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El héroe asesino – 19 de diciembre

El asesino Luigi Mangione es un héroe entre rejas. Es el joven que mató a tiros a Brian Thompson, directivo de la mayor aseguradora de salud de Estados Unidos. Le disparó por la espalda, al amanecer, a la luz de las farolas, en pleno Manhattan. Luego huyó en bici y se fue a Pensilvania. Lo detuvieron en un McDonalds. Desde entonces, decenas de miles de personas celebran el crimen. Algunos repitan su eslogan. «Delay, deny, depose»: retrasar, negar, deponer: es lo que estaba escrito en las balas de Mangione, homenaje a un libro sobre las malas artes de las empresas de salud. Ahora es el más vendido en Amazon USA. Una mujer que discutió con un empleado de su aseguradora porque le negaban un tratamiento y le repitió esas palabras ha sido detenido y juzgada. La han acusado de terrorismo.

Free Luigi, liberad a Luigi, dicen algunos carteles que han empezado a aparecer en Portland, al otro lado del país: muestran el rostro del joven, sonriente, bien alimentado, y sus tres palabras, y una frase más: «eat the CEOs», cómete a los CEOs, al director general, al consejero delegado. Comer, no matar. Sería delito ponerlo en el pasquín. El cartelista es hábil. Y enseña la cara del asesino: dientes blancos, buena planta. Cuenta el periodista Ken Klippenstein que The New York Times ha dado orden a sus redactores para que no lo hagan: «el valor noticioso y el servicio público de enseñar su cara está bajando», ordenan los patronos. Saben bien los directivos de la Dama Gris que el rostro despreocupado es el mensaje: la broma asesina.

«Cuando vi lo negra, horrible broma que era el mundo, ¡me volví loco como una cabra!», dice el Joker de Alan Moore, mente criminal por el placer de serlo después de ver el otro lado de las cosas. Luigi Mangione no tuvo que mirar demasiado lejos, porque el sistema de salud de Estados Unidos es célebre y orgullosamente insano: 1600 dólares por una radiografía, 600 dólares por una pastilla de ibuprofeno. La Sanidad sin seguro en el país de la libertad es un artículo de lujo de lucros obscenos para sus accionistas: más de 23 mil millones de dólares de beneficio consiguió el año pasado United HealthCare, la empresa del directivo asesinado. Dinero manchado de sangre, dicen los indignados: como los diamantes, el lucro viene de la explotación de la vida y la muerte.

El culto a los asesinos no es una novedad posmoderna. En Estados Unidos, el cine idolatró a los matadores de indios y bandidos: Gary Cooper, John Wayne, pistoleros y galanes que asesinaban a pobres, blancos o de piel roja. El mito fundacional necesitaba justificar la matanza, hacerla necesaria y bella. Eran héroes del pueblo, y sobre todo de las grandes productoras de Hollywood. Reinaron hasta que Sam Peckinpah los miró con el desengaño de los años sesenta y mostró que la patria mítica del western era una broma macabra: «si se mueven, mátalos», decía William Holden en el Grupo salvaje. Es la era del desmoronamiento, según George Packer: un tiempo sin estado de bienestar, de libertad para ganar, y sobre todo para perder. Y para estar solos, más que nunca, tanto como para aferrarse a un asesino sin luna.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3

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Víctor García Guerrero
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