Cinefórum CCCXCVII: «El extraño caso del Dr. Jekyll»
Pocas cosas hay tan humanas como que algo se nos vaya de las manos cuando encontramos un nuevo poder a nuestro alcance. Este hilo podría llevarnos a relacionar la sorprendente película Mas allá de los dos minutos infinitos que veíamos la semana pasada, a un sinfín de ficciones, documentales, ensayos o incluso noticias de actualidad. En cambio, y con ánimo de ver el fondo de un agua muy enturbiada, acudimos a los clásicos. Esta semana nos ponemos la bata blanca y las gafas de científico para ver El extraño caso del Dr. Jekyll.
Entre las variadas interpretaciones del clásico de Stevenson, en esta ocasión optamos por la versión de 1941 dirigida por Victor Fleming (Lo que el viento se llevó, El mago de Oz) y protagonizada por un portentoso triángulo formado por Spencer Tracy, Ingrid Bergman y Lana Turner.
Remake de la versión de 1931 de Rouben Mamoulian y protagonizada por Fredric March, que a su vez viene de la versión teatral de la obra original, vemos aquí a un enamorado y comprometido Dr. Jekyll que, contrariado por la negativa de sus colegas, decide probar en sí mismo sus teorías, llevándole como sabemos a la perdición. Una decadencia cargada de violencia, frenesí e infidelidad, a la que hay que añadir una fuerte carga erótica que hizo temblar a la censura estadounidense. La sensualidad con que Ingrid Bergman sorprendió a un público acostumbrado a verla en papeles más cándidos no fue nada al lado de la famosa secuencia en la que, en una fantasía fruto de la locura, las dos amantes son azotadas ardorosamente como si de yeguas desbocadas se tratase por un doctor desatado.
Por otro lado, la película se yergue como una de las versiones más icónicas de la historia por lo bien logradas que están las secuencias de transformación entre Jekyll y Hyde, resultado de un ingenioso juego de cámara e iluminación unido a un destacado maquillaje creado por Jack Dawn (maquillador también de El Mago de Oz).
La intensidad del relato se ve multiplicada igualmente por una banda sonora que, por momentos, parece que quiere convertir la película en ópera. El laureado Franz Waxmann, creador también de la música de Rebecca y La novia de Frankenstein firma una partitura que hace honor a su herencia musical alemana. Escuchamos inequívocos ecos de Wagner y de Strauss en esta banda sonora que podría escucharse por separado como si de una gran sinfonía se tratase.
La oportunidad de ver y escribir sobre esta película ha sido la excusa perfecta para cubrir un importante hueco en el bagaje de lecturas y abordar la novela original. Un relato que, como ocurre con Frankenstein, sorprende por lo diferente y refrescante que es respecto a las versiones cinematográficas. Una vez más, el batiburrillo de referencias culturales ha hecho las veces de un teléfono escacharrado haciendo que la lectura de Stevenson (1886) enganche tanto como cualquier bestseller actual. De forma muy habilidosa, se abre un universo de posibilidades que, como ha ocurrido, desarrollan las peripecias del doctor de formas muy diferentes. El lector se queda pegado a las páginas mientras camina de la mano del desconcertado abogado de Jekyll, Mr. Utterson, quien va reuniendo las piezas de un puzle en el que lo que no se cuenta genera tanto interés como lo que sí. Por otro lado, la riqueza de matices que apreciamos en la novela, nos da oportunidad de ahondar en la compleja personalidad del Dr. Jekyll y llegar a empatizar de alguna forma con esa pulsión por escabullirse de una sociedad represora cargada de dudosas e hipócritas moralidades.
O quizá no sea más que una reflexión sobre el progreso y sobre los peligros de la falta de ética científica, o acaso sea una metáfora de la adicción, ya sea al opio, al alcohol o a cualquier sustancia. O simplemente no sea nada de esto. O todo. Llegados a este punto, lo verdaderamente cierto es que la vigencia de la historia es clara. La superficialidad y maniqueísmo con que a veces se han desarrollado algunas versiones recientes (no es el caso de la de Fleming que nos ocupa), si bien pueden ser resultonas y entretenidas, no debe nublarnos la trascendencia y profundidad de este gran clásico.
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