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Cinefórum CDVI: «El déspota»

La semana pasada, La sombra del vampiro extendió sobre nosotros el ansia devoradora de Nosferatu que, por lo que sea, puso sus ojos en una atractiva mujer… Siete días después, El déspota (Hobson’s Choice, 1954), de David Lean, pasa de metáforas: aquí la toxicidad masculina no marida ni con la mitología ni con el subterfugio de quien sabe que es un monstruo. En esta ocasión, el tirano no tiene que esconderse, porque es un buen ciudadano. Henry Hobson solo quiere vivir como siempre: bebiendo y siendo agasajado por sus tres hijas, presas (en principio) de sus caprichos y del mundo en el que les tocó nacer.

Basada en la obra de teatro de Harold Brighouse, la película sigue la historia de un zapatero próspero y testarudo cuyo mundo se tambalea cuando su primogénita, interpretada por Brenda de Banzie, decide casarse con Willie Mossop (John Mills), un aprendiz tímido y sin grandes aspiraciones que parece la vía de escape más segura del yugo paterno. Con estos mimbres, bien parece que el cesto que va a construirse tendrá la forma de una sencilla comedia de época (estamos en la Inglaterra del final de la era victoriana); pero hay que tener en cuenta que, junto a la profundidad del texto original y la dirección de David Lean (El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago…) en esta película el papel principal corre a cargo de Charles Laughton: con él en pantalla, Hobson, lejos de ser un personaje simplemente testarudo y antipático, logra destilar (también) una ternura casi involuntaria que envuelve el tono cómico de la película. Y es que el humor y la sonrisa sostienen el mundo, precisamente, porque en ellos cabe siempre la contradicción.

Sin embargo, cometeríamos el mismo error que el propio protagonista si no reparásemos, también, en el papel de sus hijas. Porque Maggie es quien empuja la historia hacia el desastre al negociar su propia salida casándose con un hombre humilde y trabajador, sin grandes ambiciones ni motivaciones aparentes. Lo mágico (y a la vez terrible) de esta cinta, es que Willie, ese hombre en principio inofensivo, comienza a transformarse poco a poco en un reflejo del propio Hobson. De hecho será su mujer la que, con su inteligencia, moldee a su esposo para convertirlo algo parecido a su padre para poder enfrentarse a él. Así se reproduce la nueva versión del viejo dictador; El déspota nos recuerda de este modo que el poder no desaparece cuando su poseedor cae, sino que se transfiere, se recicla; se regenera y encarna en nuevas formas. Nunca hay escapatoria clara y directa que huya del orden establecido…

El déspota
British Lion Film Corporation, London Films

Así, una historia con toques de comedia filmada en la década de los 50, trata las tensiones de clase y género como lo que vamos aceptando que son: dos fuerzas inevitablemente entrelazadas y que no pueden entenderse totalmente por separado. Laughton soporta buena parte de la transversalidad en su papel excesivo y trasnochado, como si de un Falstaff fílmico se tratase: su pérdida no es solo económica (ya que le arrebatan el control de su preciada empresa) sino también emocional y simbólica; Maggie, por su parte, es tanto una víctima del mundo que le ha tocado vivir como una estratega que juega con sus reglas para encontrar una salida, aunque sea a costa de reforzar el sistema. Por si fuera poco, todavía encontramos un último elemento hipermoderno (por no decir pos) en las visiones que Hobson experimenta cuando, tras abandonar por prescripción médica la bebida, cae en el más puro delirio. Y así, casi con trazas de Donnie Darko, abandonamos satisfechos un verdadero clásico de la comedia europea (perdón, británica), que a pesar de serlo es capaz de navegar con soltura entre varios géneros.

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