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El seriéfilo: junio de 2018

Charlaban mientras se tomaban un café el señor Mayo y la señorita Abril, comentando preocupados si se sabía algo sobre el paradero del verano. Era la comidilla del calendario. Que no se pasase a saludar ni siquiera un día por el mes de Abril, se entendió como un despiste debido al cambio climático; pero que no se dignase a hacer una visita a Mayo, ni siquiera una tarde, ya se consideró una falta de educación. Francamente, al final Junio se preocupó porque la desaparición del verano parecía ser algo más grave que un simple despiste meteorológico. El veinte de ese mes, todos contuvieron la respiración, expectantes por lo que podría ocurrir si al día siguiente Verano no hacía acto de presencia. Amaneció el jueves 21 y el verano, desperezándose ruidosamente, entró por la puerta como si nada hubiese pasado.

Como con las estaciones, muchos son los que preguntan qué ocurre con la última temporada de Juego de Tronos: que cuándo se va a estrenar, qué por qué se retrasa tanto… Y la respuesta es como el verano de este año. Llegará cuando tenga que llegar, ya en 2019, y mientras tanto es mejor no preocuparse y seguir nuestro ritmo seriéfilo, intentando ver tantos capítulos como la ausencia de sol nos permita.

Que la nostalgia es una fuente fiable de ingresos es un hecho del que todas las empresas que pueden se aprovechan (recordemos que el fin último de toda empresa, ¡incluso de las series!, es obtener beneficios). Por tanto, es normal que asistamos a una sobreexplotación de la nostalgia ochentera, pues los mocosos de aquella época nos hemos convertido ya en cuarentones con cierto poder adquisitivo que hemos interiorizado las bondades del capitalismo más puro. El dinero nos quema en las manos.

La aproximación a este público objetivo es muy diversa: puede llegar desde la calidad, como sucedió con el fenómeno Stranger Things (Netflix), serie que bebe del cine de los ochenta pero, que puede verse de forma independiente y conforma un producto sólido que dentro de veinte años seguirá siendo disfrutable; pero también desde el oportunismo, como es el caso de la serie que nos ocupa. Cobra Kai (YouTube Red) es una serie web que explota la franquicia ochentera Karate Kid. El mejor detalle es que mantiene los protagonistas principales originales. Es decir, veremos a Daniel San con treinta años más, dirigiendo un exitoso concesionario; y también a Johnny, su némesis, malviviendo como chapuzas en un triste apartamento.

El guion de la serie es interesante, porque nos cuenta una historia desde el punto de vista de Johnny, que ahora es el personaje principal. Sin embargo, el gran fallo es que se desarrolla como una comedia adolescente bastante naif y con demasiados guiños a la película original. El público que más podría disfrutar de ella por el tono empleado, los jóvenes adolescentes, no pillará la mayoría de las referencias a la peli original y las costumbres de la juventud de los ochenta; aquellos que vivieron el estreno de la película original, encontrarán un producto muy simple y previsible, aunque al menos esbozarán una pequeña sonrisa con los constantes guiños a sus años mozos.

Que Cobra Kai sea oportunista no quiere decir que sea mala; pero aprovecha un momento muy concreto y, fuera de estos parámetros, no tendría sentido. Pasa lo mismo con películas recientes como Trainspotting 2 (Danny Boyle, 2017): son guiños nostálgicos que no se sostienen por sí mismos y que van dirigidos a un público muy concreto, en un momento determinado. Fuera de ese espacio, no tienen sentido.

Al igual que la década de los ochenta, los superhéroes también han creado su propia burbuja durante los últimos años. Los que disfrutamos de este género disfrutamos de ella, escogiendo aquello que nos gusta y dejando pasar lo que no es de nuestro agrado. En mi caso, Superman nunca ha sido uno de mis personajes preferidos, por lo que no he dedicado mi tiempo a Krypton (SyFy); sí me he metido de lleno, en cambio, en Daga y Puñal (Freeform), dedicado a los superhéroes del universo Marvel.

Esta es una de las grandes ventajas de las modas. Ni en sueños podría haber imaginado que unos personajes secundarios del universo Marvel pudiesen tener una serie para ellos solos; sin embargo, gracias a esta sobreexplotación, aquí están. Y con una factura nada cutre. Están bien recreados y, aun siendo adolescentes, alrededor de los personajes se desarrolla un drama oscuro (sin llegar al extremo del Daredevil de Netflix), pero muy alejado del tono festivo de The Flash (The CW) y la inocencia de Runaways (Hulu). Desde luego, los productos de Netflix de esta temática podrían recomendarse a todos los públicos, pero, en este caso, el target es únicamente el fan de los superhéroes. Y a pesar de ello esta serie pinta muy bien.

Por otro lado, ya está disponible la película de dos horas y media sobre Sense8, que cierra la historia que las otrora hermanos Wachowski comenzaron a rodar allá por el verano del 2015. La sensación es agridulce porque, aunque la maestría en la dirección y la realización queda patente, dejándonos planos y escenas impresionantes (facilitadas por el juego que da el concepto de los sensates), después de haber intuido una inmensidad de ramificaciones en la segunda temporada, la película parece algo encorsetada y precipitada en su guion. De hecho, parece que hay grandes tramas para una posible tercera temporada, pero solo estamos viendo un pequeño espejismo de ellas; y es una pena, porque esta serie merecía desarrollarse en plenitud y adecuarse al ritmo que sus creadoras hubiesen querido. No solo por la producción, sino también por los valores que transmite: temas como la sexualidad, el racismo, la religión o la identidad personal son tratados de forma entrañable, positiva y edificante.

Netflix explora como nadie los distintos nichos de mercado que hay, y los explota de forma solvente. La mayoría de las veces, con calidad. Este también el caso de The Rain, serie danesa que se sumerge en otro de los temas de moda de los últimos años: el futuro postapocalíptico. En este caso es la lluvia la que mata a casi toda la población y un pequeño grupo de adolescentes el que tiene que sobrevivir. Sin mucho ruido y con no demasiados medios, sus creadores han conseguido lo que Fear The Walking Dead (AMC) intentó en su primera temporada (y en lo que fracasó estrepitosamente); algo en apariencia sencillo, pero que quizá no lo es tanto: contar, sin aburrir al personal, cómo sobreviviría un grupo de gente corriente en un mundo hostil, y hacerlo de una forma realista. La serie de AMC, con mucho más presupuesto, no lo ha conseguido. Algún crédito habrá que darle por tanto a los daneses.

Distinto es el caso de Safe (también de Netflix), que ha creado gran expectación debido a su protagonista, Michael C. Hall, que desde Dexter no se prodiga mucho en la pequeña pantalla. Es la típica serie de misterio en la que los ingleses se mueven como pez en el agua: la hija adolescente del protagonista se va de fiesta una noche y desaparece junto a su novio. La investigación paralela de la policía y del padre lleva a cerrar el círculo de sospechosos alrededor de los amigos y vecinos de la familia. Por supuesto, a medida que avanza la trama salen a la luz asuntos turbios del pasado. Aunque es entretenida, se queda muy lejos de series del mismo estilo como The Killing (AMC), Top of the lake (BBC), Broadchurch (ITV) o The Fall (BBC). Además, se ve penalizada por la interpretación del propio Michael C. Hall, que choca con el resto de actores ingleses, quedando fuera de lugar en la mayor parte de sus tomas. La resolución también resulta rocambolesca, con decisiones, situaciones y coincidencias que chirrían y hacen pensar en un guion tramposo.

Querría extenderme más, pero, ya sabéis, el verano ya ha entrado por la puerta y los rayos de sol por la ventana. Os espero aquí el próximo mes, porque en el mundo de las series, nunca hay vacaciones; pero entiendo que habrá que salir a respirar algo de aire fresco.

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