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La gran apuesta: estupidez debidamente motivada

«No es lo que desconoces lo que te mete en problemas. Es lo que sabes con seguridad pero no es cierto». Esta célebre frase del escritor estadounidense Mark Twain recorre el metraje de La gran apuesta, una película que trata de explicarnos que la recesión económica es algo más que un gran fraude. Como veremos, comportamientos humanos debidamente motivados y que cualquiera de nosotros habría tenido, jugaron un gran rol en la crisis financiera.

Realidad o ficción

La gran apuesta (Adam McKay, 2015) es una dramedia biográfica basada en el libro homónimo de Michael Lewis sobre la crisis financiera que surgió en Estados Unidos y que, como sabemos, afectó de forma severa a Europa y a nuestro país. Con un reparto estelar y cinco nominaciones a los Oscars, la película explica al gran público, de una forma cercana y entretenida, las causas y detonantes de dicha crisis. Concretamente, el inicio del cataclismo se narra a través de algunos individuos que, viendo aproximarse el problema, apostaron en contra de lo que hasta entonces era uno de los mercados más seguros que existían: el de los títulos hipotecarios estadounidenses.

Aunque la cinta trata de explicar todo lo que hay que explicar, por momentos, especialmente hacia el final del metraje, lanza un mensaje demasiado simplificado y acusador, prácticamente conspiranoico. Dicho mensaje va en la línea de lo que en muchas ocasiones se suele oír en la calle y, precisamente por ello, al espectador más descontento con la situación actual le resultará fácil empatizar con la película: existen unos ellos que sabían lo que iba a ocurrir y por tanto son los culpables de todo lo sucedido, en oposición a nosotros, las víctimas que sufrimos las consecuencias de su impunidad. Pero, aunque hubo responsables y algunas condenas judiciales, ahí no se encuentra la esencia de La gran apuesta. Personalmente, creo que hay otro aspecto de ella que merece más la pena resaltar: aquel que explica cómo la combinación de personas normales y corrientes y un escenario preciso, puede acabar desencadenando algo como la crisis financiera.

Escenarios e incentivos: todos buscan su beneficio

«¿Tiene razón en lo del mercado inmobiliario? ¡Averigüémoslo!» Así se expresa en la película el personaje Mark Baum (interpretado por Steve Carell y basado en Steve Eisman) que, junto a su equipo, decide hacer un recorrido por los distintos niveles del problema del mercado de hipotecas para comprobar cuál es el verdadero estado de la cuestión.

Aquellos que no se podían permitir esas hipotecas, pero a pesar de ello las mantienen o incluso se endeudan para invertir más en vivienda, son representados en La gran apuesta por una stripper que tiene a su nombre cinco hipotecas flexibles. Adam Mckay quiere enseñarnos a través de ella cómo la gente compraba productos financieros sin comprender sus riesgos, ni entender sus implicaciones. Así, la stripper no va a tener problemas para pagar porque siempre puede refinanciar sus hipotecas gracias a que el precio de la vivienda siempre sube, ¿verdad? Al menos eso es lo que le han dicho y lo que hasta ahora siempre ha ocurrido. Esto es exceso de confianza y falta de memoria y más adelante volveremos a hablar de ello, pero de momento continuemos examinando las demás piezas del puzzle.

«La gente quiere una autoridad que le diga cómo valorar las cosas; pero elige esta autoridad, no basándose en hechos o resultados, la eligen porque parece autoritaria y familiar». Michael Burry (Christian Bale).

Los protagonistas también visitan una de las propiedades con hipoteca que está en impago desde hace tres meses, para descubrir que el arrendatario de la vivienda, a pesar de estar cobrando la renta, ha rellenado los formularios con el nombre de su perro. En este caso, el engaño es probablemente deliberado, pero es posible gracias a que los requisitos para conceder una hipoteca habían sido alterados hasta tal punto, que casi cualquiera podía solicitar una. Apenas había, por tanto, garantías, ni las solicitudes eran debidamente revisadas. ¿Por qué?

La explicación nos la ofrece la charla con los corredores de hipotecas, que se dedican a conseguir esos solicitantes para los prestamistas. Ante la pregunta de si alguna vez rechazan a los solicitantes, responden que su trabajo y beneficio depende de conseguir una gran cantidad de ellos y no les importa lo más mínimo que no tengan recursos. Los bancos no lo verifican y además se los quitan de las manos.

La siguiente tarea del equipo de trabajo consiste en averiguar por qué los bancos quieren trabajar de esa forma con hipotecas no seguras. Recibimos la explicación a través de las piezas de una torre del Jenga. La razón es muy simple: ganan dinero vendiendo esos bonos. Pero lo cierto es que nadie en su sano juicio los compraría, así que, ¿cuál es la solución? Como nos explica el chef Anthony Bourdain, venderlos a través de las synthetic CDO’s, en las que los bonos se integran en paquetes que se consideran diversificados y que obtienen una calificación crediticia de AAA (segura) de las agencias de calificación. A partir de ese momento son fáciles de vender, la gente los quiere, y el banco está ganando dinero respondiendo a una demanda real. Es obvio que, entonces, el siguiente paso sería comprobar porqué las agencias les daban esa calificación positiva si, como vemos, el producto financiero era basura (sub-prime) con un riesgo muy alto de impago.

Y en este aspecto también ahonda el film. Las agencias de calificación crediticias son empresas privadas con competencia que a veces tienen conflictos de intereses, problema que también sufren otras entidades como, por ejemplo, las webs de valoración de videojuegos: el objeto que están valorando es la fuente de sus ingresos. Si las webs de videojuegos no dan buena nota al producto de una compañía, esta podría dejar de pagar por los espacios publicitarios de esa web, con lo que esta perdería su principal fuente de ingresos, o incluso podría vetarle de futuras exclusivas que irían a la competencia. Potencialmente, las agencias de calificación tienen el mismo problema: como en la película, si Standard & Poor’s no valora un producto financiero de un banco tal y como este quiere, el banco puede irse a Moody’s para obtenerla. De nuevo, comprobamos que en este eslabón de la cadena solo hay un grupo de empresas privadas maximizando su beneficio y una serie de trabajadores ganándose el sueldo, siguiendo las reglas del juego, claramente establecidas.

Quizás sea aquí donde haya que buscar una de las responsabilidades: en la falta de vigilancia sobre el mercado financiero, en la incapacidad para detectar estos incentivos o prever lo que podría pasar si se les dejaba operar de esta forma.

Exceso de confianza y falta de memoria

«Mis probabilidades son buenas. Ahora estoy en racha. La gente a mi alrededor quiere participar de la jugada. No puedo perder, ¿no?» Selena Gomez (Selena Gomez).

Como nos explica en la película Richard H. Thaler, uno de los padres de la economía conductual, este pensamiento se llama síndrome de la mano caliente. Previamente nos hemos visto obligados a mencionar el exceso de confianza: durante el boom de la construcción, los mercados inmobiliarios subían y subían y la gente pensó que nunca iban a bajar. Este sesgo es algo común en nosotros.

Muchos estudios reflejan que la mayoría nos colocamos por encima de la media cuando se nos pregunta por ciertas capacidades consideradas positivas como la habilidad en la conducción, nuestra inteligencia o longevidad, cuando, por definición, solo la mitad de las personas pueden estar ahí. Esto nos hace fallar en muchas ocasiones a la hora de prepararnos para el futuro, ya que subestimamos la probabilidad de ciertos eventos negativos. Esta es una de las razones que puede esgrimirse a la hora de defender un cierto paternalismo por parte del Estado que, conociendo nuestra subestimación, nos obliga a contratar seguros como el sistema de salud pública, que está desarrollado en muchos países de socialdemócratas.

Otros grandes de la economía como Colin Camerer han mostrado cómo este exceso de confianza influye en los mercados, pudiendo estar incluso detrás de fracasos empresariales. Al sobrestimar nuestras habilidades, tomamos decisiones no óptimas que, en un determinado contexto económico, pueden llevarnos al desastre. Y es que nuestra subestimación de los eventos negativos se ve acrecentada si estos son improbables.

Este efecto está provocado por otros sesgos como el availabity heuristic, documentado desde hace décadas por psicólogos como Daniel Kahneman. Este sesgo nos hace buscar ejemplos inmediatos sobre cualquier tema tratado. Como recordamos ciertos eventos con más claridad, interpretamos que son más relevantes, cuando la realidad es que pueden haberse instalado en nuestra mente, sencillamente, porque nos han impactado emocionalmente o son muy recientes. Si una realización negativa, por ejemplo una guerra o una crisis, ha tenido un impacto enorme en una persona, quizás esa persona, ya en su vejez, siga intentando ahorrar en exceso o sobrealimentar a sus nietos porque, aunque la probabilidad de que vuelva a haber otra guerra sea ínfima, la anterior ha tenido un impacto tan grande en ella que la sobreestima. Pero el sesgo también funciona en un sentido inverso, más relevante para nuestro caso: una persona que nunca haya presenciado un descenso del precio de la vivienda, subestimaría sistemáticamente la probabilidad de que este se produjera.

Sin embargo, no solo olvidamos, sino que además olvidamos que olvidamos, tal y como explican estudios como el de Keith M. Marzilli Ericson. Este dio a elegir a estudiantes entre la posibilidad de obtener un pago inmediato u otro mayor que tendrían que acordarse de reclamar seis meses más tarde. Solo la mitad de los que eligieron el pago mayor lo reclamaron, habiendo sobrestimado su memoria al tomar la decisión.

Como hemos visto, nuestro exceso de confianza, nuestra corta memoria de los eventos negativos y la falta de autoconsciencia de ambas facetas, pueden llevarnos a tomar decisiones que en cierto contexto económico pueden llevarnos al desastre.

Creando burbujas

«¿No dije al hacer el trato que las agencias de calificación, la SEC y los grandes bancos no se enteraban? ¿No lo dije? Se están quemando y creen que huele a filete recién hecho ¿Y os sorprende? Dime la diferencia entre fraude y estupidez y haré que detengan a mi cuñado». Jared Vennett (interpretado por Ryan Gosling, basado en Greg Lippmann).

Con todos estos elementos, se formó una burbuja en el mercado hipotecario estadounidense. Una burbuja se produce cuando el precio de mercado de un determinado activo es bastante mayor que su valor intrínseco. Es decir, cuando se está comerciando con él a un precio mayor que el valor que realmente tiene.

Esto se puede dar si, por ejemplo, estamos en la España de 2005 y comprobamos que desde hace veinte años el precio de la vivienda ha subido, quizás por el aumento de la población, el mayor acceso a vivienda gracias al desarrollo económico, o ciertas políticas económicas. Como hemos visto antes, podríamos tener la confianza de que esto siempre es así y comprar una vivienda como inversión para venderla más adelante a un mayor precio. La popularidad de esta inversión hace que su precio suba rápidamente, confirmando aún más las sospechas que teníamos de que la vivienda era una buena inversión, y reforzando también nuestras esperanzas de poder venderla aún más cara, convirtiéndose así nuestra operación en una especie de profecía auto cumplida. Sin embargo, llega un momento en el que, debido a la escasez de gente a la que venderle casas para que habiten en ellas y tras algún pinchazo económico, el precio se da de bruces con el valor real del producto y se desploma.

No hay que ser una persona con intenciones extrañas, ni ser muy especial para verse envuelto en esta secuencia de eventos y contribuir a la formación de una crisis. Los experimentos de burbujas financieras tienen ya un recorrido y en ellos todos los participantes reciben unos activos que generan un dividendo monetario que conocen (o conocen su distribución de probabilidad) al final de cierto número de periodos. Entre estos periodos son libres de comerciar con ellos. La realidad es que en muchos casos al ver la evolución del precio, se forman burbujas con sus correspondientes estallidos. La mayoría de estos experimentos se realizan con estudiantes normales y corrientes, y cuando se llevan a cabo con individuos experimentados, la probabilidad de la burbuja se reduce, pero no se elimina. Las causas por las que las formamos son diversas y es un tema complejo del que ya se han ofrecido aquí algunas pistas.

Como vemos, frecuentemente las cosas son más complejas de lo que parecen o incluso de lo que nosotros podríamos pensar. Por ello, es importante tratar de comprender la realidad. La gran apuesta pasará a la historia como una de esas grandes cintas que consiguen explicarla y logran, a la vez, ser entretenidas.

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