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Vlad Tepes: el vampiro que casi existió

Es un momento realmente especial cuando de niño te enteras que Drácula vivió de verdad. La noticia te la dan así, de golpe: «¿Sabes que Drácula existió?» Y tú, claro, lo flipas, porque piensas que es increíble que haya vivido realmente un conde que andaba por ahí chupando la sangre a los seres humanos, aunque no dejas de acojonarte al constatar algo que llevas intuyendo mucho tiempo: que los vampiros existen y que el fanegas de clase no es el único monstruo que amenaza tu existencia. Sin embargo, al igual que pasa con los Reyes Magos, el asunto no es tan bonito como parece. «Drácula el vampiro no, tranquilo», te dicen, «afortunadamente los vampiros no son reales; yo me refería a un príncipe rumano de la Edad Media, que empalaba a sus enemigos, bebía su sangre y martirizaba a todo bicho viviente que se cruzase por el camino». Y así abandonas la inocencia de tu niñez… abrazando la tranquilizadora visión vital de la adultez.

Que la realidad no estropee un buen titular

Estatua de Vlad TepesLa confusión es lógica. Vlad III, hijo de Vlad Drakul (de ahí su apellido Drakulea, en rumano «hijo del dragón» o «del demonio»), fue un sádico príncipe que gobernó intermitentemente pero con mano de hierro y estaca afilada el reino rumano de Valaquia durante buena parte del S.XV, y que se haría célebre por su peculiar sentido de la justicia y su contundente defensa de las fronteras de sus territorios frente a la amenaza otomana. Pero no nos emocionemos: por más intimidatorio y misterioso que suene ese Draculea y por despiadado que fuese el tercero de los Vlad, parece que tal sobrenombre le vino heredado de la pertenencia de su padre a la Orden del Dragón, institución militar católica fundada por el que sería sacro emperador romano Segismundo en 1408. La leyenda haría el resto.

Y es que Vlad Draculea fue un soberano absolutista que se ganó su apelativo de empalador (Tepes) gracias a su obsesiva manía de hacer pinchos morunos con sus enemigos o, mejor dicho, pinchos turcos, que era la nacionalidad con la que más disputas mantuvo. Aunque tenía para todos: vagabundos, sirvientes, bebés, ancianos, gitanos, hombres y mujeres de cuestionable moralidad… quien quiera que le molestase en un día torcido era susceptible de la más brutal de las muertes (no solo de empalamientos muere el hombre), haciendo de él uno de los más despiadados gobernantes jamás conocidos. Nada menos que cien mil muertos acompañan su currículum, la mayoría concentrados en uno de sus breves gobiernos (1456-1462). Así que, como decíamos, la confusión es entendible: Vlad Tepes, del que se dice que gustaba de comer entre bosques de hombres agonizantes y además compartió campo de batalla con Esteban Bathory, tío de la otra gran vampira real de la historia, Elisabeth, es recordado con frecuencia como la supuesta figura histórica en la que Bram Stoker se inspiraría para crear su inmortal chupasangres. Motivos había.

Dracula Bram StokerPero lo cierto es que el escritor irlandés no se lo curró demasiado. No dijo: «voy a elegir a un personaje histórico real, me voy a estudiar su biografía y con mi toque maestro de novelista enlazaré su historia con la de un personaje de ficción para que los lectores piensen que cuando el río suena, agua lleva». Eso es lo que intentó precisamente Francis Ford Coppola, al retratar Drácula en la gran pantalla (Drácula, de Bram Stoker, 1993), vendiéndonos la moto de que era la adaptación fiel del original literario para colarnos por la escuadra que vampiro y príncipe eran la misma persona (y lo que es peor, que el primero lucia el look de una Princesa Leia albina y el segundo el de un rockero setentero con bigote de chapero neoyorkino). No. Stoker se leyó unos librillos de leyendas de la Europa oriental, algún manual  de la historia de Rumanía y un atlas deficitario de la zona, y entre todo eso encontró un nombre molongo para su personaje (Drácula). Así, con estos elementos construyó un envoltorio pseudo-histórico y geográfico verosímil par su novela; si es que verosímil es la palabra adecuada cuando hablamos de relatos sobre malévolos seres succionadores de efluvios corporales.

Porque recordemos que el nombre original que barajó el escritor para su personaje era el infinitamente cutre Conde Vampiro, así que, visto lo visto, mejor robar eso que había leído en algún libro y tirar para adelante. Y es que, por la poca información que nos proporciona la novela al respecto, sabemos que el conde de Stoker vivía en Transilvania, concretamente en los Cárpatos, no en la región de Valaquia como Vlad (aunque este era transilvano de nacimiento y ambos territorios son limítrofes), y que su familia no estaba ligada con la de los Dracul, por más que compartiesen apellido (el vampiro de la novela dice ser un noble boyardo y székeyl, etnia medieval de habla húngara, asentada mayoritariamente en Transilvania). Vamos, que si en vez de un libro sobre historia rumana, Stoker se hubiese encontrado con uno de la Historia de España, a lo mejor el mito popular de los vampiros estaría hoy erigido sobre la figura de una Duquesa de Alba afincada en Despeñaperros (¿y el acojone que daría, eh?).

Dracula Untold, soldados empalados

Entre la leyenda y la historia

Vlad Draculea no fue un vampiro, por tanto, aunque varios hechos motivan la loable confusión. El primero, como ya se ha señalado, es que comparte apellido con el protagonista de la novela de Stoker. El segundo, que comparte, además, nacionalidad con él, ligándose ambos a una tierra en la que las leyendas ancestrales sobre chupasangres hacen que en la actualidad se sigan desenterrando cuerpos de acuerdo a cochambrosas costumbres dignas del profesor Ambrosius (El baile de los vampiros). El tercero, su también señalada, y también compartida con el conde literario, misantropía asesina (algún biógrafo señala su costumbre de untar su comida con sangre de sus enemigos). Y el cuarto, el misterio de su muerte y los restos de su cadáver. Subamos a la nave del misterio.

Grabado de Vlad el empalador 2Si bien están perfectamente documentados los principales episodios vitales de Vlad III, buena parte de sus monstruosas acciones han ido trasmitiéndose de forma oral o por escrito entre el umbral que separa historia y leyenda, siendo verdaderamente difícil distinguir lo que es cierto de lo que pertenece al mito. Algo semejante sucede con los acontecimientos que rodearon su muerte y sobre todo, el destino de sus restos corporales. Una de las versiones más populares es aquella que señala que el príncipe, con una estrategia digna de Mortadelo, decidió vestirse con ropajes turcos para introducirse entre las huestes enemigas, con el resultado de que acabaría siendo  emboscado por sus propios hombres, la leal Guardia Moldava, que, al no reconocerlo (ejem), le darían muerte. Sea como fuere, lo que está claro es que Vlad Tepes murió a finales de 1476 y que su cabeza fue llevada hasta Estambul, donde fue expuesta en sus murallas para tranquilizar a sus ciudadanos. Tal era el pánico que sentían los otomanos por él. El misterio verdadero viene luego. ¿Qué hicieron con su cuerpo?

Según la tradición, el cadáver decapitado de Vlad III fue llevado a escondidas por monjes ortodoxos al monasterio de Snagov, cerca de Bucarest, el cual habría ayudado a rehabilitar en vida. Allí se encuentra actualmente una lápida borrada, según se cuenta, en el siglo XX por órdenes del patriarca de la Iglesia Cristiana Otodoxa, Fialart, que le consideraba un criminal. Pero el misterio llegó en 1933, cuando la tumba fue excavada y, según algunas fuentes, solo se encontraron huesos de caballo y un anillo de armas de Valaquia. Otras, en cambio, aseguran que lo que se halló fue un cuerpo decapitado, ricamente vestido. La primera versión, la misteriosa, encajaría con el testimonio del historiador Nicolae Serbanescu, quien poco antes de la publicación de Drácula aseguró en un libro sobre el monasterio que en 1875 la tumba había sido profanada y los restos llevados a un sitio desconocido. A partir de ahí, hay teorías para todos los gustos. La más reciente apunta a Nápoles, lugar al que se exilió la hija de Vlad III. Otras, en cambio, basadas en la folclore de la zona, apuntan a una explicación más rocambolesca: el abad de Snagov, como pago a la ayuda de Vlad III para con su monasterio, habría organizado una misión digna de James Bond, por la que un grupo de monjes viajarían de incógnito hasta Estambul para recuperar la cabeza del voivoda y, una vez de vuelta, enterrarla junto al resto de su cuerpo consiguiendo así, oh señor de las tinieblas, la vuelta a la vida del difunto soberano. Si necesitábamos más argumentos para creernos la leyenda del vampiro, aquí los tenemos.

Vlad el empalador y los enviados turcos

Un hombre de su tiempo, una realidad aterradora

Pese a todo lo expuesto anteriormente, no faltan los que defienden la controvertida figura de Vlad Tepes. Es más, durante el gobierno de Nicolae Ceaucescu se le hizo héroe nacional; una especia de Cid Campeador rumano. Los historiadores que lo ven con benevolencia recuerdan que fue un hombre de su tiempo, y que como tal debe ser juzgado. Ya decía Mario Cipolla que la Edad Media es considerada una época oscura y que en la oscuridad siempre pasan cosas chungas. Desde este punto de vista, Vlad estaría “dotado de un sentido de la justicia y el patriotismo poco usual para una época tan convulsa, e hizo estrictamente lo necesario para acobardar a los masivos ejércitos extranjeros y a los desestabilizadores del interior”. Vlad for President.

Bela Lugosi como DraculaLo que está claro es que no se puede juzgar la vida y acciones de un personaje como Vlad Draculea sin contextualizarlo en su momento histórico: el del capítulo más bruto de Juego de Tronos. Y entonces, quizá prefiramos volver a sentirnos aquel niño ilusionado por vampiros y hechiceros reales; pensar que lo fantástico es posible y fascinante frente a una realidad que, muchas veces, asusta infinitamente más que el más terrorífico de los cuentos.

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