Hablan de nuestra casa las películas y las canciones
No es la primera vez que vuelves la vista incrédula. Esa escena, una calle que, en un espacio corto de tiempo, no es la misma. Como la mirada de Robyn, High Fidelity, agotada en las escaleras de su peculiar apartamento o la expresión de Montse, La casa en llamas, cuando decide el siguiente movimiento en su casa luminosa de Cadaqués. Las viviendas, a una velocidad asombrosa, son sustituidas por supermercados exprés o carteles avergonzantes de apartamentos turísticos. Y con ellos, decimos adiós al bar del vermú en el que se hacen las cuentas de cabeza o a ese piso con techos altos que teníamos fichado. Ese piso de nuestros sueños que más que personalidad tiene su propio temperamento.
¿Dónde queda el hogar? Se olvida demasiado rápido el papel que desempeñaron algunos fondos carroñeros durante la pandemia en las residencias de ancianos. Si los llamamos buitre y usamos el diccionario encontramos sinónimos: aprovechado, interesado o egoísta. ¿Casualidad? Estos fondos han vuelto para quedarse y empujar la puerta de nuestra casa.
La infancia de esta generación marcaba sus propios tiempos jugando con la impaciencia o el hastío que suponía la espera. Esperaba, con la barbilla apoyada en la mesa, su turno en el Monopoly. Un juego en el que a pesar de negociar con calles e inmuebles, no nos hizo ser más codiciosos. Es más, puede que se creara para justo lo contrario, como explican en el documental La historia secreta del Monopoly. Es esta misma generación la que hoy no puede hacer frente a una compra o un alquiler digno, deben conformarse con lo que hay y sufrir robos, perdón, pagar precios desorbitados.
Alejados del ruido
Hablemos de música. La cantante Zahara, tras caer rendida a la electrónica, dedica uno de sus temas Yo solo quería escribir una canción de amor al vínculo que tiene con su hogar. «Un rincón en el universo, protegido por paredes turquesa, emerge entre pantanos y árboles. Se parece a esas casas de mi infancia en las que había belleza». Traslada esa sensación de comodidad naif que puede que viviera en el pasado, a medio camino entre Úbeda y Siles. En el videoclip de su tema los planos recuerdan a algunas ilustraciones de María Hesse en las que figuran mujeres enmarcadas dentro de una casa y de las que emergen galaxias y flores.
El hogar no es solo estatus, es identidad. Y el tiempo en él no debería estar limitado a un par de años. Debe ser un sitio al que volver y del que no nos queremos desprender. Películas como As bestas y Alcarràs hablan de ello. Este refugio en ocasiones puede estar formado por los pronombres él y ella o por varios tabiques que delimitan ese lugar en el que poder respirar. También se puede volver a otro punto de la historia. Las cántabras Repion le cantaban a la infancia perfecta de un verano en un hogar en el Barrio Somavilla. Otra edad en la que imperaba el disfrute, «aunque esté nublado y nos tardemos en secar».
Verano y deleite. La casa en llamas es la nueva película de Dani de la Orden. El director ya demostró lo bien que se manejan sus personajes en un único espacio; lo hizo en Litus (2019), una película que debería tenerse más en cuenta. Casa en flames tiene como epicentro una idílica casa familiar en la Costa Brava. Una madre, interpretada por Emma Vilarasau, cita a sus hijos en el lugar de veraneo para concretar su venta. Quizá sea una excusa para vivir un verano como los de antes y haya que recurrir a ese refugio emocional abandonado.
De la claridad de la Costa Brava pasamos a la luz que desprenden Las chicas están bien, película dirigida por Itaso Arana donde el sentimiento de hogar es prestado, el espacio significativo es una residencia en un antiguo molino. Una pequeña compañía de teatro huye de la ciudad para aislarse en un lugar en el que poder ensayar a un ritmo pausado. Arana siempre tiene esa delicadeza, da igual que esté dirigiendo o interpretando. Cuenta, en este pequeño relato, con algunas actrices como Bárbara Lennie e Irene Escolar. Sus personajes comparten mesa, mantel y también habitación. En esa rutina adolescente, las mujeres de verdad hablan, se protegen y despliegan toda su creatividad. Viva esa camaradería.
También hay cara B
Pero no todos los espacios son idílicos. Robyn (personaje interpretado por Zöe Kravitz en la serie High Fidelity) muestra, en uno de los capítulos de la serie, la realidad de la gentrificación. Escenifica cómo los jóvenes son alejados de sus preciosos apartamentos de ladrillo visto de zonas céntricas y son desterrados a vivir en las afueras. Esos apartamentos con temperamento a los que el abusador quiere sacar el máximo provecho.
«Qué lejos viaja la esperanza en las casas de cartón» cantaba Javier Álvarez. Se nos olvida, demasiado rápido, la fragilidad de algunas de ellas o el desamparo económico que viven algunos tras la catástrofe. Necesidad de la que solo nos acordamos cuando forma parte de la escaleta.
De otros espacios nos gustaría tocar sus paredes e inventariar sus singularidades. Casas que han sido fuente de inspiración. El piano en la casa de Valderrubio de Lorca, la luz de la casa de Galdós y su colección de literatura inglesa o la Casa en el número 3 a la que le cantaba el grupo sevillano Maga. El tema está dedicado a la casa donde Vicente Alexandre pasaba el tiempo con amigos: «En la casa del poeta, donde ya no vive nadie, se demora la luz del amanecer. Allí el tiempo no se acorta, se imantaron los minutos, con las horas en la esfera del reloj…»
Recuerda a David Hicks: las mejores habitaciones, como las casas, son las que tienen algo que decir de la gente que vive en ellas. Por lo tanto, nadie debería tener el poder de hacer que perdamos nuestra identidad, por muy buitres y carroñeros que sean.
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