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Cinefórum CCLXXXIX: «Strawberry Mansion»

Temo haberme puesto a mí mismo en un aprieto al elegir esta película. Es una historia que se puede resumir fácilmente, pero dicho resumen no aclara demasiado lo que vemos. Ni siquiera podemos entretenernos hablando sobre el pasado del equipo que la realiza, en general bastante desconocido. Por último, se trata de una cinta reciente, por lo que tampoco tenemos ocasión de hablar sobre lo que le deparó su propio futuro…

Lo primero, claro, será cumplir con la tradición y comentar el motivo de la continuidad con la película de la semana pasada, Summer of Soul: ambas fueron proyectadas en el festival de Sundance 2021. Como ven, tampoco aquí hay mucho dónde rascar… Más allá de esta coincidencia temporal, la conexión no da mucho juego. No podría haber formas y recursos más diferentes que los empleados por estos dos títulos.

El argumento de Strawberry Mansion nos sitúa en el año 2035, en el que se ha instaurado un impuesto sobre los sueños. Estos son grabados y monitorizados mediante aparatos tecnológicos y existen auditores dedicados a confirmar que dicho impuesto se paga en tiempo y forma. Nuestro protagonista, James Preble (Kentucker Audley), es uno de esos auditores; llega a la mansión que da nombre a la película (un decorado que recuerda una casa de muñecas victoriana) para revisar las cintas grabadas por una mujer, Arabella Isadora (Penny Fuller), que afirma no haber sido auditada hasta entonces. James empieza a sufrir extrañas alucinaciones y descubre secretos sobre los sueños y su propia vida, mientras revisa las cintas grabadas con las ensoñaciones de Arabella. En ellas, además, aparece una versión joven de la mujer (interpretada en estas escenas por Grace Glowicki) con la que siente una extraña conexión.

Es conveniente comentar que el actor protagonista es también coguionista y codirector de la cinta, mientras que el otro codirector y coguionista, Robert Birney, aparece ataviado como un mayordomo-rana en algunas breves escenas. Como ya señalé, la mayoría de los participantes del proyecto tienen una trayectoria breve y desconocida, con la excepción de Penny Fuller (Todos los hombres del presidente) y, en papeles menos importantes, Reed Birney y Constance Shulman (que interpretan al hijo y la nuera de Arabella), con carreras centradas en el medio televisivo. Anotar que estos últimos forman un matrimonio en la vida real y que uno de los codirectores, Robert, es su sobrino; además, su hijo real (Ephraim Birney) interpreta también a su hijo ficticio en la película, Brian.

Podríamos ahora comentar los temas que se tocan en la cinta: los sueños, la imaginación y el poder del mercantilismo y la publicidad, que llegan a extremos inusitados. Quizás una opción sea mencionar otras películas que utilizan el recurso de los sueños y la tecnología para entrar en realidades diferentes, salirnos un poco por la tangente y señalar las similitudes, temáticas o formales, con algunas de ellas. Podríamos mencionar, llegado el caso, los nombres y obras de Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich), Ari Folman (The Congress) o Michel Gondry (Olvídate de mí o La ciencia del sueño). Incluso cabría señalar, en el extremo formal más alejado, a Christopher Nolan (Inception), pero quizás estas referencias oscurecerían más que aclararían el discurso.

Strawberry MansionPodríamos hablar sobre los efectos especiales, artesanales y a veces sinceramente cutres, pero efectivos, que consiguen crear imágenes verdaderamente curiosas, combinando efectos digitales de aspecto analógico con marionetas, stop-motion y disfraces de calidad variable. El aire de extrañeza y alejamiento que esto provoca, o el hecho de que ni siquiera la realidad primaria de la ficción se atiene a las reglas lógicas del realismo cinematográfico y los protagonistas parecen inmersos en un sueño, aun cuando están despiertos, también sería un punto a tener en cuenta…

Pero nada de esto arroja especial luz sobre Strawberry Mansion, una película que, sin ambición excesiva ni grandes oportunidades formales, consigue contar una historia efectiva y extraña, con su propia forma narrativa. Una rareza que merece ser vista más que ser explicada.

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