.

Carlos Álvarez Berlana
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