Se cierra una particular trilogía soguera sobre la lucha que desemboca en el fracaso con El buscavidas (The Hustler, 1961), película del director Robert Rossen que parece concebida para el lucimiento de un inspiradísimo Paul Newman.
La cinta presenta claros paralelismos con El rey del juego (The Cincinnati Kid, 1965), hasta el punto de que cabría afirmar que ambas películas forman un tándem que refleja las dos caras de una misma moneda; esa moneda canalla que se nos escapa entre los dedos y desaparece por una oscura alcantarilla.
Sin abandonar los antros donde la noche se funde con el día, cambiamos el póker por otro juego que también se suele desarrollar entre nubes de humo y tragos de güisqui barato. Otro clásico americano, incluso más estético para las cámaras de cine: el billar.
Eddie Felson, nuestro protagonista, es un perdedor nato. O al menos eso le dicen. Lo lleva en la sangre. Es ese tipo de gente que pierde hasta cuando gana. Lo podemos percibir en cuanto le conocemos prostituyendo su talento a mayor beneficio de un hombre gris de verborrea fácil, que vive viendo cómo el talento del chico le mete dinero en los bolsillos mientras se apoya en la barra de algún bar.
Eddie (porque no vemos a Paul Newman, su actuación es tan perfecta que solo podemos observar a Relámpago Felson), necesita demostrar al mundo lo que vale; algún reconocimiento que le demuestre que es algo más que un jornalero de los salones de billar. Por eso derrotar al Gordo de Minessota se convierte en su obsesión. Quiere su reinado; necesita su pedazo de sueño americano y demostrar que no es un fracasado.
La primera vez que se encuentra con su imponente oponente, conocemos a un jugador de billar capaz de asumir todo lo que altera a Eddie. El Gordo, interpretado magníficamente por Jackie Gleason, ha claudicado para ser el rey de las marionetas: vence domesticado, obedeciendo fielmente la voz de un amo que también cuenta el dinero desde la barra. Aunque él lo hace en silencio, entre las sombras, como los hombres peligrosos.
Relámpago pierde y trata de escapar de su espiral de fracasos, pero no sabe ver la oportunidad cuando la tiene delante de sus narices. Quizá porque Sarah (Piper Laurie), su billete de salida, es coja, alcohólica, insegura. También la única persona en el mundo que le ama.
Con una sonrisa pícara, magnética, Eddie vuelve a elegir mal. Encuentra entonces el carácter del verdadero ganador y logra vencer a la vez a su gran rival y sus demonios. Gana como los buenos perdedores; gana para seguir perdiendo.
Película superlativa, El buscavidas es una de esas producciones en la que todos, desde el guionista al director, pasando por los actores y los ayudantes de cámara, se encontraban en estado de gracia. Genios unidos para crear una inmensa oda al fracaso.