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Un cadáver africano en el castillo de Windsor – 31 de mayo

El Reino Unido no quiere devolver el cadáver de un príncipe etíope. El país africano lo reclama, pero los restos de Alemayehu seguirán en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. Debe de estar muy concurrida, porque sus responsables alegan que, si mueven al africano, se alteraría el descanso de otros ilustres fiambres. A Alemayehu lo sacaron de Etiopía en 1868, con su padre suicidado tras el ataque británico, y junto a miles de objetos, collares, vestidos y oro: hoy todo está desperdigado por museos europeos. Nada de eso se devuelve. El imperio no suelta el pillaje ni después de muerto.

El colonialismo convirtió el coleccionismo en manía. «La última vez que alguien pasó una noche en el museo de la Acrópolis fue para robarlo», recuerda y bromea Andrea Marcolongo, investigadora que escribe sobre el saqueo y la geopolítica de los museos, símbolos de la grandeza imperial. El British Museum guarda los tesoros robados en Atenas y se niega sistemáticamente a devolvérselos a Grecia. Esta pinacoteca se creó con la donación de sir Hans Sloane, naturalista e inventor del chocolate con leche. Luego Cadbury le compró la receta y hoy esa marca vende más tabletas que la suma de todos los productores de cacao juntos. Los imperios no comparten la comida.

Los museos etnográficos franceses y alemanes también están llenos de tesoros de otras tierras. Y tampoco los devuelven. En Rusia, los zares construyeron el Hermitage: hasta en el nombre querían parecerse a sus pares occidentales. Catalina ordenó llenarlo de obras de arte y, con el tiempo, compraron arqueología. La revolución nacionalizó el museo, donde por primera vez pudieron trabajar personas sin sangre azul. Sokúrov filmó allí su Arca Rusa, un majestuoso plano secuencia de 99 minutos de duración: la película termina con el último gran baile zarista antes de que los bolcheviques tomaran el Palacio de Invierno. El entusiasta narrador se llama El Europeo.

Un museo de grandes novedades: eso era Brasil para Cazuza, cantante del exceso en la agonía de una dictadura también nostálgica del imperio brasileño. Que tuvo su museo, el Nacional de Río, quemado por indolencia con Bolsonaro en el poder: hay patriotas que prefieren ver arder la colonia antes que liberar a sus gentes. En São Paulo, la Pinacoteca del Estado intenta una subversión: abre sus puertas a indigentes y prostitutas, y algunos se reconocen en los retratos de campesinos y esclavas africanas. Quizás eran sus bisabuelas, o ellos mismos, antes de que la metrópolis los absorbiera con promesas de prosperidad y luego los expulsara a la acera para que la vieran pasar blindada en un SUV.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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Víctor García Guerrero
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