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Arte y Letras

Un «quis evadet» contemporáneo

El arte contemporáneo ha sido denotado por la crítica especializada en los últimos tiempos como producido en masa, repetitivo, comercial, sin una finalidad estética en la que el ser humano pueda recrearse. Ha perdido su norte y se ha visto sumergido en el mercado financiero como si las obras se trataran de piezas en los complejos puzzles de las más grandes fortunas a nivel mundial, ya sean como seña de prestigio y novedad, trofeos icónicos en valiosas colecciones o herramientas de desgravación de impuestos. Ejemplos de ello pudieran ser el afamado cráneo de Damien Hirst, For the love of God, vendido por cien millones de dólares, u otras obras del artista como Remedios para el dolor de cabeza, sus numerosas composiciones con mariposas o animales modificados y sumergidos en formol.

Sea como sea, podemos asumir que la producción artística es considerada una mercancía más con la que negociar, y en concreto la obra del último tercio del siglo XX ​e inicios del XXI. Esta ocupa un cincuenta y cinco por ciento de las transacciones en el mercado artístico y ha aumentado hasta en un ochocientos por cien su valor de cambio, datos que reflejan un crecimiento irrefrenable ya comenzado en torno a 1980 junto con el galerista Charles Saatchi y el alzamiento de nombres como Francis Bacon, Yves Klein, Richard Prism o Rothko. Es en este momento cuando la demanda por parte de agentes opta por la novedad constante y el impacto, a la par que el prestigio y estatus social, marcado generalmente por su etiqueta; una relación de arte y poder vista ya desde inicios de la humanidad y que sienta las bases del mercado de arte junto con las reglas del liberalismo económico, ambiguo y polivalente al igual que frágil. Aquí, la labor de especulación por parte de coleccionistas, galerías y marchantes toma un papel fundamental en esta carrera inmediata y competitiva de compra-venta frenética, como es el caso de Aby Rosen o la familia Mugrabi, agente económico esencial poseedora de más de ochocientas obras de Andy Warhol y considerada como monopolista en este mercado particular. Son ellos quienes determinan los precios, movimientos y transacciones económicas en completo favor del máximo beneficio, llegando incluso a estrategias cuestionables como las pujas e itinerarios falsos, préstamos que faciliten la compra y disparen los precios, acuerdos y cárteles, o incluso relatos que mitifiquen los lotes expuestos en venta.

La especulación, junto con la euforia de los compradores, ha conllevado un aumento de los precios delirante para muchos, una nueva relación por parte del público hacia el anteriores obras de artisticidad cuestionable y una nueva visión del mercado de arte. Este es ajeno al contexto exterior, fácilmente manipulable y de vulnerabilidad inherente. Las piezas son ahora meras mercancías y el verdadero arte se da en la especulación, donde obras son transacciones económicas resultantes de la actividad casi de carácter monopolista y desmedidas dimensiones. Son dictadas ya no solo por la oferta y la demanda, sino también por los nuevos artistas: coleccionistas, marchantes, galerías y casas de subastas. Ellos son quienes controlan el sistema y soplan el canutillo poco menos que jugando con el arte contemporáneo al completo. ​La fortuna sonríe a los valientes, por lo que ​aprovecha el momento.

Pero ellos son ajenos a dos hechos fundamentales: se asientan sobre una calavera completamente inestable y que acabará precipitándose por la deuda, el apalancamiento financiero o incluso la falta de producción artística. Por otro lado, las cuidadas burbujas de recreo siguen aumentando a la par que los precios y su euforia son ajenas a toda fragilidad y vulnerabilidad. Sin embargo, ellos no pueden controlar la locura, el miedo, la codicia o la oferta y demanda; en definitiva, la vanidad del hombre. Su pompa acaba estallando junto con toda su ilusión, su monopolio se derrumba y sus deudas aumentan a cifras impagables. Y es que, en definitiva, el mercado del arte sufre las mismas escisiones que el mercado general. ​Quis evadet, ars ​bulla est; puede que Goltzius después de todo tuviera razón.

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