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Arte y Letras

Los cuadernos italianos

Hace poco tuve la oportunidad de ver en la Biblioteca Nacional de España la excelente exposición Palabras de viajeros. El viaje literario y su aportación a la cultura europea, exquisitamente comisariada por Paolo D’Alessandro, y en la que se nos ofrecía un interesantísimo recorrido por la experiencia del viaje de diferentes arquitectos, artistas y escritores europeos (fundamentalmente españoles) en los siglos XVIII y XIX. Es la época del Grand Tour, de los viajes de formación que las Academias encargan y facilitan a sus artistas beneficiarios, del «redescubrimiento de la antigüedad», de las guías, apuntes, cartas, diarios y narraciones que describen otros lugares y costumbres, a veces tan cercanos como desconocidos.

Si escribir es una forma de rememorar, también la pintura recrea el recuerdo y lo enaltece. De los pintores que acudieron a Roma durante el siglo XVIII nos quedan, no solamente sus óleos y grandes composiciones, sino otros rastros más pequeños en dimensiones, pero con un gran valor testimonial y artístico, casi privado. Cuando aquellos artistas viajaban lejos de España (me refiero concretamente aquí a esos viajes por Italia), solían componer y llevar consigo los llamados cuadernos de memoria, o taccuini, de los que también se habla en la exposición. Estos cuadernos constituían una especie de carnets de viaje o apuntes en los que los artistas plasmaban sus dibujos e impresiones a lo largo del discurrir de sus pasos. También daban cuenta de sus trabajos ante las instituciones que, en su caso, hubieran propiciado el viaje. Hoy en día esto nos permite acercarnos con una privilegiada mirada a la intimidad de sus vivencias transfronterizas. El taccuino es un relato visual y personal en miniatura, un compendio de esbozos en papel sobre lo extraordinario de la travesía. Un par de buenos ejemplos los encontramos en dos artistas españoles con distinto reconocimiento y trayectoria: Antonio Primo (escultor) y Francisco de Goya.

Antonio Primo elaboró su cuaderno en la etapa central como pensionado en Roma entre 1760 y 1766. La codiciada pensión había sido convocada por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La Instrucción de la Real institución establecía la asistencia a la academia fundada por Benedicto XIV en el Campidoglio y el envío a Madrid del trabajo resultante de estas sesiones. Asimismo, determinaba que los pensionados escultores debían llevar siempre consigo libros de memoria en los que apuntarían las obras más relevantes que encontraran (templos, palacios, jardines, fuentes, etc.). Así lo hizo Antonio Primo, cuyo cuaderno, realizado entre 1761-64, ocupa 123 hojas (se cree que fueron 127 y hay 4 hojas perdidas), con delicados dibujos e inscripciones a lápiz negro, sanguina o tinta. Copias de pinturas y esculturas, bustos y retratos que irradian belleza en los maravillados trazos de Primo.

En cuanto a Goya, el Cuaderno italiano, el cual se conserva en el Museo del Prado, es un conjunto de ochenta y tres hojas de papel verjurado blanco, con filigranas del siglo XVIII de Fabriano (donde se encontraban las manufacturas de papel más importantes de Italia) con dibujos originales y textos autógrafos realizados durante su viaje a Italia entre 1771 y 1793. El cuaderno es especialmente interesante para el estudio en cuanto que contiene los dibujos más tempranos que se pueden atribuir a Goya en la actualidad, además de anotaciones manuscritas, como las ciudades visitadas en Italia, y otras anotaciones personales, que recogen acontecimientos íntimos como su boda o el nacimiento de sus hijos. Parece constatado que durante su estancia en Roma Goya frecuentó la compañía de pensionados aragoneses alojados en el llamado quartiere spagnolo. En la muestra de la Biblioteca Nacional podía admirarse también en una de las vitrinas otro ejemplar bellísimo perteneciente a José del Castillo (Madrid, 1737-1793), pintor y grabador español que viajó dos veces a Roma. El cuaderno de bordes azafrán estaba abierto casi por el final, detenido en una página en la que vemos retratado a sanguina a un artista en el acto mismo de dibujar los trazos de aquello que está observando. Es un dibujo que da testimonio del testimonio.

Entre las diferentes técnicas utilizadas en los cuadernos no puedo resistirme a la hermosura precisamente de la sanguina, cuyo pigmento color rojizo se asemeja a la sangre. Antiguamente se conocía como sinopia, ya que la hematites (el mineral del que se obtiene) provenía de la ciudad turca de Sinope. Fue muy utilizada en el Renacimiento para dibujos y esbozos, y su tono ferroso, más carnal que el negro del humo y la ceniza, realza la calidez de la arcilla primera de la que todos provenimos, real o figuradamente. Quizá, junto con los ocres, son las tonalidades del anaranjado al rojo las que más reconocemos en los hermosos edificios italianos. Con todas ellas, pintamos el amanecer y atardecer del tiempo.

Rosa Cuadrado Salinas
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