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Cinefórum CD: «Furtivos»

De una película que se hizo un nombre en su paso por el circuito de festivales, a otra que, de hecho, ha sido este mismo año revindicada desde un festival que casi se jugó su existencia por ella al amenazar, hace cuarenta y nueve años, con no aceptar películas españolas si no podían contar con ella y en su versión íntegra. Hablamos de Furtivos (José Luis Borau; 1975), obra de culto del cine español cuya buena estrella está ligada indisolublemente al Festival de San Sebastián, certamen que este 2024 ha celebrado el aniversario de su Concha de oro y del premio Perla del Cantábrico al mejor largometraje de habla hispana.

La historia la de cinta es la de Ángel (Ovidi Montllor), un cazador furtivo que vive en el bosque con su déspota madre (Lola Gaos). En uno de sus escasos acercamiento a Madrid conoce a Milagros (Alicia Sánchez), una chica que huye del reformatorio en el que creció y de su amante delincuente, y de la que quedará prendado hasta el punto de llevársela a vivir en su casa, lo que desencadenará la animosidad de su agripiana madre.

Borau, junto a Manuel Gutiérrez Aragón, escribieron una historia que pretendía distanciarse lo máximo posible de la anterior cinta del director, Hay que matar a B., tildada por la crítica como una película excesivamente anglosajona. Tanta fue el ansia de resarcirse de la crítica que Borau comenzó a rodar sin terminar el guion, el cual se iría completando según se iba rodando. Esto, lejos de perjudicar a la obra, le otorgó una vitalidad que, sumado a su concepción narrativa y visual, dieron como resultado una cinta, esta vez sí, profundamente española.

El imán.

Porque impregnada del pathos del momento y cargada de una inspiradísima capacidad metafórica, Furtivos toma la forma de un drama rural que convierte al silente bosque en la alegoría definitiva de una España que agonizaba, en silencio pero impregnada de una violencia y de un miedo latentes. Erigida sobre una fotografía lúgubre y la fisicidad de unos protagonistas (Montollor y Gaos) cuyos rostros se convierten en extensión de sus demonios, vista hoy es inevitable pensar en ella como un ejemplo seminal de Folk Horror español, género tan en boga en los últimos años y que en España ha conocido visitaciones recientes tan exitosas como As bestas.

Es, en definitiva, una tragedia de gótico rural patrio que rezuma violencia explícita e implícita y que, partiendo de los males arraigados en el terruño y en el sentir españoles, se proyecta al infinito apoyada sobre los cimientos de los dramas humanos universales.

Marcos García Guerrero
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