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Cinefórum CCLXV: «El fin del romance»

La semana pasada visitamos Brighton de la mano de la adaptación de una obra del gran Graham Greene. El autor británico siempre ha tenido mucha fortuna en las traducciones al lenguaje cinematográfico de sus novelas, hasta el punto de que ya en 1934 se estrenó la versión de El tren de Estambul. Desde entonces muchas otras obras se vieron pasadas a la gran pantalla, algunas de ellas en más de una ocasión, como la misma Brighton Rock, El americano impasible o la que nos ocupa hoy: El fin del romance.

A pesar de que casi todos identifiquemos a Greene con El tercer hombre, esa indudable obra maestra con un Orson Welles hipnótico en su escaso metraje, lo cierto es que el inglés siempre tuvo más querencia en sus libros por los temas católicos y sufrientes que por los devaneos con el espionaje. En El fin del romance estamos ante un estudio de la fe, la penitencia y el destino llevados a su máxima expresión. El vehículo escogido para ello es una aventura romántica que se ve interrumpida por un improbable e inevitable suceso que parece casi una intervención divina. De hecho, el guion es moroso en ese aspecto: somos nosotros como espectadores quienes deberemos decidir si realmente pudo ocurrir un milagro y todo tiene sentido o si, como parecería más normal, el azar le ha jugado una mala pasada a nuestros protagonistas.

Así pues, por encima de su factura melodramática y de algunas escenas subidas de tono, lo que importa en El fin del romance son los procesos internos de sus personajes. Están perfectamente interpretados por un trío de actores en estado de gracia. El triángulo emocional que construyen Ralph Fiennes, Julianne Moore y Stephen Rea es de esos que siempre está a punto de derrumbarse, en los que la tensión se corta en el ambiente y los personajes llegan a volverse incómodos por su carácter pasional; siempre afectados, cada momento parece el clímax de una función. Normalmente una apuesta así debería fallar, pero la película tiene varias suertes: que sus actores están inmensos; que los secundarios también son de postín, con Ian Hart y Jason Isaacs a la cabeza; y que a la dirección está Neil Jordan, siendo el irlandés uno de los pocos directores de altos vuelos del panorama internacional que podía aspirar a interpretar de manera correcta el texto original.

El fin del romanceEl fin del romance no es una obra maestra. Su melodrama se nos hace antiguo, tiene ciertas reiteraciones en la narración que nos pueden cansar… Pero funciona porque en todo momento tiene claro lo que está contando. Huye de trampantojos y no toma prisioneros; se regodea en su mensaje y lo hace con un estilo impecable, sabiendo usar de manera impoluta los pequeños toques cómicos del detective privado, bastante patán, interpretado por Ian Hart (ayudado en todo momento su hijo). Será este último el que inesperadamente pase de secundario a elemento crucial de la trama, de manera que el protagonista pueda transmitirnos la reflexión final de la película: un último mensaje nada complaciente, muy alejado del más benévolo final que le pusieron a Brighton Rock y que hace que uno acabe la película con un buen sabor de boca.

Ismael Rodríguez Gómez

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