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Arte y Letras

Diálogos internos: «Mala letra» y «La maternal»

Milena Busquets, en ese singular diario que es Las palabras justas escribe, aunque por otros derroteros más humorísticos, lo siguiente: «la peor nostalgia es la (falsa) nostalgia de lo que no fue». Anhelar lo que nunca ha existido o existirá… ¡Bienvenida imaginación!. Sacada de contexto esta idea da pie para hablar de dos trabajos: sobre el papel dos personajes, una niña y una preadolescente; a la primera le da vida la escritora Sara Mesa en el libro Mala letra; la segunda es ideada por Pilar Palomera en el guion de la película La maternal.

Partiendo del recurso onírico, invención pura, se pueden fusionar ambas historias. Si la escritora y la directora debatieran, antes del chupito o tras la llegada del café, acercarían a los personajes. En algún punto imaginario, poco reconocible, la brisa y un camino con escasa vegetación; las chicas subidas cada una en su bicicleta pedalean a diferente ritmo, se cruzan y se miran sin más. Tras esos segundos una sube el ritmo y se aleja de la otra hasta abandonar el plano general o doblarle la página al editor. La adolescente luchará con la (falsa) nostalgia de lo que no fue, mientras la niña decidirá correr y no habrá manera de pararla. La primera aún no se sabe embarazada, la segunda aguantará las miradas lascivas y, recordando la letra de una cantautora ubetense, «seguirá ahí sin saber salir». Sobrellevará las miradas por caminos inhóspitos, aunque podrían ser trenes de cercanías o centros comerciales abarrotados. No sabrá defenderse.

El motivo para leer Mala letra y ver La maternal es el mismo, esas otras realidades. Mala letra está compuesto por varios relatos conclusivos y otros personajes se suman al de la niña. Unos testimonios diferentes nos demuestran que las preguntas no vienen dadas, que existen otras voces. Al leer la novela o ver la película puede que el lector (barra) espectador deambule por caminos nunca antes transitados. En este tiempo en el que consumimos hasta los cuestionamientos, a golpe de pantallas y exceso de dopamina, no está de más dar con dos trabajos que profundicen sobre cuestiones no normalizadas.

Mala letra (Editorial Anagrama, 2023)

Sara Mesa nada tiene que envidiar a los grandes autores de relatos latinoamericanos. En Mala letra permite que el lector entre poco a poco en la historia sin obviedades o recursos manoseados, descubriendo sutilmente esos personajes y sus elocuentes voces en off. Como en los textos de Puértolas, no sabes cuándo has pasado a formar parte de la historia, ya no eres el fulanito que solo pasa la página.

Los relatos que componen el libro presentan a voces ambivalentes. Adultos abandonados justa o injustamente, personajes presos de una culpa adquirida, que no merecida… Niños que aguantan la respiración en un pasillo tras escuchar un timbre, niñas que corren para no llegar tarde y escuchar la reprimenda y su sabiduría resentida. Personajes que sin verbalizarlo, y en su cotidianidad, arrastran como pueden las cadenas.

Entre sus páginas también se cuela algún que otro profesor que pelea en los despachos por sus alumnos y cuestiona, desde lo políticamente incorrecto, si tiene sentido o no lo que se está haciendo. El docente usa la palabra como Pérez Cruz, para recordar que «no hay lados ni costados», para nombrar lo imposible y «puede ser bello intentar lo imposible».

Decía Nora Ephron que las mejores historias comienzan cuando se coge el tren equivocado. El problema viene cuando no se tiene la opción de mirar la pantalla y elegir un andén. Cuando ni siquiera se brinda la opción de equivocarse o no. Esa mala letra sobrevenida no se elige, los testimonios y sus cadenas se tapan o se invisibilizan. ¿Cuándo la soledad es merecida? ¿Nos han enseñado a lidiar con la culpa infundada? ¿Cómo poner freno a los diálogos internos? ¿Y si esos diálogos son de los niños? ¿Hasta cuándo los aprovechados dejarán de contar con el beneplácito de nuestro silencio?

La maternal (Pilar Palomero, 2022)

Del mismo modo ocurre con La maternal. Surgen miles de preguntas ante una realidad que se torna demasiado distante pero que puede colindar pared con pared. Adolescentes que están dejando a un lado su infancia sin ni siquiera saberlo, a las que no les vale la rabia para dejar entrever sus emociones porque repiten la historia de sus madres.

Carla, bajo el cobijo de la asistente social, está cuidando de una madre infantil. A esa situación se añade que esconde su embarazo. Con solo catorce años entra en un centro para madres menores de edad. En él conocerá a otras niñas y adolescentes en su misma situación. Una vez en el hogar algunas actuaciones, por creíbles, rozan el documental. Las chicas se presentan y describen, con una verdad asombrosa, cómo han llegado a ser madres a tan corta edad acercando y conmoviendo al espectador hasta casi sentarse en el suelo del salón con ellas mientras se sinceran.

Durante la película la protagonista solo sueña con bailar, y estar con su madre. Aunque desconfía si la futura abuela le dará o no la atención que merece y si también atenderá como debe a su futura nieta. Choca ver en pantalla a una adolescente de catorce años con ese corte naíf desempeñando el papel de madre, pero esa realidad existe y está en nosotros verla o no. Ver que también hay otras circunstancias y familias que se desvirtúan.

Tanto Sara Mesa como Pilar Palomera presentan otras atmósferas que nada tienen que ver con tópicos repetitivos y que forman parte de la sociedad. Muestran como otras cadenas son arrastradas. Realidades en ocasiones incómodas o poco asimiladas. Voces en off que nos empujan a hacernos nuevas preguntas. Ante tales situaciones solo queda aplicar la filantropía sin medida, sin paternalismo. No ocuparnos de esas realidades de cara al escaparate o de forma momentánea. Y es que ya lo decía Milena Busquets: «la generosidad calculada no es generosidad, es cálculo». Puede que sea necesario dejar, por un momento, de hacer números.

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