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Cinefórum CCCXII : «Atenea»

Salir del lugar que habitas es siempre traumático. Por eso es otro trauma, uno peor que el desarraigo, el que empuja a cambiar. La semana pasada, Martha se rompía la mente para salir de una secta; hoy, Karim (Sami Silmane) se rasga la camisa para acabar con el reinado de la injusticia y la impunidad en Atenea, un barrio de las afueras de París, en el centro del algoritmo de Netflix. Frente a los jóvenes franceses, pero hijos de inmigrantes, el Goliat de su propio Estado. Un hombre en el centro del torbellino colectivo y enfrentado al Leviatán es una marca reconocible de la casa Gavras de dirección; sin embargo, aunque duele comparar a un hijo con su padre, Romain no es Costa. Las formas de su cine parecen querer huir de la alargada sombra de su apellido, pero en el fondo su película se desinfla porque parece fruto y deuda de la obra de su padre. Pero no seamos demasiado estrictos: ¿acaso no nos pasa a todos lo mismo?

Atenea conquistó el Tendencias ahora de tu televisión con una propuesta clara: acercar el cine político y social al mainstream a base de ritmo y adrenalina. En ese sentido, el primer tercio de la cinta funciona como un reloj: un muchacho del barrio ha sufrido una muerte violenta y corren rumores de que los culpables pueden ser policías. Su hermano Karim toma como rehén al barrio entero y este cae presa del síndrome de Estocolmo: Atenea abraza la revolución porque la sociedad está triturando a sus muchachos. El resultado es una sucesión de planos-secuencia repletos de emoción en los que la sangre, el sudor y las lágrimas de jóvenes y antidisturbios pintan un fresco terrible de la sociedad francesa. El odio se sigue abriendo camino en el cine producido al otro lado de los Pirineos.

Pero Karim tiene otros dos hermanos: Moktar (Ouassini Embarek), que es un narcotraficante del barrio, y Abdel (Dali Benssalah), un militar. Junto a su hermano pequeño, ambos conforman un triángulo con el que Romain Gavras quiere reflejar diferentes matices de la marginalidad. Sin embargo, no funciona: a medida que el drama familiar progresa, el maniqueísmo se abre paso a través de la trama hasta que la película queda arrinconada en un clímax enrevesado. Lo peor es que, entre el secuestro de un policía y las bombas de un terrorista sirio, la lucha contra el sistema desemboca en el caos. Si quieren un final alternativo, rebusquen en la filmografía del padre.

Atenea película
Iconoclast, Netflix

Es de justicia reconocer que Romain Gavras hizo la mili con la cámara y se ganó su propia fama rodando videoclips para la industria musical francesa. En Atenea parece que trata de aprovechar ese bagaje y, a la vez, de reflexionar con honestidad sobre los límites que el factor humano impone a la estrategia de la revolución; también sobre la desproporción de la respuesta estatal y la importancia de la comunicación en las escaladas de violencia social. Pero en el trayecto es arrastrado por la corriente estética que él mismo genera y desatendie la profundidad de su propio guion (suyo, de Ladj Ly y Elias Belkeddar).

En Netflix, la película está catalogada para mayores de 16 años, pero yo creo que no debe contar con el Parenting Seal of Approval. O quizá sí. Pero no seamos demasiado estrictos: ¿acaso no quieren todos los padres que sus hijos coman?

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