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Música

Supersubmarina: las del calendario parece que no se han movido

Puede que el concepto serendipia esté algo manoseado. Para aquel que no conozca el término, serendipia es un hallazgo valioso que se realiza de forma casual. A  pesar de sonar pretencioso o cursi, puede afirmarse que Supersubmarina es la serendipia de parte de una generación.

La secuencia retrospectiva los sitúa más de diez años atrás, en el teatro Montemar. Un teatro con aforo reducido (no supera las cuatrocientas butacas). En los 2000, esa generación a la que le tocaría vivir la crisis económica se entretenía con las frases grandilocuentes que colgaba en la red Fotolog y descubriendo música a través de otra red social, Lastfm. En esta última circulaba el nombre del grupo entre las recomendaciones sugeridas. No sabemos si se trataba de un simple algoritmo, pero ojito.

En los bares, en Jaén, se hablaba de la maqueta de un grupo de Baeza que había contado con la producción de Alis. Su nombre era Supersubmarina. Del flashback o de la analepsis al flashforward. Allí estaban: Juanca, Jaime, Pope y José el Chino en el escenario del Montemar presentando el disco debut. Terminado el concierto y tras calmar a las neuronas espejo, más de uno se mostraba orgulloso al girar el álbum que acababa de comprar y constatar que un gran sello apostaba por el sonido supersubmarino. Estos chicos eran jodidamente buenos. Y lo que estaba por llegar…

Se iban mezclando en aquellas salas, poco a poco, con Rufus T. Firefly, Havalina (proyecto que en la actualidad se ha retomado) o Niños Mutantes. Una escena indie que estaba más que consagrada. A la cabeza Vetusta Morla, que había formado sello propio. Como si de una película de Wes Anderson se tratase, podrían sucederse los planos exactos de la formación en el escenario, tocando en Disfruta Jaén con Los Coronas y Sidonie, en salas más modestas como Lili Marlene, en festivales calurosos como el Play Music Festival, donde, por cierto, tocaba Teenage Fanclub. Las leyendas que circulan de ese festival, del día más caluroso de la historia, es que Jota (cantante de Los Planetas) estaba entre el público, información fiable o no si tenemos en cuenta los viajes a la barra de los asistentes (esas fuentes consultadas que afirmaban, insistentemente, haberlo visto). Citamos este festival por la coincidencia con el grupo Teenage Fanclub. La única curiosidad que vamos a desvelar del libro Algo que sirva como luz es que el ingeniero escocés, Toony Doogan, que había trabajado con la banda de rock alternativo de los noventa y con otras formaciones como Mogwai y Belle and Sebastian, formaría parte de la producción de su disco Santacruz (2012).

Ese grupo sería el mismo que llenó La Riviera de Madrid, la Sala Apolo de Barcelona, que actuaría en el Festival Internacional de Cine de Gijón y tocaría al cobijo del Sonorama. Llegaron incluso a tocar en Austin (Texas) en el Festival South by Southwest y en la sala Scala de Londres. Lo cuidaban todo al máximo, la estética de sus portadas y el tratamiento visual de sus videoclips (jugando en ellos entre lo narrativo y lo no narrativo). Ya en su primer disco, el videoclip de su tema Supersubmarina entró en la selección del Interfilm Short Film Festival de Berlín. Ese videoclip, con estética cinematográfica, se estrenaría más tarde en el Festival de cine de Málaga.

En su segundo trabajo largo, Santacruz, apostaron por un sonido más contundente, experimentando con las dinámicas musicales, y contaron con un quinto beatle: el músico Javi Serrano (actualmente en la formación People Like People). Entre los responsables de las salas y el círculo de periodistas que escribían las crónicas de sus conciertos hablaban, en petit comité, del buen trato que tenían con cualquier persona que se les acercara. Antes y después de ser un grupo consagrado seguían siendo los mismos, lo que es de agradecer en un mundo en el que, en ocasiones, ganan terreno los ególatras.  Juanca, Pope, Jaime y José el Chino nunca dejaron de lado su esencia, a aquel grupo de amigos que ensayaba en un local en Baeza, ante un sofá de dudosa reputación.

Estos escenarios se traducen en kilómetros, uno tras otro, como las chimeneas de luces blancas del Solaris de Iván Ferreiro. Sucede el accidente cuando los de Baeza, con otros dos discos en el mercado, eran un grupo más que consagrado en la escena nacional… Y ya se sabe que la sensación del paréntesis no se puede trazar. Con el tiempo, sus seguidores preguntaban una y otra vez sobre su vuelta. A veces cuesta entenderlo, pero la clave reside en algo tan primitivo como vivir y en aquello de «a camino largo, paso corto».

En 2019 Juanca, batería del grupo, formaba junto a su hermano Gomez el grupo Melifluo. Más tarde se uniría Jaime como guitarrista. Y como las casualidades siguen deambulando, la producción y la mezcla de su primer trabajo estaría en manos de aquellos músicos que pasaron por las mismas salas que ellos: Rufus T. Firefly y Manuel Cabezalí (integrante de Havalina). Con el paso del tiempo la información sobre Supersubmarina se limitaba a alguna publicación en redes sociales con sus encuentros con los Lori Meyers y alguna que otra noticia, como cuando, en 2018, recogieron un premio en el Wizink coincidiendo con la conmemoración de los quinientos conciertos del recinto.

Hasta la fecha: el periodista Fernando Navarro publica el libro Algo que sirva como luz y al mismo tiempo se reedita aquella maqueta que circulaba por Jaén o, lo que es lo mismo, aquel «valioso hallazgo casual». Hay que elogiar la labor de síntesis de Navarro, porque son muchos los testimonios que conforman el libro. Puede leerse como Rayuela: las voces están intercaladas y se suceden los saltos en el tiempo desgranando los inicios del grupo, pasando inevitablemente por el accidente y llegando hasta a la actualidad, al día a día de estos cuatro amigos que se ríen con las mismas anécdotas. 

Este libro es de ellos, de Supersubmarina, de sus amigos y familiares, de sus parejas-noray, de la persona con la que colisionaron en el accidente, de su representante y su mánager, de su descubridor, de los sanitarios, de Dani Martín y de Machado. Del viento de cara, el Paseo de los Tristes, la extrema debilidad o la saeta que se siente en las venas. También de los padres que dejan al nene coger una guitarra, de otros padres, unos santos que dejan al otro nene coger la batería. De las hermanas que se quedan sin siesta y los minutos con Virginia en Radio3De los olivos que quedan por varear, la vida en un estudio fotográfico y el partido de fútbol sin utillero. Y no solo de ellos, también de Fernando Navarro, el periodista que consigue acercar aún más a ese grupo de amigos. Este libro es sin duda de las ciudades patrimonio de la humanidad, sus deseos y el chas de Alex y ChristinaAlgo que sirva como luz plantea la tragedia y la enfermedad como parte ineludible de la vida. Como un proceso físico y psicológico que requiere espacio.

Es difícil hablar de este libro, ya que en ocasiones abruma y, al estar en este lado, hay una responsabilidad atroz de no obrar con el respeto que merece o que algo escrito se malinterprete. La obra de Navarro se asoma a lugares inimaginables con la honestidad que le brindan los componentes del grupo. En ocasiones se encoge el corazón, en otras se escapa la sonrisa. La serendipia, ese hallazgo valioso que se realiza de forma inesperada, se vuelve a dar ocho años después con este libro y con la reedición de su maqueta. Gracias a Supersubmarina por dejar que los demás se reencuentren, de nuevo, con esa sensación, con aquel hallazgo valioso e inesperado.

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