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Fuego crepuscular – 16 de enero

Sunset Boulevard ha desaparecido. Las mansiones de millonarios y gente del cine han caído bajo las llamas. El fuego las ha devorado. El agua de las piscinas se ha evaporado a 1000 grados Celsius. A los cadáveres todavía no los han podido identificar. Los incendios de Los Ángeles se ven desde el espacio como una diapositiva del Apocalipsis. Algunos millonarios desesperados contratan a empresas privadas de bomberos. Keith Wasserman, inversor inmobiliario, dijo en X: pagaremos lo que sea. Los bomberos privados solo protegen las casas de los que han pagado. En el turbocapitalismo se salva quien puede.

El fuego de California está avivando las llamas del odio de clase. Las empresas de seguros cancelan o no renuevan pólizas ante el mar de casas destruidas; una pareja de millonarios es dueña del sesenta por ciento del agua; las inmobiliarias suben los precios de las viviendas salvadas del fuego. También pasa en Valencia estos días. La moral del capital no coincide con los valores propagados por los medios de masas: libertad, solidaridad, compasión. América sueña con una grandeza ilusoria. El mago de Oz ya demostraba que la fantasía era un trampantojo. El fuego camina conmigo, decía el asesino de David Lynch: el bosque de la idílica Twin Peaks escondía al monstruo entre los árboles, y la familia perfecta.

Por la tierra se están extendiendo triángulos de fuego, escribe John Vaillant en El tiempo del fuego: combustible, atmósfera y topografía combinados y dramatizados por el cambio climático hacen que se quemen lugares que nadie pensó que podrían arder: el Ártico, el Amazonas, o la catedral de Notre Dame, cuyo tejado se sostenía sobre mil trescientos robles. Los incendios del siglo XXI son más calientes y secos, pueden quemarlo todo. El suicidio ambiental del poder del dinero tiene consecuencias visibles que van más allá de la propia naturaleza. La cultura también arde, como en el museo de Historia Natural de Brasil. Naturaleza y Cultura, conceptos conjugados y carbonizados.

Hollywood lleva desde el principio hablando de su propia decadencia, como si previera el ocaso desde la cuna. En 1950 Billy Wilder ya jugaba con la idea en Sunset Boulevard, titulada en España con grandilocuencia y previsión El crepúsculo de los dioses, nada menos. «Sigo siendo grande; son las películas las que se han hecho pequeñas», se lamentaba Gloria Swanson. «Tu tiempo de hoy ha terminado, pero pasarás a la eternidad con ángeles y fantasmas», se reconfortan en Babylon, visita de Chazelle al cine preindustrial, mudo, alcohólico y salvaje. Los pioneros no podían saber que las películas ayudarían a construir un imperio, pero sí sabían perfectamente que sólo los mitos sobreviven al fuego.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3

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Víctor García Guerrero
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