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Cine y TV

«El prisionero»: No soy un número, soy un hombre libre

El 27 de Septiembre de 1967 la ITV, la televisión comercial no afiliada a la BBC, emitió Arrival, el primer episodio de una nueva serie protagonizada por Patrick McCooghan, que se había hecho un nombre en la televisión británica interpretando al agente secreto John Drake en Danger Man. Pero si Danger Man era, en muchos sentidos, una serie de espías convencional, esa nueva producción, El prisionero, representa una ruptura de los límites temáticos y formales del mismo; un extraño fenómeno que duró tan solo diecisiete episodios pero que aún hoy nos resulta, a muchos, fascinante.

En el primer episodio un hombre decidido y ceñudo (McGoohan) atraviesa Londres y los sótanos de algún misterioso departamento gubernamental para entregar su carta de renuncia (en una escena sin palabras que se repetirá en la introducción de la mayoría de episodios) solo para, al llegar a su casa, ser drogado y secuestrado por unos individuos vestidos de enterradores. Llevado a una misteriosa villa, identificado ahora con el numeral 6, debe enfrentarse a la constante búsqueda de información por parte de una serie de individuos identificados sucesivamente como Número 2, empeñados en descubrir la razón de su renuncia mientras intenta escapar, episodio tras episodio, del lugar.

«Información. Información. Información»

Como ya he comentado en otro lugar, los años sesenta fueron una década dorada para la ficción de espionaje de todo cariz. Ya aún antes del estreno cinematográfico de James Bond (con Dr. No en 1962), ITV contaba con series como Los Vengadores (The Avengers, cuyo primer episodio se emitió en enero de 1961) o la ya mencionada Danger Man (estrenada en Septiembre de 1960). Pero, para finales de la década, el número de espías en las pantallas grandes y pequeñas del mundo occidental era incontable. Para hacernos una idea de su omnipresencia, solo en el terreno televisivo podemos mencionar las británicas Department S (1969-1970), Los invencibles de Némesis (The Champions, 1968-1969) o las americanas Yo soy espía (I Spy, 1965-1968), El agente de CIPOL (The Man from UNCLE, 1964-1968), Misión Imposible (Mission: Impossile, 1966-1973) o la paródica Superagente 86 (Get Smart, 1965-1970).

Danger Man, que en cierta forma había sido una serie pionera, había conseguido a McCooghan la fama suficiente para que se le ofreciera el papel de Bond en Dr. No, papel que el actor irlandés-americano rechazó, como también rechazó interpretar a El Santo (que recaló en otro futuro James Bond, Roger Moore). Los motivos de estas negativas, que podrían considerarse graves errores desde el punto de vista profesional, nunca han estado totalmente claros, pero todo parece apuntar a las particularidades de carácter del actor, lo que nos conducirá directamente a El prisionero.

«Tú eres Número 6»

Patrick McGoohan había nacido en Nueva York el 19 de Marzo de 1928 (fecha que compartirá con número 6). Fue el hijo de una pareja irlandesa que, poco después de su nacimiento, decidió volver a su isla nativa y, siete años después, mudarse a Sheffield, Inglaterra. Dejó los estudios a los dieciséis años con la intención original de convertirse en sacerdote jesuita, pero tras una serie de trabajos de poca monta terminó convertido en actor casi por casualidad: trabajando como tramoyista tuvo que sustituir de urgencia a un intérprete que se había lesionado.

El papel de John Drake le había dado fama y fortuna, pero además había usado su posición para eliminar o minimizar algunos elementos de Danger Man con los que no estaba satisfecho. Por influencia del actor se redujo el nivel de violencia, y en particular el uso de armas de fuego; también luchó por disminuir el carácter sexual y promiscuo que caracterizaba el género en ese momento. Quizás esos mismos fueron los motivos de que rechazara a Bond, epítome de todo lo que le disgustaba.

Por otro lado, en esa misma serie el actor conoció a George Markstein, que se convertirá en coguionista del primer episodio de El prisionero y editor-supervisor de los guiones de la misma durante los primeros trece episodios (Markstein interpreta en la introducción al hombre que recibe la carta de renuncia del protagonista). Era un individuo bastante discreto del que muchos datos son especulaciones: había nacido en 1926 en Berlín, hijo de una familia judía que escapó del ascenso del nazismo. Trabajó durante años como periodista (y según algunos rumores también como espía) y se convirtió en los sesenta en guionista, recalando en Danger Man en 1966 como consultor.

Durante los años posteriores, Markstein y McGoohan han defendido versiones contradictorias sobre quién tuvo la idea inicial para El prisionero y también sobre el significado u objetivos de la serie. Markstein siempre defendió una aproximación más convencional, más dentro de los límites del género de espionaje, mientras que McGoohan ofrece una interpretación más simbólica, menos lineal. El que el enfrentamiento entre ambos se decantara del lado del actor, que también era productor, marca fundamentalmente el desarrollo argumental de la serie, especialmente de los últimos cuatro episodios.

«¿Dónde estoy? En la Villa»

La Villa, que sirve como ambientación a casi la totalidad de la serie, se rodó fundamentalmente en un enclave turístico en Gales, Portmeirion, con una arquitectura muy peculiar. Plagado de edificios yuxtapuestos de imitación neoclásica y de inspiración mediterránea, con formas algo incongruente entre sí y rodeados del paisaje galés, el lugar fue utilizado por varias series británicas como escenario para recrear lugares exóticos1. El ambiente ayuda a crear la sensación surrealista que domina buena parte de la serie: es una ciudad falsa, construida como un escenario más que como un lugar real, plagada de gente actuando de forma extraña y que utilizan números (y ocasionalmente títulos) en lugar de nombres para identificarse.

En la ficción nunca llegamos a saber realmente dónde se encuentra el lugar, ni cuál es su función real. Sobre todo, hay una gran pregunta que siempre permanece en el subtexto de la serie: de qué lado están sus habitantes. ¿Se trata de un lugar donde los otros intentan romper la voluntad de antiguos espías enemigos para descubrir sus secretos? ¿O son los nuestros los que quieren descubrir si Número 6 es un traidor y pretende usar la información que conoce contra ellos? Quizá la opción más temida por el personaje principal es que los lados realmente no importen y que, al final, esa pregunta no tenga verdadera importancia.

El lugar parece dirigido por Número 2, un puesto ocupado por diferentes personas y con diferentes acercamientos en su enfrentamiento con Número 6. La agresividad, la astucia, la adulación, la hipnosis o las drogas… Todo vale para intentar romper su férrea voluntad. Incluso, en un episodio2, se realizan elecciones a dicha posición, a las que nuestro protagonista también se presenta con la intención de destruir el sistema desde dentro.

En los límites del pueblo, como medida de seguridad, patrulla el Rover, una especie de glóbulo blanco gigante que ataca y asfixia a los que intentan escapar. Es uno de los elementos más icónicos de la serie, pese a ser producto de un fallo y una solución apresurada: originalmente, iban a utilizar una plataforma de aspecto robótico, pero ante los problemas mecánicos de la misma decidieron utilizar un globo meteorológico para sustituirlo.

Markstein afirmó en alguna ocasión que su inspiración para la serie fue una historia sobre que los soviéticos tenían un falso pueblo inglés donde los espías destinados a actuar en las islas británicas se entrenaban en un ambiente totalmente británico para infiltrarse en las islas con mayor facilidad. McGoohan dice, sin embargo, que en una ocasión preguntó a oficiales del servicio secreto británico qué sucedía cuando un espía quería retirarse. Como siempre al hablar de esta serie, hay, al menos, dos narrativas diferentes y contradictorias.

La misma arquitectura de Portmeirion, el extraño vestuario, que combina colorido de los sesenta y patrones victorianos, y las rarezas tecnológicas y culturales del lugar, parecen ir en contra de la explicación convencional y ofrecer sus propias contradicciones. Elementos de ciencia ficción3 se cuelan por las esquinas y otros fenómenos misteriosos quedan en el limbo de lo inexplicable.

«¿Quién es el Número 1?»

La pregunta se plantea en la cabecera de casi todos los episodios y es una cuestión fundamental para los espectadores, una pregunta que tiene múltiples respuestas. Si lo hiciéramos de acuerdo con el género de espías y nos acercáramos a la visión de Markstein, seguramente contestaríamos que algún alto funcionario del Pacto de Varsovia o de la OTAN. La serie, controlada en ese punto por el actor, no da una respuesta tan sencilla. En su último episodio4, la gran confrontación nos deja con más preguntas que respuestas; con una solución simbólicamente funcional, pero narrativamente poco clara.

McGoohan llegó a afirmar en entrevistas y declaraciones posteriores que la intención completa de la serie era alegórica y que por ello no era necesaria, ni pretendía dar, una explicación. Para él, al menos en la reconstrucción posterior, la Villa es un microcosmos, una representación del mundo y el prisionero representa la lucha del individuo por mantener su identidad y también, en parte, representa su propia voluntad como artista de no someterse a las reglas del juego de la producción audiovisual5. En otras entrevistas, contradictorias o complementarias, afirma que Número 1 representa el propio lado oscuro de nosotros mismos; hay quien no ha dejado de notar que «nº one» podría leerse, en realidad, como nadie, o que ante la pregunta de «¿Quién es el Número 1?» la respuesta a veces puede tener un significado ambiguo6.

La serie, tal y como fue emitida, termina así con este gran interrogante, algo que por otra parte es profundamente congruente con su desarrollo. Toda ella gira en torno a preguntas de Número 2 hacia Número 6 para desvelar el motivo de su renuncia, y de Número 6 hacía los demás para comprender el significado de la Villa y su lugar en la misma. Pero las cuestiones que no obtienen respuesta siempre provocan la necesidad de otros por hacerlo.

«Las preguntas son una carga para los demás, las respuestas una prisión para uno mismo»

Acabada la serie con una relativa nota de fracaso (incluidas cartas de indignación enviadas a la productora) y con un episodio final aparentemente incomprensible, parecería lógico que El prisionero hubiera desaparecido de la conciencia pública. Sin embargo, a lo largo de los años, ha seguido teniendo seguimiento como producto de culto que diversos autores han intentado continuar o repetir7.

De forma necesaria, solo hablaré de las cosas que yo personalmente he visto o leído. Mencionaré únicamente como ejemplo de la variedad de productos que existen una serie de audiodramas protagonizada por Mark Elstob y que parecen rehacer libremente la serie original; o las novelas más o menos independientes publicadas por Ace Books en 1969 escritas por Thomas M. Disch. Tampoco voy a hablar sobre los libros más o menos teóricos que existen sobre la serie, más allá de mencionar el muy interesante Fall Out de Allan Stevens y Fiona Moore.

La miniserie Shattered Visage, escrita por Dean Motter y Mark Askwith y dibujada por el mismo Motter, se sitúa veinte años después del final de la original y entra firmemente en el terreno del drama de espías. Interpretando el episodio final como una ficción, un psicodrama utilizado como arma definitiva de Número 2 contra Número 6, lleva a un nuevo prisionero (o prisionera, en este caso) a la Villa para reencontrarse con ruinas y un único y desequilibrado habitante. Publicada en 1988-1989, en un contexto en que la antigua división de la Guerra Fría parecía disolverse para dejar paso a un mundo unipolar, la cuestión se alimenta más de la paranoia hacia lo propio que hacia lo ajeno.

El remake televisivo de 2009, también titulado The Prisoner, entra más en el terreno de la ciencia ficción, igualmente paranoica pero con una tensión más cercana a la distinción entre ficción y realidad, muy próxima al estallido de la telerrealidad y a la sociedad de la vigilancia continua. Añade un elemento de amnesia: el protagonista8 está tan perdido sobre su propia identidad como los espectadores, lo que parece ser, también, un signo de los tiempos. No puedo evitar pensar en la saga de Bourne, con su propio protagonista amnésico, iniciada en 2002 con El Caso Bourne (The Bourne Identity, 2002, Doug Liman) y que en 2009 contaba ya con tres películas.

La sombra de Bourne también es alargada en el cómic de 2018 The Uncertainty Machine, con guion de Peter Milligan y dibujo de Colin Lorimer. Un título que intenta racionalizar algunos de los elementos más extraños de la serie original en un drama moderno de espionaje con algunas vueltas interesantes, pero que quizás en otros momentos se acerca demasiado al tópico. Tenemos aquí un nuevo prisionero y una revisión de la Villa.

En general, es posible ver que, de los dos caminos trazados por los padres de la criatura, las continuaciones han escogido, quizás lógicamente, el camino de Markstein y no el más complejo y personal de McGoohan. Es posible que sirva esto como tributo al actor, productor y guionista que, sin llegar a ser una estrella, parece que consiguió vivir, en lo posible, según sus propias normas.

Be seeing you.


1 La misma Danger Man utilizó imágenes de Portmeirion en al menos seis episodios, incluyendo el primero, View from the Villa, donde se puede ver a McGoohan conduciendo su coche por varios lugares emblemáticos de la misma.

2Free for All, uno de los episodios con guion del mismo McGoohan y que puede leerse como una sátira de los sistemas electorales y el papel de los candidatos supuestamente revolucionarios en ellos.

3Clones, manipulación de los sueños, telepatía, teleportación y realidad virtual tienen cabida en algunos de sus episodios; o al menos se insinúan, que pocas cosas quedan claras sobre la mayoría.

4Fall Out, que sigue provocando debates bizantinos entre fans y críticos.

5Incluso hay quien interpreta la serie, y especialmente su final, como una peineta a los ejecutivos decididos a encasillarle en el papel de espía.

6La respuesta en inglés es un «You are number six», que parece ignorar la pregunta, pero una pausa en algunas de las locuciones podría cambiar el sentido «you are, number six».

7Además de referencias sueltas en la cultura popular; por mencionar solo un puñado de ellas podemos hablar de los Simpson, una canción de Iron Maiden, referencias en The Matrix, en Perdidos o en el cómic de La Liga de los caballeros extraordinarios.

8Interpretado por Jim Caviezel, actor que, por cierto, comparte con McGoohan su ferviente catolicismo y su disgusto con las escenas demasiado explícitas en sus papeles.

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