«Dublinesca», de Enrique Vila-Matas
Comienzo esta reseña lanzándome el triple de suponer que Enrique Vila-Matas compartiría conmigo la opinión acerca de la superficialidad con que hoy en día se tiende a consumir la literatura. La fiebre de la actualización constante y del registro sistemático de nuestro propio consumo, no solo literario, nos lleva (y lo digo en una consciente primera persona, aunque sea del plural) a que muchas veces pasamos por los libros sin que los libros pasen por nosotros. Por suerte, tanto la calidad de la obra que hoy me ocupa, como la oportunidad de escribir un poco sobre ella, favorecen una digestión lenta y la certeza de que este será de esos libros que pasen a formar parte del acervo de quien escribe.
Llegué a Dublinesca a través de mi tío Melchor, al que aprovecho para saludar, y solo con leer la sinopsis su recomendación ya me entró bien por el ojo: partiendo de un sueño premonitorio que transcurre en Irlanda, Samuel Riba, un editor de Barcelona recientemente retirado y sumido en una crisis existencial, convence a unos amigos para realizar un viaje a Dublín con el propósito inicial de celebrar el Bloomsday y visitar los lugares por los que transitó James Joyce. Paralelamente, el objetivo velado de la expedición pasa por la búsqueda peregrina del genio literario que siempre se le ha escapado y por la celebración tragicómica de un funeral por el fin de la era de la literatura en papel. Una huida hacia adelante del estancamiento y de la crisis vital y de identidad en que se encuentra.
Vila-Matas, que confieso que hasta ahora era un literato desconocido para mí, hace honor a su reputación: la inteligencia e ingenio con que está construido el relato evidencia un dominio del género y del lenguaje indiscutible; de igual manera, el lector es mecido a placer con un manejo de los tiempos y de la voluble densidad del discurso propio de quien transita por el mundo interior del protagonista.
Porque efectivamente ese es el centro de la novela, la mente del protagonista. Un personaje a caballo entre la realidad y la ficción, entre el pesimismo y el optimismo, entre lo serio y lo cómico. Esos bordes difuminados y la duda permanente acerca de la propia identidad son temas recurrentes en la obra del escritor barcelonés.
Ese ir y venir entre lo real y lo imaginario y entre el drama personal y la parodia apocalíptica destilan un sentido del humor fino y propio de un veterano del oficio de la literatura y del vivir. Y es que no es fácil dar sentido y forma a lo que nos rodea. No en vano, la vida no tiene lógica (como se menciona precisamente en la novela); son los escritores quien se la dan, de alguna manera.
A lo largo de la expedición, el lector asiste a todo un homenaje, ya no solo al Ulises de James Joyce y en algún momento a Samuel Beckett, sino también a la literatura en sí, al oficio de dar forma a lo insondable y en último término, también a quienes dan forma tangible a ese éter, los editores. Por el camino, nos llevamos perlas que brillan por sí solas e iluminan el tono grisáceo y húmedo de la narración: los momentos en el verdadero centro del mundo, la búsqueda del segundo nacimiento, las epifanías alcohólicas o la reivindicación del entusiasmo como motor vital y del viaje como vehículo para hallarlo. Dublinesca refleja no solo un tributo a la literatura, sino un amor por la existencia, con sus luces y sus sombras, con sus éxitos y también con sus fracasos.
Dícese que la obra, en general, de Enrique Vila-Matas está hilada en una suerte de colcha hecha de diferentes retales, diferentes y a la vez relacionados unos con otros formando un todo. Una excusa tan válida como cualquier otra para seguir explorando y perdiéndose en su obra.
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