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Arte y Letras

Las mujeres que también escribieron en la generación ‘beat’

Al fin sale a la luz un libro muy esperado: Beat Attitude, editado por Bartleby y escrito y recopilado por Annalisa Marí Pegrum. Antología bilingüe que recoge a diez poetas, a diez mujeres que escribieron poemas mientras los de siempre estaban en la carretera, escribiendo su prosa desenfrenada y publicable. Ellas hacían lo mismo, también escribían. Sin embargo, tuvieron muchos obstáculos. 

La mujer en el arte: invisibilizada

¿Es curioso, no? Ellas, siempre detrás. Podemos estar hablando de la generación beat, de las cineastas en la Nouvelle Vague, de las mujeres que se iniciaron en la electrónica en los primeros años de la BBC. Nunca nadie dijo que esto fuera fácil, pero, eh, ¿dónde está la cámara?

Siempre hubo un panorama literario más allá de Jack Kerouac y de William Burroughs, eso está claro. Siempre hay algo más allá. ¿Qué pasa? Que si nos quedamos con lo primero que se nos presenta, está claro que eso es lo que interesa destacar. Y en este caso, era a estos hombres a los que interesaba mitificar. Ellas, a un lado (siempre a un lado), ya estaban escribiendo, recitando, (y alguna vez) publicando. Algunas de estas mujeres ya eran conocidas en España por haber publicado sus memorias, como por ejemplo, Joyce Johnson, que publica Personajes secundarios bajo una simbólica portada: en primer plano, su pareja Kerouac con semblante seguro y porte masculino, bajo la luz de un neón gigante; en segundo plano, ella, la propia Joyce, en la sombra y casi apareciendo de casualidad en la fotografía. Una portada que, sin decir nada, nos lo está contando todo. Y no es cuestión de victimizarse, no hemos venido a eso. Hemos venido a contar la historia escrita a mano en servilletas de papel.

Contexto lisérgico e histórico

En general, ellas, las mujeres que escriben poesía en tiempos beatniks son contestatarias y hablan de los mismos temas que sus compañeros de generación: la espiritualidad, filosofías orientales, el sexo, las drogas, la alteración de la conciencia, el jazz, la escritura automática, los viajes, la reivindicación política y social. Sin embargo, ellas añaden temas nuevos que no fueron nada bien vistos, a decir verdad. Porque, ¿a quién se le ocurre crear poesía a partir de la menstruación? Una rutina que vivimos las mujeres cada mes, durante varios días. Algo que conocemos bien, y que ¿en serio sigue siendo tabú? Ellas también hablaban de los partos, de los hijos, de las esperas, de lo invisible de su posición, de la frustración de estar a un lado de la carretera y, sobre todo, tenía un gran peso lo doméstico en su literatura.

Pero volvamos a la carretera. El consumismo gana al comunismo. Como dirían en Masculino, femenino (Masculin féminin, 1966) de Godard: «Somos los hijos de Marx y la Coca-Cola».

Los jóvenes poetas y prosistas se rebelan contra el conformismo y contra la somnolencia de las masas. Ellos son contestatarios, frenéticos, insolentes, desencantados, letrados y se mecen en la contracultura. Utilizan las drogas como acceso a estados místicos de la conciencia, abogan por una sexualidad libre y llevan la rebeldía por bandera. ¿Y ellas? Si llevabas todo esto adelante… algo va mal. Probablemente te internarían en un psiquiátrico y tu familia te sometería a electrochoques. Y no deja de ser curioso: ellas no eran meras amantes, ni meras figuras que estaban ahí porque sí, sonriendo sin más. Ellas formaban parte activa de las aventuras en una América que nacía y estaban viviendo todo al mismo tiempo que ellos, pero no tuvieron, ni de lejos, la misma visibilidad ante el mundo. Ni ante los lectores de ese mundo. Las mujeres de estas historias no son mujeres rencorosas con los hombres, pero sí son plenamente conscientes (y reivindican su posición en todo esto) de que ellas no tenían, por ejemplo, esa facilidad para huir en un Ford desastrado con un vinilo de Dizzy Gillespie y una camisa limpia como única maleta. Para ellas era casi imposible viajar si no estaban casadas. De hecho, hubo más bodas y bebés de los deseados. Entre 1950 y 1960, las cosas no eran sencillas para las mujeres. Estos hombres beat se sentían desconcertados con las poetas de la contracultura. No las tratan como locas, las aprecian porque les hacen compañía y las necesitan. Pero lo que no acaban de entender es por qué quieren viajar y tener esas experiencias locas. Y es justo eso lo que ellas muestran en sus poemarios: esa frustración de querer volar pero tener las alas cortadas de raíz.

Las mujeres y la literatura beat: ellas, que no son como las demás

Lenore Kandel fue la primera mujer a la que tienen respeto los alocados beats. Conoce a Kerouac en Frisco y, a partir de aquí, este la retratará en una escena de Big Sur como una persona «inteligente, lo sabe todo». Escribe dos libros de poemas: The Love Book, que fue tachado de obsceno y posteriormente confiscado en las librerías, y World Alchemy.

Joan Vollmer fue la segunda mujer de Burroughs (y otra vez las eternas referencias al marido, para saber quién es ella). Muere de un disparo del propio Burroughs cuando jugaban a Guillermo Tell. Este hecho provoca que él vuelva a escribir sus tormentosas ideas en papel.

Carolyn Cassady, pareja de Neal Cassady, publica Off the Road, con Escalera Editorial. Una autobiografía, también desde el lateral de las cosas.

Uno de los casos sangrantes, en lo que a secundarias se refiere, es el de Hettie Jones. Casada con LeRoi Jones, este la abandona en 1964 cuando el poeta se convierte en Amiri Baraka, líder de los Black Panther. ¿Razón? No le conviene tener una mujer blanca. Hettie, con toda la razón lapidaria del mundo, escribe una vindicación de su biografía, titulada How I Became Hettie Jones (Dutton, 1991). Sus poemas son descritos como íntimos y domésticos.

Ruth Weiss sigue en activo dentro del mundo de la literatura. Escapa del horror nazi y como reacción deja de utilizar las mayúsculas con el fin de distanciarse de la lengua alemana. Viajera insaciable que, sin embargo, también se sentaba en las butacas de atrás.

Janine Pommy Vega fue una de las primeras que publicaron en City Lights. La melancolía llena sus poemas casi tanto como su vida: Fernando Vega, quien fue su marido, muere en Ibiza de sobredosis.

Joanne Kyger  estuvo casada con Gary Snyder. Además de ser un referente poético, tuvo un estilo literario muy fluido reflejado en sus más de veinte libros publicados. Mary Norbert Körte, por su lado, deja de ser monja tras escuchar recitar a Allen Ginsberg. Anne Waldman fue considerada la mujer espiritual de este último.

Elise Cowen

¿Y qué más? ¿Cómo terminar? Pues con Elise Cowen, con quien voy sentada en este coche, en la parte de atrás, tal cual empecé el artículo. No habla, no se queja. Su poesía oscura se basa en las influencias de Emily Dickinson, T. S. Eliot, Ezra Pound y Dylan Thomas.

 

Amante de Allen Ginsberg, se desgarra poema tras poema. Elise fue íntima amiga de Janine Pommy Vega, con la que vivió un tiempo. En los años cincuenta, entra en el Barnard College y se hace amiga de Joyce Glassman. Le presentan a Allen Ginsberg y da la casualidad de que tienen un conocido en común de un hospital mental: Carl Solomon. Ginsberg y Cowen mantendrán una tortuosa relación sentimental hasta 1953. Más tarde, Ginsberg tendrá una relación amorosa con Peter Orlovsky, que será su compañero de vida. No obstante, Elise y Allen estarán unidos emocionalmente hasta el final de sus vidas.  En 1956, Elise conoce a Sheila y se mudan a vivir junto con Ginsberg y Orlovsky (extraño, pero cierto). Elise encuentra un trabajo como mecanógrafa en la oficina de la policía. Cuando la despiden se va a San Francisco y más tarde viaja a Manhattan. Poco a poco, comienza a tener problemas psicológicos y es internada en el Hospital Bellevue, por hepatitis y psicosis. No quiere entrar allí, así que vuelve a casa de sus padres, en la avenida Bennett.

Elise, un mal día, decide tirarse por la ventana de un séptimo piso y se suicida antes de los treinta años, casi manteniendo la atroz norma del malditismo en el arte (los malditos veintisiete). Es en este momento cuando sus padres, avergonzados por sus escritos acerca del lesbianismo y las experiencias con las drogas, destruyen toda su obra, manteniéndola en el más absoluto secreto (ya que sus poemas jamás vieron la luz). Hay que tener en cuenta que la familia de Elise era propia del American dream de los plenos años cincuenta: esos de nevera rosa pastel, teléfono blanco de nácar en el salón y el whisky siempre preparado en la mesita del cuarto con moqueta verde. Es entonces cuando un gran amigo de Cowen, Leo Skir, se encargó de publicar los ochenta y tres poemas de los que disponía en las revistas literarias de los años sesenta, como City Lights, El Corno Emplumado/The Plumed Horn, Vete a la mierda, La revista de las artes o La escalera y las cosas. A su vez, aparece reflejada en libros como Las mujeres de la generación beat: escritoras, artistas y musas en el corazón de una Revolución (Brenda Knight), donde se publica una breve biografía y algunos poemas; A Different Beat: escritos de mujeres de la Generación Beat, de Richard Peabody; Personajes secundarios, de Joyce Johnson; y Ven y únete a la danza.

Desenlace

Elise continúa viajando en el mismo coche del principio, ahora un poco más ajado. Kerouac y Burroughs charlan sobre ácido, sobre montañas y gaseosas. Otra mujer que también viaja en la parte de atrás ofrece a Elise una botella de champán que se había guardado en la mochila. Probablemente todo haya sido un sueño y ella seguirá brillando. Paran en un motel y, delante de sus narices, se sientan al volante y se van. Muy lejos.

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