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Helar la sonrisa – 9 de enero

El cerebro del atentado contra Charlie Hebdo era un parisino del distrito 12 de la capital francesa. Se llamaba Boubaker El Hakim y tenía 31 años el día que ordenó a sus soldados, los hermanos Kouachi, otros parisinos, asaltar la sede de la revista satírica. También mandó a Amedy Coulibaly, de la región de París, atentar contra una tienda de comida judía. Acabaron todos muertos el mismo día o al siguiente. El Hakim sobrevivió porque estaba muy lejos de allí, concretamente en Siria, en la zona controlada entonces por el califato del ISIS. Le terminó bombardeando en Raqqa un dron de Estados Unidos, casi dos años después de la matanza de Charlie Hebdo.

El Hakim era hijo de la colonización, la inmigración, el fanatismo, y de la guerra contra el terror que él mismo contribuyó a extender. La historia solo puede ser dialéctica. A ese caballo desbocado también quisieron ponerle las riendas del fascismo islámico otros hijos del maltrecho jardín europeo en el mismo 2015 con sangre de más infieles en la capital gala. Los asesinos que en noviembre mataron en la sala Bataclan, el Estadio de Francia y las terrazas del centro de París eran franceses y belgas de nacimiento. Empezando por Abdelhamid Abaaoud, del barrio de Molenbeek, en Bruselas, y que murió acribillado por cientos de balas policiales en Saint-Denis. Otro muerto que no habla.

Abaaoud, el comandante de los asesinos de noviembre, también había pasado por Siria, como El Hakim. Algunos yihadistas habían llegado allí desde Irak, donde habían combatido a las tropas de Estados Unidos y a los chiíes. Otros habían viajado para hacerle la primavera árabe a Bashar el Assad. Los vuelos desde París a Estambul estaban liberados, y Turquía mantenía abiertas las fronteras hacia Siria en su guerra contra Damasco. Para los participantes del gran juego fue una estrategia de éxito: Siria ya no es enemiga y a los yihadistas los ha ido consumiendo su propio fuego. Los asesinos calcularon mal el timing: están en su paraíso cuando hoy podían ser celebrados como rebeldes liberadores. De nuevo, la dialéctica.

«Yo soy Charlie», se escribió aquellos días de enero de 2015, cuando líderes ensombrecidos apelaban a la libertad de expresión y el derecho al humor. El eslogan duró hasta que Charlie Hebdo volvió a su ateísmo iconoclasta contra el orden del día. Hollande y Merkel lideraron la marcha de los políticos contra el crimen. Junto a ellos, en primera fila, caminaba el israelí Benyamin Netanyahu. Solo aquel año, Israel asesinó a 170 palestinos. Y en los hospitales israelíes trataron a yihadistas que combatían en Siria. «Por razones de Estado», explicaría luego un jefe del Mossad. Quizás alguno era francés, parisino tal vez, de escala quirúrgica hacia otra helada sonrisa.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3

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Víctor García Guerrero
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