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Daredevil de Frank Miller. El renacimiento del Diablo Guardián

Hablar de Frank Miller es hacerlo de una de las figuras más legendarias del cómic moderno. De su lápiz y de su mente han salido algunos de las obras más importantes de las últimas décadas (Batman: año uno, El retorno del caballero oscuro, Daredevil: Born Again, Sin City, 300). Su leyenda comenzó a fraguarse a finales de los años setenta, cuando recién estrenada la veintena se trasladó a Nueva York y, aprovechándose del azar y de su pujante talento, cruzó su camino artístico con el diablo de Hell´s Kitchen y cambió para siempre la historia del personaje, del medio y la suya propia. Ahora que Netflix ha resucitado a Daredevil catódicamente con la que es, posiblemente, una de las mejores adaptaciones audiovisuales del género de superhéroes (dos exitosas temporadas emitidas, un esperadísimo crossover a punto de estreno como miembro de Los Defensores y una tercera entrega en camino), Panini ha rescatado por fin la miniserie que en la primera mitad de los años noventa nos explicaba el origen del personaje y que ha servido de inspiración directa para su andadura televisiva. Aprovechando la ocasión, repasamos la fructífera relación entre el Diablo Guardián y el autor que lo convirtió en un personaje de culto.

Frank Miller y el resurgir de Daredevil

En 1977, Daredevil era un personaje segundón de Marvel con escasos visos de futuro. Creado por Stan Lee y Bill Everett en 1964 como una especie de versión de saldo del por entonces héroe estrella de La Casa de las Ideas, Spiderman, el Diablo Guardián divagaba ante la indiferencia de editores y lectores rumbo a la cancelación. Sin embargo, la llegada a Manhattan de un joven guionista y dibujante procedente de Maryland estaba a punto de cambiar su suerte hasta convertirlo en un imprescindible del panteón superheroico.

El primer contacto entre Frank Miller y Matt Murdock, abogado ciego de día y justiciero con sentidos súper desarrollados de noche, fue en un par de números de El espectacular Hombre Araña. En palabras de Miller, se trató de un amor a primera vista; frente al greatest hits de poderes de Superman, la exuberancia tecnológica y detectivesca de Batman, o el dinamismo vital y físico de Spiderman, la mayor característica de Daredevil eran sus limitaciones. Miller encontró en su rasgo distintivo la clave que lo humanizaba, lo que sumando a su eminente cariz urbano, encajaba a la perfección en la querencia del artista por el género negro.

Cuando Frank Robbins rechazó ilustrar al personaje para retirarse a México, la editora Mary Jo Duffy, gran valedora de Miller en Marvel, convenció a Jim Shooter, Director Editorial, para apostar por la entrada del joven dibujante en la serie. Miller aterrizó con el competente pero discreto Roger McKenzie a los mandos y congenió rápidamente con el entintador Klaus Janson, cuya crudeza y tendencia a la suciedad casaban con sus intenciones artísticas y narrativas. La entrada posterior como editor de Denny O´Neill, quien quedó prendado de Miller tras presentarle la historia de Elektra, selló el paso del dibujante a autor completo. Visualmente, su trabajo dotó de una intensa concepción cinematográfica a las viñetas, y narrativamente dio al personaje y a sus tramas un barniz adulto que las enmarcaría acertadamente en esa etapa que los historiadores del cómic denominarían después como Edad Oscura. Con Miller (y Janson), Daredevil alcanzó la mayoría de edad.

Los villanos de opereta fueron quedando de lado, sustituidos sobre todo por un Bullseye revisionado psicopáticamente y un Kingpin que, por petición propia, fue trasladado desde las páginas de Spiderman para convertirse en el silencioso pero despiadado rey del hampa, némesis del protagonista; lejos quedaban las luchas a barrigazos del gigante calvo o el enfrentamiento básicamente físico con el asesino de puntería mortífera. El interés de Miller por el cine de artes marciales se reflejó, además de en los movimientos de lucha del superhéroe (herencia de su mentor Stick), en la aparición del clan de La Mano, secta japonesa de ninjas practicantes de magia oculta. También revisó el origen del personaje, para lo que se sirvió de Ben Urich, reportero del Daily Bugle creado por McKenzie y quien acrecentaría el aire de contemporaneidad de la serie (la década se había iniciado con el escándalo del Watergate) e iría tomando cada vez más peso en la historia. Otro gran acierto de Miller fue Elektra, invención inspirada en Sand Saref, femme fatale de su idolatrado The Spirit de Will Eisner, y que aunaba en su persona violencia (era una asesina ninja), amor y sexo (fue presentada como la amante universitaria de Matt Murdock). Además, el centro de la acción se fijó en escenarios típicos del género negro (calles, muelles, tejados, oficinas…) apuntalando más aún la vertiente realista de los relatos.

Pero la mayor trasformación de todas fue la que llevó a cabo el propio Daredevil. Miller convirtió a Murdock en católico, característica que consideraba única para lidiar con la gran contradicción moral de ser un abogado diurno y un justiciero nocturno, y profundizó en su vertiente torturada incidiendo en sus imperfecciones; porque Daredevil era un personaje que intentando hacer el bien, a menudo provocaba desgracias, y esa humanización lo bajó del pedestal de las deidades y lo acercó al público.

La convicción de Jim Shooter en el genio de Miller fue clave para la supervivencia de la serie, ya que su insistencia permitió que Marvel confiase en ella aun cuando en un principio seguía obteniendo resultados comerciales discretos. Una vez consolidado el equipo creativo (con Janson entintando e incluso con el paso del tiempo, trabajando también en la parte gráfica), y gracias a la libertad creativa permitida por la indiferencia que despertaba la serie, los lectores empezaron a responder y se recuperó la periodicidad mensual. Para finales de 1982, el apogeo artístico de Daredevil había llegado a su punto más alto y Miller se despidió con Ruleta, un último episodio mayúsculo.

Parecía entonces que la relación entre el autor y El Diablo de la Cocina del Infierno concluiría con ese orgiástico canto de cisne; no obstante, las musas aún nos deparaban la que es considerada unánimemente como la mejor obra del personaje, Born Again (Frank Miller y David Mazzucchelli; 1986), así como la historia definitiva del origen del superhéroe: Daredevil: el hombre sin miedo (Frank Miller y John Romita Jr.; 1994-1995).

Muerte y resurrección de Daredevil (y del cómic de superhéroes)

Años después de abandonar la serie que le hizo popular y comenzar su etapa más fructífera como autor, Frank Miller volvió a visitar a su personaje bandera y lo hizo facturando una obra maestra que redefinió el cómic de superhéroes. Junto al joven y talentoso David Mazzucchelli, por entonces ilustrador regular de Daredevil, en 1987 publicó Born Again, arco argumental de siete números en el que se narraba la muerte y resurrección (metafórica) del héroe.

Karen Page, ex secretaria de Wilson and Murdock y antigua novia del abogado ciego, vende la verdadera identidad de Daredevil a cambio de una papelina de heroína. Como Judas (todo en Born Again tiene reminiscencias religiosas: desde los títulos de los capítulos – Apocalipsis, Purgatorio, Armagedón… – hasta ese Matt agonizante a modo de La Piedad de Miguel Ángel), la traición de Page será el desencadenante de la progresiva destrucción del personaje a manos de Kingpin, quien se encargará de anular social, profesional y personalmente al hombre que hay bajo la máscara. La historia profundiza así en ese precario equilibrio metal que caracteriza a Murdock/Daredevil, y que se ejemplifica en su dualidad diurna-nocturna (abogado-justiciero) y su sentimiento católico frente a su alter ego diabólico; una evidente contradicción que Miller utiliza para destrozarlo y hacer surgir de sus cenizas al verdadero héroe. De ahí que en buena parte de la trama lo despoje de su traje demostrando que el atuendo no hace al héroe, si no la persona que lo lleva puesto.

La sutileza y complejidad del guion, y el realismo visual del dibujo, dieron forma a un título trascendental que revolucionó para siempre la forma de contar historias en viñetas. Lo que hoy conocemos como «novela gráfica», nace en esos momentos junto a otras obras contemporáneas como Batman: el retorno del caballero oscuro (del propio autor junto a Klaus Janson) o Watchmen (de Alan Moore y Dave Gibbons), que frente a la lógica narrativa serial superheroica (una especie de eterno continuum de episodios autosuficientes pero interconectados), revisiona la estructura del drama clásico de tres actos (presentación, nudo y desenlace). Como señala Santiago García en el genial prólogo de una de las ediciones de Born Again en España, tanto Moore como Miller llevaron a cabo una reformulación completa del género como no se había visto desde los tiempos de Stan Lee y Jack Kirby; sin embargo, lo harían desde planteamientos opuestos, porque si el primero «nos explicaba por qué teníamos que dejar de leer tebeos de superhéroes, el segundo quería convencernos de que teníamos que seguir haciéndolo». Y es que Born Again reinventa el modelo, pero lo hace participando de la continuidad de la serie mientras, con su tono adulto y su profundidad argumental, abre la puerta del cine moderno a la narrativa adulta de superhéroes.

Daredevil año uno

En 1987, John Romita Jr., hijo de uno de los primeros ilustradores de Daredevil (John Romita), estaba al cargo de la serie regular del Diablo Guardián. Ese verano, se puso en contacto con Frank Miller para proponerle un proyecto conjunto sobre Lobezno, pero la petición fue rechazada educadamente, aunque el interés por dicha colaboración acabó cristalizando poco después: Miller le envió la sinopsis que había escrito para un fallido telefilm sobre el cuernecitos.

En la línea de lo que haría con su celebrado Batman: año uno (Frank Miller y David Mazzucchelli; 1988), el artista de Maryland quería revisar el origen de su personaje fetiche. Al dejar la serie años atrás (Born Again aparte) le habían quedado temas en los que profundizar, fundamentalmente referidos a cómo Matt Murdock se había convertido en vigilante urbano. Ralph Macchio, editor por entonces de Marvel, dio luz verde a la idea. Tras cierto retraso en su elaboración, sobre todo a raíz del trabajo de Miller en el guion de Robocop 2 (Irvin Kershner; 1990), entre 1993 y 1994 fue publicada en EEUU la miniserie de cinco número y 144 páginas (originalmente iban a ser 64), Daredevil: el hombre sin miedo.

En palabras del guionista, la obra se presentaba como La Biblia del personaje. Con su lectura sabríamos cómo era la relación entre el Matt niño y su padre, Jack Batallador Murdock, un púgil de segunda fila que acabaría atrapado en las garras de la mafia local. Comprobaríamos cómo su asesinato marca para siempre el carácter del crío, quién jurará hacer justicia con sus manos y con las leyes. De su padre, Matt heredará unos valores férreos de lucha y coraje que luego enfundará bajo su traje rojo; porque los «poderes» que paradójicamente recibe del accidente que lastra su infancia tras ser arrollado por un camión con vertidos radioactivos (pierde la vista, pero adquiere en contraposición una especie de radar de localización y el hiper desarrollo del resto de sus sentidos), serán puestos al servicio de la lucha contra el crimen una vez dominados gracias al misterioso anciano Stick, maestro (también ciego) de artes marciales. Además, nos acercaríamos a sus años de universidad, en los que compartirá habitación con su futuro socio, Foggy Wilson, y en donde conocerá el amor y el sexo con la enigmática Elektra. Finalmente, lo acompañaríamos en unos primeros pasos como justiciero enmascarado que le cruzarían con Kingpin, por entonces incipiente jefe del hampa que empezaba a tejer sus malignos hilos por la ciudad.

Desde el punto de vista narrativo, Miller reescribe el inicio del héroe tomando como partida su propia etapa anterior y lo llena de matices que completan posibles vacíos, recalcando además en su concepción más urbana, oscura, épica e introspectiva. Para ello, no duda en alterar ligeramente la continuidad de la serie con pequeños detalles que no impiden que el resultado final ejerza como historia canónica de origen. Desde el punto de vista visual, John Romita Jr. se muestra en el apogeo de su arte, facturando un trabajo arriesgado y dinámico que arrastra la historia en una actualización del Método Marvel en donde el guion se va adaptando al dibujo previamente realizado.

Daredevil: el hombre sin miedo es un título notable, último acercamiento de Miller a su personaje bandera y referencia indispensable para cualquiera que se haya quedado prendado de la reciente serie de Netflix.

El Daredevil de Netflix

No es ninguna sorpresa: el Daredevil televisivo bebe claramente de El hombre sin miedo de Frank Miller, tanto de sus números regulares como del Born Again y especialmente de su historia de origen. Así lo afirmó el showrunner de la primera temporada, Steven S. DeKnight, quien reconoció haberse impregnado del aire noir milleriano que también continuarían en las viñetas nombres posteriores como Ann Nocenti, Ed Brubaker o Brian Michael Bendis.

Yéndonos a las influencias directas, en la serie encontramos el mismo tono adulto de la obra de Miller, a lo que se le suma las principales líneas argumentales desarrolladas por el autor: desde la infancia y adolescencia en Hell´s Kitchen de Murdock, hasta el inicio de su negocio con Foggy, pasando por sus años de universidad y sus primer y torpes pasos como justiciero nocturno (traje de andar por casa y antifaz incluidos), su antagonismo con Kingpin (rebautizado aquí con su nombre real, Wilson Fisk), sus relaciones con Elektra, Ben Urich o Stick, y su enfrentamiento con La Mano o El Castigador (hechos relatados en la serie regular). Además, se introduce a Karen Page (de vital importancia en Born Again) y a Claire Temple, novia setentera de Luke Cage y que asumirá el rol comiquero de Linda Carter, la conocida como «enfermera de noche».

El Daredevil televisivo se inspira en Miller indisimuladamente, en un curioso viaje en el que La Casa de las Ideas, más proclive a la audiencia colorista para todos los públicos de su cine, adopta para la pequeña pantalla el tono oscuro y serio que DC ha comandado cinematográficamente desde la aparición del Batman de Christopher Nolan. Y la comparación no es nada gratuita, ya que las similitudes entre el Hombre Murciélago y el Diablo Defensor son evidentes: ambos son vigilantes nocturnos apegados a las calles de su ciudad (Gotham/Nueva York-Hell´s Kitchen), con la misión quimérica de acabar con la criminalidad para redimirse de sus traumas infantiles a causa de la pérdida de sus progenitores.

En la serie de Netflix la ciudad («my city», como repite Wilson Fisk cada dos por tres), es un personaje más del relato; la ciudad entendida de forma genérica como la marvelita Nueva York, pero en un sentido concreto como La Cocina del Infierno, el barrio de Matt Murdock. La importancia que adquiere por tanto el escenario urbano ahonda en la concepción noir de Daredevil; esta Cocina del Infierno televisiva evoca a aquella surgida de las viñetas, reflejo de una ciudad que en los setenta y en los ochenta estaba atestada de criminalidad y pobreza, nada que ver con la actual zona residencial de altos vuelos. Al igual que Dennis Lehane, tótem del género negro que en su objetivo por escribir la gran novela urbana recrea en sus historias el Dorchester bostoniano de su infancia, un barrio de clase baja y con población inmigrante, el Daredevil de Netflix se desenvuelve en una Hell´s Kitchen que hoy solo existe en la ficción.

En esta línea, Steven S. DeKnight afirmaba con el estreno de la primera temporada que uno de los temas centrales de la serie era el del peligro de la gentrificación; una lectura descontextualizada podría llevarnos a malpensar que se estaba refiriendo a que prefería un barrio carcomido por el crimen antes que atestado de hípsters, pero su verdadera intención era señalar el desplazamiento de la gente pobre del centro de las ciudades a la periferia provocado por la especulación urbanística. De hecho, la trama central con la que arranca la serie trata los intereses inmobiliarios que surgen tras los destrozos de «el Acontecimiento».

Porque la historia se enmarca en el cuadro general del universo cinemático de Marvel, concretamente en el momento posterior a la invasión alienígena que asola parte de Nueva York en Los Vengadores (Joss Whedon; 2012). Se sabe que el proyecto original de Netflix-Marvel era desarrollar cuatro series individuales protagonizadas por otros tantos superhéroes (Daredevil, Jessica Jones, Luke Cage e Iron Fist) de una temporada de duración cada una, que convergiesen en el crossover de Los Defensores. Sin embargo, el éxito de crítica y público de la primera de ellas trastocó esos planes, hasta el punto de que a estas alturas Daredevil cuenta con dos entregas emitidas (y una tercera en marcha para el año que viene), El Castigador se ha ganado también un título propio de próxima llegada, y no será hasta este mismo verano cuando podamos disfrutar del anunciado dream team superheroico.

La versión catódica de Daredevil ha conseguido el complicado reto de redimir al personaje de los pecados cinematográficos anteriores (la horrenda película dirigida en 2003 por Mark Steven Johnson y protagonizada por Ben Affleck). El resultado es una serie que se ha ganado la atención tanto del público ajeno como el de aquel que lleva años siguiendo al superhéroe en las viñetas. El motivo hay que buscarlo en su buen hacer, pero sobre todo, en su apuesta decidida y acertada por trasplantar el espíritu con el que Frank Miller supo reinventar al Diablo Guardián. Un espíritu que ahora podemos disfrutar en mayor profundidad gracias a Panini, pero que ya llevaba décadas en las estanterías de nuestras librerías con la obra de un autor fundamental de la historia del cómic.

Marcos García Guerrero
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