Cinefórum CCCXXII: «El invisible Harvey»
La semana pasada dos psicópatas entraron en el vagón de un metro neoyorquino y nosotros, los pasajeros, tuvimos que preguntarnos si estaban locos o simplemente pensaban algo tan sensato como que nada es verdad y todo está permitido. Es el motor de un tipo de miedo muy real y que alimenta The Incident, pero también la muy similar, más popular y bastante posterior Funny Games de Michael Haneke: el sinsentido y la destrucción son cotidianas; todo lo que impide que alguien descosa el tejido de la sociedad es que realmente creemos en los patrones que nuestra mente proyecta sobre el mundo. Sucede exactamente lo mismo y justo lo contrario con un conejo blanco, gigante, pero invisible, que acompaña a James Stewart en El invisible Harvey. ¿Existe? Puede que sí. Pero solo si lo deseamos con todas nuestras fuerzas.
Elwood P. Dowd (el propio James Stewart) es uno de esos neoyorquinos de clase media acomodada que, en el cine clásico de Hollywood, podían permitirse vivir de las rentas en un casoplón a las afueras de la city. Vive con su hermana (Josephine Hull), su sobrina (Victoria Horne), todavía soltera, y con un enorme conejo inmaterial (Harvey) que le acompaña a todas partes. Pudiendo elegir adónde ir, el océano de posibilidades de la Gran Manzana se concreta en un puñado de bares del Downtown en los que ambos alternan con gente de toda clase y condición. Porque Elwood puede ser rico, pero no clasista: charla animadamente con todos mientras se infla a Martinis y presenta en sociedad a su gran amigo invisible.
Eso destroza la reputación de su familia, que finalmente se harta y decide enviarle a un manicomio. Hasta su ingreso en la clínica, El invisible Harvey es una estupenda comedia de enredos prácticamente protagonizada por Veta, hermana de la gran estrella, que hace avanzar la trama y desliza entre las carcajadas un interesante discurso de género que luego tendrá ecos en el papel de la enfermera del manicomio (Peggy Dow). Sin embargo, en la catarata de diálogos Elwood se separa de su amigo Harvey y recupera momentáneamente su lucidez, hermana gemela de la melancolía. James Stewart se sienta entonces en unas viejas cajas de madera y justifica su sueldo en la segunda parte de la cinta. Ante el ocaso de la Edad de Oro del cine de Hollywood, reflexiona: «Choqué muchos años contra la realidad y, finalmente, me he impuesto a ella». ¿Está realmente loco quien cree, quien quiere estarlo?
Henry Koster fue el encargado de dirigir, en 1950, este clásico del cine norteamericano. Merece la pena, sin embargo, señalar que el guion fue el resultado de la adaptación de una obra de teatro homónima de Mary Chase (que también firmó junto a Oscar Brodney el libreto de la película). A Chase, dramaturga, guionista, periodista, le dieron el Pulitzer por Harvey tan solo unos días después de que Adolf Hitler se pegara un tiro en la cabeza.
En su obra y su película, hoy encontramos ecos de un Donnie Darko luminoso y un vuelo sobre el nido del cuco con final feliz; en el bueno de Elwood, trazas de un Nota sin los miedos de Donnie ni la neurosis de Walter; la sonrisa de un Forrest Gump sin un pelo de tonto. Nos despedimos de Harvey satisfechos. Y si nos queda un regusto amargo es porque, como tantos antes que nosotros, hemos malgastado parte de nuestro tiempo en este mundo. Como escribió la propia Mary Chase (y lo hizo en un momento de lucidez, sin la compañía de Harvey) «en esta vida, uno puede ser inteligente o agradable. He sido inteligente muchos años. Recomiendo ser agradable». Así es esta película.
- Entrevistas de LaSoga: Eduardo Bayón - 19 noviembre, 2024
- «The Man Who Came Down the Attic Stairs» - 28 octubre, 2024
- Entrevistas de LaSoga: Paula Velasco - 22 octubre, 2024