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Cinefórum CCCLXIII: «El maestro jardinero»

Para seguir de forma muy literal con la rueda del cinefórum, en esta ocasión pasamos de un Maestro a otro: concretamente al El Maestro jardinero (Master Gardener, 2022) de Paul Schrader, en lo que supone un cambio de registro y también de género. Y lo hacemos, además, volviendo a un cineasta que ya hemos visitado hace tiempo por aquí con su primera cinta, Blue Collar. Tras una carrera legendaria, el guionista y director estadounidense, convertido ya en un improbable superviviente, ha reverdecido sus laureles con la tardía trilogía informal formada por El reverendo (2017), El contador de cartas (2021) y esta que nos ocupa.

El maestro jardinero sigue un argumento básico desarrollado con relativa simplicidad que entronca directamente con algunos de los ejes cardinales de su carrera. Narvel Roth (Joel Edgerton) es el pulcro y metódico encargado de un jardín botánico americano; aparentemente un hombre sin aristas que, sin embargo, esconde (literalmente) bajo su ropa las marcas de recuerdo de un pasado criminal y violento. Un día su jefa, Norma Haverville (Sigourney Weaver), le  pide que tome como aprendiz a su distanciada sobrina nieta, Maya (Quintessa Swindell), para que le enseñe los secretos del jardín. Pero Maya tiene sus propios problemas, que amenazarán con romper el delicado equilibrio de la vida que Narvel se ha construido.

Las actuaciones del triángulo principal resultan encomiables, aún cuando Weaver y Swindell deben enfrentarse a la limitación de representar más símbolos o etapas de la vida del maestro jardinero que personajes en sí mismos. Toda la película gira en torno a lo estados mentales del protagonista; así pues, Egerton ocupa el centro de atención durante casi su totalidad y hace un trabajo muy destacable para dotar de sentido a la información dispersa que se nos ofrece. Formalmente, la cinta imita y refleja la frialdad y pulcritud estética del jardín, con muy escasos movimientos de cámara, sin grandes estallidos de acción y con unos personajes, a menudo, situados en un entorno casi vacío que se vuelve geométrico por la ausencia de otras figuras humanas y donde el color (o su ausencia) se vuelve fundamental.

Además de asociarse directamente a las dos películas anteriores, la idea de un hombre violento que se convierte, de forma más o menos voluntaria o consciente, en protector de cierta inocencia herida encarnada en un personaje femenino, se puede unir con un hilo muy fino a otros vengadores inmisericordes de la pluma de Schrader. Así, este Narvel Roth forma cierta hermandad espiritual con el Travis Bickle de Taxi Driver (1976), el Jake VanDorn de Hardcore, un mundo inmisericorde (1979) o el Charles Rane de El Ex-preso de Corea (1977).  No es solo que Schrader tenga un estilo, es que es un género de por sí. Por eso, durante gran parte del metraje parece que la historia se dirige de forma inevitable al estallido sangriento y apocalíptico que marca el final de varios de estos filmes, con una ruptura del orden inicial y una sucesión de acontecimientos que van aumentando las dificultades. Los personajes autodestructivos de Schrader, hasta ahora, parecían abocados a ese final, y, sin embargo, en la cinta que nos ocupa eso se evita mayormente, hasta el punto de que llega a resultar incluso anticlimática y algo inverosímil. La metáfora de la jardinería, un elemento nuevo, permite introducir una posibilidad de redención o de resolución que sus antecedentes parecían negar: si las plantas pueden reverdecer, ¿puede un hombre como Roth tener realmente una segunda oportunidad?

Kojo Studios, Curmudgeon Films.

También, como en otras obras del guionista-director, las tensiones raciales de la sociedad norteamericana juegan un papel fundamental en lo que se cuenta (o más en los que se intuye), en esas tensiones que los personajes trasmiten en escenas aparentemente estáticas o causales. La división existente entre la señorial Norma y su sobrina, mestiza, es tanto la habitual de una familia rota por las relaciones del pasado, como la de la ruptura de las reglas de esa sociedad sureña en que se enclava la mansión y el jardín (quizás una antigua plantación) que Roth cuida con esmero. En ese sentido, deberíamos plantearnos si la metáfora del jardín, sujeto a unas estrictas ordenaciones artificiales y divisiones invisibles, es la más sana para reflejar esta reintegración del pasado oscuro en un futuro más optimista. En la escena más poética de la película, que abre una vena onírica que apenas es explorada, Norvel y Maya se ven de pronto asaltados por una imposible belleza y profusión de plantas que crecen, primero a ambos lados de la carretera, y luego sobre ella, imponiéndose sobre cualquier distinción y separación artificial en una visión del mismo tema, para mí, mucho más efectiva.

El maestro jardinero es, en definitiva, una película con presupuestos interesante y una resolución formal impecable, pero que no termina de ofrecer todo lo que esos elementos formales y narrativos prometen.

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