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Cinefórum CCCXLVI: «El festín de Babette»

Si el cine tuviera que ser solo una cosa, sería un vehículo que nos ha servido siempre y fielmente para escapar de la realidad. Sin embargo, solo de vez en cuando nos subimos a él en compañía de algún personaje que huye junto a nosotros, copilotos silenciosos durante su viaje. Sucedió la semana pasada con Alex (Jane Fonda), con la que recorrimos Hollywood tratando de dejar atrás un inesperado cadáver; y sucede también hoy, con una sencilla y silenciosa sirvienta recién llegada a una comunidad danesa atravesada por el puritanismo. Un lugar y unas gentes tan discretos, que tardamos media película en descubrir que hemos venido a degustar un suculento banquete; en averiguar que la criada es, en realidad, una reconocida cocinera que ha escapado de la Revolución Francesa.

El Festín de Babette narra la historia de una mujer que llega a un pequeño pueblo protestante y comienza, poco a poco, a retorcer su frugal espíritu. No sucede vertiginosamente. Al contrario, durante buena parte del metraje asistimos al despliegue de la psique puritana que gusta de sorber sopa de pan con un poco de cerveza y, cuando se salta la dieta, se permite tan solo una media sonrisa. Babette se adapta, dejando atrás un pasado luminoso que, intuimos, le duele, pero no demasiado; hasta que un extraño giro del destino arrastra su pasado parisino hasta el Skagerrak: un billete de lotería convierte a Babette (otra vez) en millonaria. La sirvienta decide entonces gastarse el premio en una cena que desafiará las restricciones de la comunidad.

Me detengo en la sinopsis de la película porque es una fiel adaptación de la novela original de Karen Blixen (quizá más conocida por Memorias de África) y porque resulta tan enrevesada que tiene un sutil e interesante regusto absurdo: renombrada chef huye de la Revolución, recala en una aldea danesa, gana la lotería y decide fundirse el premio dando un banquete a un grupo de puritanos. Recuerda, en cierto modo, a la de Volver a empezar (exfutbolista del Sporting de Gijón gana el premio Nobel de literatura y acaba dando clases en Berkeley…), en la que Garci, como aquí Gabriel Axel, logra que lo inverosímil resulte natural. De hecho, ambas películas comparten premios Oscar emparentados, a la mejor película extranjera la española (1982); y a la mejor película en habla no inglesa la danesa (en el 87). También una especial atención a la atmósfera y la banda sonora que envuelve a sus personajes. Pero, si en aquel Gijón por el que paseó Antonio Ferrandis se abría paso el melodrama, en la aldea danesa de Stéphane Audran reina la cocina. La cocina y la embriaguez del sabor; el color y las texturas.

El festín de Babette
Nordisk Film, Panorama Film International, Société Française de Production, Det Danske Filminstitut, Rungstedlundfonden

De este modo, la razón protestante va sucumbiendo, plato a plato, copa a copa, al talento de una cocinera católica y el código de conducta de la comunidad puritana da paso a la indulgencia y el placer sensorial. Los efectos, por supuesto, van más allá de lo sensible: las mejillas enrojecidas y la animada conversación conectan y enriquecen (¿o quizá condenan?) los espíritus; la felicidad de la tripa se transmite a través del nervio vago y llega a la mente de los comensales. Así ha sido y será siempre.

Desde la cocina, Babette asiente arruinada y satisfecha. No le queda un mísero franco con el que comprar una hogaza de pan en este efímero mundo material y, cuando sale de su taller, lo hace para recoger los platos, no su reconocimiento. Pero no importa, porque… ¿qué clase de cocinero no sonríe cuando lo hacen sus invitados?

Víctor Muiña Fano
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