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Cinefórum CIII: El gran carnaval

Tras más de cien semanas de cine, en el cinefórum de La Soga hemos visto películas de muchos de los más grandes; algunas de las mejores obras de los directores que lograron escalar el último peldaño de la genialidad. No todos escogeríamos a los mismos para integrar semejante categoría; sería muy aburrido si lo hiciéramos. Pero, incluso entre los escogidos, hay unos pocos nombres que nadie olvidaría. Billy Wilder es uno de ellos, porque sin él el cine habría sido más aburrido; habría sido peor.

Ascender al Olimpo del séptimo arte exige grandes títulos. Primera planaDías sin huellaEl apartamento Uno, dos, tres parecen más que suficientes. Pero hay algo más que distingue a los genios: ellos siempre son incisivos; todas sus obras dejan algo para el recuerdo. En El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), Wilder cocinó junto a Kirk Douglas y Jan Sterling una crítica devastadora del periodismo norteamericano, anticipando, mientras el mundo cruzaba el ecuador del siglo XX, lo que supondría la excursión del cuarto poder por el borde de un precipicio moral y económico.

Douglas interpreta con la solvencia que cabe esperar a un reportero que atraviesa una crisis personal, no de creatividad (como le ocurría al escritor de Animales nocturnos), sino de credibilidad: Charles Tatum llega a un pequeño tabloide de Nuevo México tras haber sido expulsado de los grandes periódicos por sus problemas con el alcohol y la autoridad. Pero las noticias locales, la caza de serpientes de cascabel y el enfoque clásico del director de su nueva empresa no le seducen. Por ello, cuando se encuentra a un saqueador de tesoros sepultado en vida bajo una montaña sagrada para los nativos, Tatum encuentra su camino de vuelta a la Gran Manzana, pasando, quizá, por el Pulitzer: quien logre controlar el rescate, será quien distribuya los dividendos de lo que hoy llamaríamos el hype mediático.

Así pues, Tatum cruza el Rubicón, traiciona a su nuevo periódico y con ello a la verdad y la humanidad entera. Pero, ¿por qué lo hace?; y, sobre todo, ¿por qué puede hacerlo? Billy Wilder responde criticando el nuevo periodismo que nacía tras la muerte de la modernidad en dos cruentas guerras mundiales y criticando con ello toda su sociedad. Al fin y al cabo, no sería posible retrasar un rescate sin un sheriff interesado en presentarse a las próximas elecciones como el héroe necesario; no se podría encontrar un enfoque sensacionalista sin una esposa y un pueblo dolientes, pero con ganas de ganar dinero; ni se podría vender el producto si no existiesen consumidores deseosos de escapar de sus vidas cotidianas para buscar la grandeza del hombre entre su miseria.

El gran carnaval estuvo nominada a varios premios Oscar, como correspondía a la categoría de sus rostros más visibles. Quién sabe, quizá le faltó el favor de la prensa para llevarse algún gato al agua. En cualquier caso, con estatuilla o sin ella, Wilder nos regaló, hace más de medio siglo, una crítica ya definitiva sobre los desvaríos del periodismo que estaba viendo nacer. Aquel que, en el último extremo, podía costarle la vida a algún ser humano. Es la clarividencia de los grandes.

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